“Italia me dio disciplina y la buena comida”
La escritora Maritza Cino es una de las voces más reconocidas entre los poetas actuales de Ecuador y fue invitada al encuentro de Poetas en el Mundo Latino, México 2009, representando al país. Su herencia italiana dejó una influencia certera en ella, ya que se crió con sus abuelos, ambos italianos, prácticamente desde que nace y a raíz del divorcio de sus padres, hasta que su padre Luis Cino Santelli contrajo nuevas nupcias cuando tenía 12 años, como lo hizo saber en el libro Herencia de Italia en Guayaquil. Mujeres destacadas, de Jenny Estrada.
¿Cómo influye lo italiano en su vida como poeta y catedrática?
Fuertemente, porque yo era la primera nieta de mis abuelos italianos con quienes viví, prácticamente compartiendo todo lo que era la vida de ellos, sus historias, que me llenan como niña pequeña en medio de los grandes. Lo que más resalta en la vida de ellos es la venida a Ecuador, su trabajo, su deseo de salir adelante con la fábrica de fideos que mi abuelo fundó. El idioma no tanto porque mis abuelos lo hablaban cuando querían que los nietos no los entendamos. Me dieron mucho a través de la vida que compartimos.
Cosas como la gastronomía, por ejemplo, ¿tienen su espacio en sus búsquedas personales?
No. Debo confesar que, como lo menciono en la obra de Jenny Estrada, sutilmente, soy una adoradora, me deleito con la cocina, pero mi abuela, de una manera extraña, llegaba a mí y me decía “Tú siéntate, yo te sirvo. Yo lo hago”. Claro que también ayudaba a hacer los gnoccis y moliendo la albahaca, todo lo que era la pasta, pero no era mi debilidad, no. Me gustaba comer bien.
¿Cuándo se contacta con la historiadora Jenny Estrada por el libro Herencia de Italia en Guayaquil. Mujeres destacadas?
Más o menos en septiembre o mediados del año pasado. Jenny me hizo llegar un mail invitándome a ser parte de este trabajo. Al principio me sentí muy tensa y se lo manifesté porque no tenía las memorias de mis abuelos en cuanto a datos históricos, porque eso quedó en la casa antigua. Felizmente ya Jenny Estrada había hecho la historia de los italianos, libro donde aparece mi abuelo. No podría omitir que me conmovió inmensamente porque mis abuelos habían salido de Italia durante la I Guerra Mundial y recrear eso para mí era doloroso. Me tomé tres meses en preparar tres páginas.
¿Qué logró aprender y compartir de usted en México?
En 1983 había asistido al encuentro de escritores jóvenes de Latinoamérica y España, realizado precisamente en España, pero no lo aproveché tanto como sí pude hacerlo en México, donde había de mi parte una madurez que me permitía ver que era la representante del país y tenía que participar en aproximadamente cinco maratones por diversos estados. Estuvimos en la Universidad Autónoma de México, establecimos nexos con escritores mexicanos y de otros países que estaban ahí. Ha permitido que mi obra se traduzca al italiano, porque conocí a Emilio Coco y él escogió a algunas de las personas que estábamos allá y salió en la revista Proa Italia la poesía de varios traducida.
Se publicó la antología de ese evento en México y de esa serie de cosas positivas se van dando invitaciones de gente que se conoció en ese momento. Acabo de recibir una invitación del Ministerio de Cultura para la feria internacional de Bogotá en la que Ecuador es invitado de honor, del 4 al 16 de mayo. Estaré allá del 11 al 15 de mayo.
¿Sintió lógico su salto a la carrera docente?
Sí. Dentro de los requisitos de las prácticas universitarias estaba la de ser docente... teníamos que ser evaluados, y mi directora de práctica descubre que tenía ese potencial para llegar a los alumnos. Sobre todo me convierto en una motivadora y aprendo de los otros.
¿Guarda una anécdota de su vida de niña entre adultos, con esos abuelos italianos?
A mi abuelo le encantaba estar con sus nietos y llevarnos a pasear los domingos, a la calle 9 de Octubre, a tomar helado. La otra experiencia que recuerdo era la visita a la casa de Las Peñas de mi bisabuela Italia, que nunca faltaba. Mis abuelos tomaban el café y yo me sentaba en una hamaca frente a la ría con unos binoculares a ver el espectáculo. Era algo tan disciplinado como comer tallarines los jueves y domingos.
¿Algo de lo italiano se quedó en lo que indaga hoy?
Siempre, yo creo que de lo italiano llevo la sazón en la palabra, esa destreza que tenía mi abuela en sus manos para servir, para cocinar, para hacer tantas maravillas como las que hacía. Ayudó mucho que desde temprana edad, 6 años, tuve correspondencia con mi madre, que vivía en Chicago. Había una disciplina de escribirle a mi madre, incentivada por mi padre, y ella me contestaba y me decía que escribía de maneras raras que le costaba interpretar.