El ‘Casares’: un diccionario que (des)ordenó el idioma
Lingüista, diplomático, académico, políglota y violinista precoz, Julio Casares dedicó veinticinco años de su vida a preparar el Diccionario ideológico de la lengua española, una obra magna de la lexicografía que ahora se recupera y no ha perdido su carácter revolucionario e innovador.
Publicado por primera vez en 1942 por la editorial Gustavo Gili y revisado y ampliado en 1959, ‘El Casares’, como se lo conoce popularmente, se reimprimió durante años, pero hace tiempo que era difícil encontrarlo en librerías.
De ahí la importancia de que, cuando se aproxima el cincuenta aniversario de la muerte del gran lexicógrafo, el 1 de julio de 2014, Gredos haya decidido rescatar la última edición de este diccionario “sugeridor de imágenes y asociaciones”, como decía su autor, que durante décadas ha sido vital para escritores, traductores, profesores y amantes de la lengua española.
El libro, que ya está a la venta en España y que pronto llegará a Hispanoamérica, respeta la edición de 1959, sin que se haya actualizado su contenido. “Es una obra de autor y, como tal, no se debe modificar”, dijo Eduardo Sierra, nieto del lexicógrafo y representante de los herederos.
La taxonomía del diccionario
El diccionario está dividido en tres partes: la primera es una sinopsis en la que se ofrece una clasificación de la realidad en dos mil campos semánticos. La segunda parte, la “analógica”, presenta una serie de voces y frases relacionadas por afinidad de significado.
Es en esta donde, por ejemplo, la palabra “arbitrariedad” se relaciona con voces como exigencia, tiranía, injusticia, inconstancia o extravagancia, y con expresiones como “decir por decir” o “quejarse de vicio”.
En la tercera parte, la “alfabética”, Casares se basó en el diccionario de la RAE, aunque mejoró numerosas definiciones.
La parte analógica es, sin embargo, la más característica de este diccionario ya que permite al consultante encontrar el elemento léxico que desconoce o no recuerda a partir de otros conocidos. Un ejemplo de su uso sería el siguiente: si alguien deseara saber cómo se llama el hoyo que se cava alrededor de una planta para recoger las aguas de riego, puede dirigirse a la palabra hoyo dentro de la parte analógica. Allí encontrará una remisión a excavación. En la primera serie de excavación, en la que figuran voces afines a esta, entre gavia y pileta, se encuentra la palabra buscada: alcorque. Para confirmar que el hallazgo es certero puede dirigirse a la voz alcorque, en la parte alfabética; allí encontrará su definición.
El hombre detrás del libro
Sierra quiere acercar al gran público la figura de su abuelo, “un adelantado de su tiempo” y “una autoridad mundial” en lexicografía. Para ello han creado la página web www.juliocasares.es.
“Desde la idea a la palabra; desde la palabra a la idea” es el subtítulo de esta gran obra, que, escribió José María Pemán, fue “el primer esfuerzo gigantesco por sacar el idioma del puro desorden -por ser orden únicamente formal- del índice alfabético e introducir en este un orden conceptual, en el que las palabras se agrupen por afinidades y familias”.
Casares (Granada, 1877 - Madrid, 1964) “ordenó aquel caos alfabético, donde, por puras coincidencias iniciales, la ‘calandria’ estaba muy cerca de la ‘calabaza’ y la ‘poesía’ era demasiado vecina de la ‘policía’ o del ‘policlínico’”, decía Pemán en 1944.
Secretario perpetuo de la Real Academia Española desde 1939, Casares había intentado en 1921, en su discurso de ingreso, que el diccionario contase con el respaldo de esta institución, en la que creó el Seminario de Lexicografía y dirigió el Diccionario Histórico.
En aquel discurso expuso los criterios que darían lugar a su diccionario, que, como novedad, presentaba el léxico español clasificado por esferas de significación.
Antonio Maura, director de la RAE en aquella época, rechazó la idea por demasiado innovadora y porque le parecía “una quimera”.
“La Academia tiene olvidado a Casares”, dice Sierra, que lamenta que la RAE no reivindique la figura de su abuelo. Le dedicó “parte de su vida” e hizo mucho por difundir su labor en la serie de artículos La Academia trabaja, publicados en ABC.
El propio Casares hablaba sobre su diccionario en un folleto de 1944 en el que reconocía que esta obra podía haber sido “la mayor equivocación de su vida” de no haber estado convencido de que podía “prestar un servicio importante a la lengua y al pensamiento hispanos”.
Desde muy joven sintió “la inquietud de perder” los vocablos poco usados que le salían al paso.
Fue apuntando hallazgos como “interesal”, una palabra que había leído en Santa Teresa y que servía para calificar al “egoísta y codicioso que antepone a todo su interés personal”. Luego anotó “confiable”, dicho del que merece confianza... Y así fue agotando muchos cuadernos.
Tuvo la suerte de dar con el editor Gustavo Gili, que “buscaba con candil un lexicógrafo español osado y revolucionario que se atreviese a hacer un diccionario analógico de nuestro idioma, donde las voces se agrupasen con arreglo a su significación, prescindiendo de toda rutina alfabética”, escribía Casares en aquella época.
Datos
Eduardo Sierra recuerda que su abuelo fue también un crítico literario con textos como Introducción a la lexicografía moderna.
Para escribir el diccionario Casares alquiló una habitación donde instaló un “modesto laboratorio lexicográfico”.
En la primavera de 1936, después de 22 años de trabajo, estaba todo listo. Estalló la Guerra Civil y su casa fue saqueada. Perdió los archivos del diccionario, pero sí se salvó el material que el editor tenía en Barcelona. Tres años más de “ingrato trabajo” permitieron sacarlo a la luz en 1942.