Herzog despierta la cueva de los sueños olvidados
“La cueva de los sueños olvidados” es el más reciente documental del cineasta alemán Werner Herzog. Se trata de un viaje espeleológico en 3D que potencia esa “mirada vertical al abismo del hombre” que siempre ha perseguido a este director. “Sé que puedo hacer visibles cosas que otros perciben vagamente”, señala el realizador que, desde su etapa con el actor Klaus Kinski en películas como “Aguirre. La cólera de Dios” a sus radiantes y atípicos documentales como “Grizzly Man”, ha sido capaz de dar una mirada extraordinaria a todos los temas que ha abordado.
“Intento desviarme del cine basado únicamente en los hechos. Hay una gran desventaja en el llamado cinema verita. Creen que los hechos constituyen la verdad y esta afirmación es falsa. Los hechos crean normas, pero no te llevan a la verdadera iluminación. Y la realidad está en constante cambio. Ya no valen las mismas respuestas que en los sesenta”, explica Herzog en una entrevista con la agencia EFE, por el estreno en España de “La cueva de los sueños olvidados”.
En este filme, el realizador de “Fitzcarraldo” enhebra arte, intuición y espiritualidad bajo la piel de un documental científico rodado dentro de las cuevas de la localidad francesa de Chauvet.
Herzog, literalmente, se introduce en los misterios del ser humano, en un viaje que explora un material artístico que se mantuvo fuera del alcance de los ojos del hombre durante 23.000 años. “No tenemos buenas respuestas, pero tenemos buenas preguntas”, asevera.
“Siempre he intentado abordar un estrato más profundo de verdad. Un éxtasis de verdad, casi como un arrebato religioso al estilo de la mística medieval”, añade.
Con tamañas pretensiones, la verdadera proeza es que salga airoso del reto. Herzog, no en vano, siempre tuvo una relación de amor-odio con la religión. “Tuve una cara religiosa muy dramática en mi adolescencia. Aunque se ha ido disipando, siento un eco distante”, recuerda un hombre que se sintió llamado por el catolicismo en el seno de una familia atea.
“Hay una incógnita dentro de mí, pero cuando entro en ‘El Prado’ y voy a la sala de las Pinturas Negras de Goya mi corazón se para. Ese es el sentido de lo extraordinario. Una maravilla que se ilumina ante ti sin que supieras siquiera qué es la iluminación”, explica.
Esa realidad única compagina con una vida singular: hasta que cumplió once años no vio una película; hizo una nueva versión de “Teniente corrupto”, de Abel Ferrara, afirmando que jamás había oído hablar de dicho filme; y, llama a cada cana de su cabello “kinski”, como el actor que más quebraderos de cabeza le dio y sobre el que rodó “Mi enemigo íntimo”.
“Mis películas con Klaus Kinski eran, ante todo, grandes historias, verdadero cine. Pero no creo que fueran más oscuras que el resto (...) Cuando hablo del mal, me centro en el goce y el disfrute que el mal provoca. Pero en todas hay humor, un humor subversivo que no debe pasar desapercibido”, explica.
El mismo humor que está presente cuando se le pregunta por el concepto de optimismo: “A largo plazo, es evidente que la raza humana no es sostenible en este planeta. Hemos visto ir y venir otras especies como los dinosaurios. Nos extinguiremos, pero eso no me hace sentir pesimista, ni me quita el sueño”, explica.
No obstante reconoce que, mientras la especie humana esté sobre la Tierra, habrá cultura. “El arte está en nosotros. Estamos definidos por el lenguaje y por la representación figurativa, gracias a Dios. Las vacas en el campo no tienen eso”.