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Ecuador, 20 de Enero de 2025
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El Telégrafo
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¿Guerra de Carlos Concha o la de todo un pueblo?

Ni Obatalá ni Las Mercedes: Oggun (1)

Los cimarrones que asaltaron el cuartel de la policía, a las 03:00 del 24 de septiembre de 1913, nunca imaginaron el largo de su rencor ni el peso decisivo de una memoria de afrentas. Para esa madrugada ya no importaba la bandera, quién liderara con el discurso político que fuera o el pretexto patriótico conseguido.

Comenzaba el día santo de Las Mercedes según la religión católica, o de Obatalá para aquellos de devoción menos conocida, incluyendo altares de sus invenciones en donde vivirían en armonía algunas deidades del panteón católico y de sus antiguas creencias. Casi fue el asalto perfecto, apenas pasaban del medio centenar y con los bríos del éxito se fueron a tomar el cuartel “Manabí”, a escasos cien metros.

No lo lograron. En el cuartel habían sido alertados y un desembarco de guardiamarinas del cañonero Cotopaxi -después rebautizado como “Calderón”- les apuró la retirada.

Murieron los primeros alzados y cargaron con los heridos hacia casas de familiares, pero la mayoría  se quedó con aprestos de combate y haciendo vigilia en las lomas que rodean a la ciudad de Esmeraldas.

Los primeros partes de guerra telegrafiados al presidente Leonidas Plaza contaban del alzamiento al grito de “¡Viva el general Concha!”.

Esa sería la contraseña para que los historiadores, sin más búsquedas de las causas de la guerra, solo validaran las del líder. Y hasta ahí se ha llegado en la historiografía al uso. Se desprecia el contexto social, no se ha extendido su “curiosidad al conjunto de la vida, a los hechos de civilización, a la economía, a todas las clases sociales” (2).

La discusión de los “científicos de la historia” continúa allá arriba, muy arriba, mientras acá abajo hay cuerpos sin alma ni perspicacia ideológica o emocional como para irse a una guerra con la única promesa de vengar la muerte de Eloy Alfaro, defender armas en mano las veleidades de Carlos Concha o continuar las luchas del ala del liberalismo alfarista excluida del gobierno de Plaza Gutiérrez.

Es reduccionismo racista y clasista. El manifiesto de Tachina explica este apartarse beligerante de la administración placista: “Estos degenerados ecuatorianos son los que han corrido un velo hipócrita sobre los misteriosos arreglos combinados con ciertos extranjeros para que vengan a dominar en esta tierra por cuya libertad derramaron su gloriosa sangre nuestros antepasados”(3).

No hay estirpe guerrera. Aún en esa costumbre violenta jamás se renuncia al apego a la vidaEl ala alfarista se mantenía (o al menos intentaba mantenerse) en los principios fundacionales del movimiento revolucionario y empujaba cierto nacionalismo antiimperialista como combustible de indignación para comandantes de otras epopeyas que debían volver a los azares de esta guerra, empezada en el lugar más abrupto de aproximación a Quito.

“Esos sumisos servidores de tiranuelos con los que después de entregarle al amo cuanto existe en la República, la empeñan todavía por sumas fabulosas que han de enriquecer al déspota y a los suyos y que nos costará el Archipiélago de Colón seguramente, y la pérdida de nuestro carácter de nación autónoma como consecuencia probable”(4). Otro fragmento del Manifiesto de Tachina, divulgado el 27 de septiembre de 1913, en la población de igual nombre, que está frente a la ciudad, cruzando el río Esmeraldas.

Fue la señal para que empezara la recuperación del alfarismo de junio de 1895 hacia adelante. Los alzamientos en otras partes del país fueron sofocados con relativa rapidez, apresados o correteados más allá de las fronteras sus comandantes, esas favorables acciones bélicas para el gobierno de Leonidas Plaza le otorgó todas las ventajas en personal, recursos financieros, parafernalia bélica y hasta trasladarse en persona al frente de guerra. La provincia de Esmeraldas quedó como único escenario de combate.

Retorno porfiado

En esas vicisitudes se encontraron dos ánimos históricos, para fraternizar en el objetivo común: liberarse de “algo” o de “alguien”. Los liberales alfaristas alejados de Plaza, y buscando quitarle el poder con las armas, preocupados por la “ruina económica y moral” de la República.

Es decir, querían liberar al país de la “perversidad” de sus antiguos camaradas de lucha, para esos tiempos convertidos en sus perseguidores. Después del asesinato de Eloy Alfaro y sus lugartenientes ya no había confianza en la seguridad personal. Solo quedaba huir al extranjero o la guerra de guerrillas.

Ese fue el primero de los ánimos para el 24 de septiembre de 1913, y con él volvieron los comandantes a aceptar el liderazgo político militar de Carlos Concha Torres.

De Colombia llegó Víctor Martínez, practicando el internacionalismo liberal; se unió Federico Lastra, combatiente en el triunfo liberal del 5 de junio de 1895; Julio Sixto Mena, guerrero de las primeras batallas del liberalismo alfarista; Hermógenes Cortés, Gumersindo Villacrés, Tiberio Lemos, Sacramento Mina, entre otros menos conocidos y no menos valiosos. El liderazgo de Carlos Concha es indiscutible.

El segundo ánimo histórico es el contexto social, económico, político y cultural (antropológico) de inicios de siglo en el país y Esmeraldas.

Ningún liderazgo con el carisma que posea o por sí mismo arrastra a las armas a cientos de personas, a una guerra de la que nadie ignora sus consecuencias trágicas y las inmensas pérdidas materiales, además del dolor individual y la crisis existencial colectiva.

