Gervasio Sánchez puso su vida en un campo minado
Gervasio Sánchez mira desde un par de ojos tranquilos y muestra las imágenes que captaron los lentes de su cámara fotográfica durante 10 años en zonas de conflicto.
En uno de los recorridos guiados por las salas del Centro Cultural Metropolitano de Quito, frente a unos treinta visitantes, cuenta parte de su vida, minada por las tragedias de sus personajes. Su tono temperado se sobrepone al ruido que llega desde la calle y reclama la atención de los presentes sin siquiera hacerlo notar. Detrás suyo están las minas, esos objetos inertes e inmovilizados en la fotografía, capaces de destruir vidas enteras aún muchos años después de haber sido instalados en los campos de batalla que, por coincidencia, suelen ser los campos de cultivo habitados por miles de campesinos ajenos al drama de la guerra.
Cuando habla Gervasio, uno sabe que la independencia en el oficio del periodismo es posible: “Yo no recomiendo leer ningún periódico, recomiendo periodistas”, dice con firmeza, luego de recordar que, para llegar a gozar de esa condición, trabajó durante 17 veranos, de lunes a domingo, como camarero, para pagar sus estudios y financiar sus viajes. Desde niño supo que el periodismo era lo suyo. A los 15 llevaba un periódico al aula, tan solo por el gusto de leer, hasta que surgió la oportunidad de enfrentarse cara a cara con los hechos. A los 20 viajó, por fin. Acababa el verano en septiembre, daba vueltas dos meses y volvía a su trabajo, y eso no ha cambiado hasta hoy.
Lo que le atrajo la primera vez que fue a la guerra -lo reconoce- fue saber cómo es. “Piensas que la guerra es una aventura, pero cuando llegas te das cuenta de que es un gran fracaso, encuentras situaciones brutales, difíciles de asumir, y empiezas a pensar que hay que documentar esa tragedia y mostrar las contradicciones en que vive este mundo”.
Con esas primeras experiencias empezó a gestarse Vidas Minadas, un proyecto que busca llevar los testimonios personalizados de algunas de las víctimas de minas antipersona en nueve países del mundo, entre ellos, Nicaragua, El Salvador y Colombia. Vidas minadas es el registro fotográfico de esas personas mutiladas, de sus familiares y de sus coterráneos, y es también el relato de un mal que inmiscuye a la comunidad internacional.
Para Sánchez, lo que importa es contar eso que no cuentan los noticieros, sino más bien las repercusiones que un conflicto puede generar en la población civil. “A mí lo que hacen las tropas españolas en Afganistán, los soldados colombianos o ecuatorianos y españoles me importa muy poco. Si yo voy a Afganistán voy para cubrir las repercusiones del conflicto en los civiles afganos”, sostiene, al referirse a la retirada de las tropas españolas de territorio afgano, ordenada hace pocas semanas por el presidente José Luis Rodríguez Zapatero.
A Sánchez no le hace mella ningún conciliábulo diplomático cuando de defender la misión de su oficio se trata. En la Asamblea General de las Naciones Unidas, en 2009, durante la ceremonia de inauguración de esta misma muestra ante los representantes del organismo, no tuvo empacho en censurar la paradoja de haber invitado al acto y haber ofrecido “copas y música”.
El 4 de abril fue declarado Día Internacional de Información sobre el Peligro de Minas. El Tratado de Otawa entró en vigor el 1 de marzo de 1999, con la participación de 151 países comprometidos con implementar políticas de desminado humanitario. En el 2010 se suscribió el Plan de Acción de Cartagena 2010-2014, que compromete a los países firmantes a limpiar por completo sus territorios de minas hasta el 2014. Los principales ausentes de estos compromisos son, una vez más, Estados Unidos, China y Rusia, casualmente, los principales fabricantes de minas en el planeta.
En la Convención sobre la Prohibición de Minas Antipersonales en Ginebra, realizada el pasado junio, los gobiernos de Perú y Ecuador reiteraron su compromiso para continuar con la desactivación de estos aparatos en su zona de frontera, y la inversión conjunta desde el 2010 supera los $4’5000.000 y, a pesar de que las acciones binacionales continúan, la tarea de remediar los violentos rezagos del conflicto del Cenepa, en 1995, es un desafío dilatado y costoso.
Vidas Minadas ha sido reproducida en tres libros: el primero, publicado en 1997, el segundo, con la leyenda ‘Cinco años después’, fue impreso y difundido en 2002, y el tercero fue publicado en 2010 con la respectiva leyenda ‘10 años después’. La exposición ha recorrido toda España, con ciertas variantes, y no deja de sorprender a quienes la visitan, así como no deja de sorprender la templanza de Gervasio Sánchez al contar las historias de cada uno de sus personajes. Cuando habla de ellos parece contar la realidad de uno de sus hijos. Los conoce y los quiere, sin duda.
Su trabajo no es el trabajo del periodismo diario que obliga a perseguir a los sujetos dadores de la noticia con grabadora en mano. “La mayor parte de la prensa tiene demasiada prisa por dar noticias y muy poco interés en dar historias con profundidad”, asegura este abanderado de los principios humanos, dejando en claro que cada una de las minas tienen nombre y apellido.