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Héctor Ramírez o la magia sublime de pintar

Héctor Ramírez o la magia sublime de pintar
Foto: Referencial
07 de julio de 2019 - 08:00 - Xavier Andrés Rodríguez Rodríguez

No es exagerado decretar que Héctor Ramírez es un dios de la pintura ecuatoriana que tiene un pincel endemoniado. Este artista se acomodó en la cuna el 1 de julio de 1953 en Daule y, desde entonces, ha pintado con sus ojos el mundo. 

"Yo tenía una vocación muy marcada por la pintura", confiesa al memorar que en el colegio Vicente Rocafuerte participó en un concurso interno dirigido por Theo Constante. "No dijo quien se había ganado el premio interno, sino que levantó el cuadro y preguntó. Este es el que ganó y contigo quiero hablar más tarde. Me dijo que yo tenía que estudiar pintura".

Pero su padre nunca estuvo de acuerdo. "No sabía de arte, tenía la típica idea de que iba a ser marihuanero, vicioso, borracho y que el arte no da de comer", comenta quien a los trece años se acercó a los estudios pictóricos en la Escuela de Bellas Artes de Guayaquil.

Pasé de ser uno de los mejores estudiantes en Primaria a uno de los pésimos en Secundaria. Por las noches se dedicaba a retratar la pobreza del suburbio, los puentes de caña que invadían el actual Guasmo.

"Yo tenía problemas con mi padre. Yo he sido un obsesivo con la pintura, yo pintaba hasta las 2:00, 3:00 de la mañana".

Recuerda que Constante no terminaba los tubos de óleo, "dejaba unos conchos, y me decía, pásate cada 15 días, y yo recogía todos esos tubos de óleos, que eran mis materiales de ese entonces. Y como él pintaba con espátula y utilizaba mucho óleo, me dejaba buena cantidad de óleo (...) se portó muy bien conmigo el maestro Theo".

A los catorce, su verdadero alimento era estocar trazos: "Si yo me voy a comer ahora, se me quitan las ganas de pintar. Yo quiero quedarme pintando. Y yo me quedaba pintando".

A los diecisiete, empezó a exponer anualmente en "Las Peñas". A los veinte, ganó el Primer Premio de Artistas Jóvenes en el Salón de Octubre de Guayaquil.

Ganó varios certámenes (escolar, colegial, intercolegial), entre ellos el Premio Nacional Salón Jóvenes. Llegó un momento en que "yo miraba a Guayaquil como que me encerraba y le tenía mucho miedo como a cierta pobreza; yo miraba muy pobre el ambiente de los artistas, muy sufridos".

Revela una derrota en la gallera artística: "A mí me gustó un cuadro de riña de gallos y yo traté de hacer ese cuadro, pero no tenía el oficio suficiente como para darle explosión, el encuentro de los gallos y me pasé una noche muy bárbara, muy brava. Hasta vomité por el aceite de linaza que me había pasado. Eran como las cinco de la mañana y no pude terminar ese cuadro; nunca pude terminarlo como yo quería".

José Ingenieros en su ensayo El hombre mediocre sostiene que "el hombre extraordinario solo asciende a la genialidad si encuentra clima propicio". Es entonces que a Ramírez se le presenta la oportunidad de ir a Bogotá donde montó su estudio.

A los veintiuno, mostró sus obras por varios años en distintas galerías de Colombia (Galería Club Ejecutivo, Arte Público, Zócalo, La Oficina, Sala Banco de la República, Cámara de Comercio, Iryarte, Gala, Las Navas, Club Rialto,Banco Cafetero, Arte Moderno), país en el que vivió.

Admite que en aquella época "de alguna manera no quiero culpar a la bohemia, porque forma parte de la paleta, todo el mundo aspira a la fama, sí estaba sediento de fama en esos años, sí tenía sed de fama, me creía el mejor". Cree que eso es una fuerza interna que ayuda mucho a una proyección. Y además normal en un pintor veinteañero, porque "me peleaba con muchos. Existía esa disputa en el ambiente".

Lamenta que la bohemia no le permitía organizarse. "La bohemia forma parte de la paleta, pero de alguna manera, me quitó el taller".

Sin embargo, su añeja experiencia prueba que "ya no estoy más en ese cuento". 

Respecto al abstraccionismo estima que es lo más puro de la pintura, pues se devela toda la humanidad interior.

"Lo que pasa es que aparentemente el abstracto parece ser fácil, porque la gente que no tiene conocimiento, dice eso son unas manchas. Pero lo abstracto tiene un lenguaje, dentro de los mismo pintores hay quienes no saben lo que es hacer una abstracción. La abstracción tiene que tener equilibrio, movimiento, luz, peso, espacio manejado, es muy compleja la abstracción, movimientos específicos para lograr ante un aparente caos algo que llegue el ser humano a sentir". 

Tras haber presentado sus cuadros en Perú, PanamáCosta Rica, Argentina, Chile, México, a los treinta y cinco años hizo lo mismo en España -de donde es su esposa-, Francia, Alemania, Bélgica y Holanda. 

Considera que todo va cambiando con los años, "el concepto personal acerca de uno en el mundo de la pintura, las influencias que pueden tener las invasiones de los ismos pictóricos en uno. El mundo de ahora es muy arremetedor contra un pintor de caballete. Es muy importante eso. Si el pintor de caballete no está muy asentado, puede ser absorbido por la tecnología".

No cree en la originalidad purísima. "Todos somos copias de todos, el mundo es uno solo y todos tenemos influencia de todos. Lógicamente vamos tomando nuestras inclinaciones, que vaya acorde a nuestras condiciones, y vamos formándonos, escogiendo inconscientemente las cosas". Pero hay un extraño misterio en las historias creativas de sus cuadros.

Finalmente eligió respirar un aire marino con su familia en el cantón Playas, en donde crea y recrea coloridas formas, propias de su agigantado talento. (I)

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