Irresponsabilidad y muerte
La película belga-francesa Clímax (2018) de Gaspar Noé –disponible en streaming– evidencia que un juego irresponsable puede derivar en algo más terrible, este entroncado con la muerte.
Clímax es un filme que en la sencillez de su historia trasunta una trama compleja, por paradójico que sea: unos jóvenes bailarines, luego de unas jornadas de ensayos para una presentación, realizan una fiesta en el mismo lugar donde han estado practicando, lugar apartado de la ciudad, espacioso y laberíntico. Si la fiesta celebra lo que han conseguido como grupo que arma una coreografía, lo que sucede después es siniestro, al punto de poner al espectador con los pelos de punta.
Noé divide su película en tres partes: una que presenta el casting de la coreografía que igualmente puede ser para el mismo filme; una parte del baile; y luego, el desenfreno a raíz de que alguien mezcla LSD en el ponche. Si se quiere, lo que vemos es: organización, ensayo y puesta en escena de la violencia. O también: orden, ritmo y movimiento. Todo con fondo de una banda sonora electrónica, plano-secuencias de notable factura, una cámara que en principio parece distante y que pronto matiza la sicología de los personajes. Si todo fuera arte por el arte, Clímax vendría a ser la expresión notable de lo que es el cine que representa fielmente al arte del movimiento, incluso, metafóricamente lo que constituye al universo mismo: orden, movimiento y caos.
Pero nos damos cuenta de que Noé no se queda solo en el nivel estético dulcificado por la música y la corporalidad plástica de los personajes. Desnuda el comportamiento de una generación para la cual la experimentación con drogas, acaso inocente, acaso aventurera, provoca el sonsacamiento del interior del yo, más emparentado con lo animal, con lo salvaje, con la propia violencia que está como llama latente en cada individuo. Lo irresponsable es eso: la droga dispuesta sin consentimiento motiva la denigración, la violación, la intención de suicidio, hasta el propio homicidio.
Para exponer todo esto, Clímax representa lo mismo que el acto irresponsable: la apariencia hermosa del baile, de los cuerpos, del frenesí, oculta el crimen y al criminal, y solo basta un plano para saber que el espectador también es cómplice, mientras la policía y la sociedad aún se preguntan cómo se dio aquel incidente, por lo demás tomado de la vida real. La película, así, es cruda, como una bofetada en la cara. (O)