No hay estirpe guerrera. Eso sería desnaturalizado: Son intereses políticos de variada índole que empujan a los pueblos a eternidades bélicas. Aún en esa costumbre violenta jamás se renuncia al apego a la vida.

Se calcula que son más de 5.000 grandes y medianas guerras en la historia de la humanidad y no son causadas por proclamas políticas denunciando a una nación vecina, tampoco el listado lírico de las injusticias de una clase gobernante opresora, ni la evaluación detallada de la ruina moral de un gobierno tiránico. Ni siquiera las simpatías con causas legítimas, esas son expresiones últimas de intereses de alto beneficio para el grupo social o la nación que se levanta en armas.

¿Guerra de Carlos Concha o guerra de todo un pueblo?

La historiografía insulsa se empecina en calificar de “Guerra de Concha” a una guerra civil que tenía una abundancia histórica superior al particular interés del líder o de los comandantes liberales.

Es sin duda la lírica más visible, pero corazón adentro de la absoluta mayoría de los combatientes -mujeres y hombres negros- se cargaba con desesperos, angustias, lastimaduras y antiguos dolores que para ese 24 de septiembre eran impostergables y urgentes desquites. “La guerra constituye, por tanto, un acto de fuerza que se lleva a cabo para obligar al adversario a acatar nuestra voluntad” (5).

Ojos en la nuca para no perder de vista el pasado que define el sentido político del presente de los afroecuatorianos. Parafraseando a Jean Paul Sartre en el prólogo escrito para Los condenados de la Tierra, libro muy necesario para este tema, de Frantz Fanon: “La víctima (el Pueblo Negro de esos siglos) conocía al opresor por sus heridas y por sus cadenas: eso hace irrefutable su testimonio” (6).

El “sentido político de la resistencia” debió comenzar un día cualquiera cuando unos pocos ancestros se hartarían de la opresión racial y social en tiempos de la colonia. Ellos jamás legarían resignación a las generaciones siguientes. Las formas de resistencia se comunicaban y las estrategias se inventaban en el terreno de las contradicciones entre los grupos dominantes.

Se tienen recopilaciones documentales de heroísmos individuales: Martina Carrillo, en el valle del Chota (enero de 1778); Ambrosio Mondongo, en el mismo valle (1789); María Chiquinquirá Díaz, Guayaquil (a mediados del siglo XVIII); los cañoneros de Playa de Oro, Esmeraldas (1812); su participación en los ejércitos independentistas y los que combatieron por el triunfo de la Revolución Liberal de junio de 1895.

Las proclamas de libertad y las constituciones con su garantía de derechos no cobijaron a la gente afroecuatoriana.

El sentido político de resistencia se mantenía intacto o haciendo las cuentas por las frustraciones sufridas. Después de cada promesa incumplida mejoraba el añejamiento del rencor. De esta manera, se nacía, se vivía y se moría como cimarrón.

“De los pocos hombres esclavos que todavía existen en esta tierra de libres son un contrasentido a las instituciones republicanas que hemos conquistado y adoptado desde 1820; un ataque a la religión, a la moral y a la civilización, un oprobio para la República y un reproche severo a los legisladores y gobernantes”. Este es el considerando del Decreto de Manumisión, publicado el 25 de julio de 1851, firmado por el jefe supremo, José María Urbina, en la Casa de Gobierno de Guayaquil.

No era abolición de la esclavitud como institución multisecular, era recompra de cuerpos para liberarlos con la comida de ese día y la muda del cuerpo; tampoco se reconoció el derecho de ciudadanía y jamás se habló de alguna retribución económica o social del Estado, para quienes quedaban a la intemperie.

El sistema de explotación había cambiado algo para no cambiar lo de fondo, se estableció el concertaje y debió quedar una delgada línea de separación con el peonaje.

El tema del racismo y los derechos provocaba el cruce de esa fina línea siempre desfavorable para los afroecuatorianos, mujeres y hombres.

Eloy Alfaro pregonó el acabóse del concertaje en Costa y Sierra, pero a las palabras se las llevó el viento de la modernización del Estado. La gente negra y sus derechos muy poco debieron preocupar a liberales de cualquier inclinación.

Además, la conducción política liberal tenía enconadas contradicciones de grupos progresistas y conservadores. La cantidad de población negra y su ubicación geográfica no importaba a las autoridades liberales para los apoyos estatales y nunca tuvieron representación política en los órganos estatales; fueron los guácharos permanentes de la República. El límite ideológico y pragmático del liberalismo progresista fue el determinismo modernizador del Estado para beneficiar a mercaderes y terratenientes agroexportadores de la Costa.

DATOS

1. Divinidad afrocubana de los fierros de combatir injusticias.
2. Eric Hobsbawn, el marxismo y la transformación de la historiografía, ensayo de Matari Pierre tomando la cita de La naissance de l’historiographie moderne, de Georges Lefebvre, París (1971), Pág. 321.
3. Descorriendo los velos, Fernando Gutiérrez Concha (2002), Pág. 84.
4. F. Gutiérrez Concha, Óp. Cit. Pág. 84.
5. De la guerra, Karl von Clausevitz (2002), Pág. 7.
6. Los condenados de la Tierra Frantz Fanon, segunda edición liberada (2007), Pág. 9. Ese libro es una lectura vital para este breve estudio. En el prólogo, Sartre expone: “Y el colonizado se cura de la neurosis colonial expulsando al colono con las armas”. Este libro ha inspirado movimientos de liberación anticolonialistas por más de cuatro décadas

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