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El Telégrafo
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Daniel Abreu sostiene con su cuerpo la palabra

En Perro, Abreu expone la idea del hombre que tiene que vivir de las apariencias a pesar de no tener nada.
En Perro, Abreu expone la idea del hombre que tiene que vivir de las apariencias a pesar de no tener nada.
Fotos: Lylibeth Coloma / EL TELÉGRAFO
30 de junio de 2018 - 00:00 - Redacción Cultura

Cuando el público entra al teatro a ver la obra Perro, Daniel Abreu está allí, solo, vestido de manera impecable, con una camisa blanca, un pantalón de tela y corbata. Parecería que fuera a hablar de negocios y no a danzar.

Amenaza al público que no se sienta rápido con un pedazo de madera. Cuando todos están listos en sus asientos, Abreu comienza la acción. Cambia de rostros con ayuda de su mano. Se impresiona a sí mismo.

Se traslada por el escenario con la lengua afuera. Coloca el trofeo de la caza, dos cuernos de venado, para luego despojarse de todo, desvestirse y mudar. ¿Qué dice un hombre a solas mientras danza y se despoja de sí mismo? Perro es la obra que Daniel Abreu más ha bailado por el mundo desde que la creó en 2006.

En escena, a través de su cuerpo, habla de las apariencias, “de todo lo que tenemos que hacer para mostrar todo el rato a alguien que no somos, alguien que se presenta muy bien vestido, con miles de caras, pero que al final no tiene con qué vestirse hasta que finalmente se desnuda y se encuentra, nota que con quien se enfrenta es contra sí mismo”.

Abreu da detalles de su obra en una entrevista horas antes de presentar su segunda obra en Guayaquil, en el marco del encuentro Fragmentos de Junio.

Los cachos del venado que llevó a casa representan la idea del triunfo, la caza de un animal que este hombre que intenta vivir de las apariencias se lleva a casa, aunque en el fondo no es nada más que un poco de naturaleza que ni siquiera le pertenece.

“La imagen del perro viene por esta idea de estar domesticado”, dice Abreu. Así se entiende la forma en la que incita al público a sentarse rápido con ese pedazo de madera, el intérprete también los domestica.

Luego, desnudo, intentando encontrar un camino solo usa aquel objeto como extensión de su sexo y posa con la idea de un miembro grande. “La sexualidad -dice Abreu- es una cuestión de poder y al final es algo que tampoco importa”.  

Abreu recibió el Premio Nacional de Danza, de España, en la categoría creación, en 2014. Una semana antes de viajar a Guayaquil ganó los premios Max de danza en las categorías Mejor espectáculo de danza, Mejor intérprete masculino de danza y Mejor coreografía.

Considera que los premios solo le permiten llegar a un público fuera del circuito teatral, en un mundo en el cual la danza contemporánea ocupa siempre una esquina del periódico. Cuando le entregaron el Premio Nacional de Danza el jurado lo justificaba al decir que lo hacían porque Abreu es “dueño de un lenguaje personal y por la creación de un universo propio sustentado en un código original, innovador y arriesgado”.

Para él, se trata de llegar cada día a su estudio de danza a hacer con el cuerpo lo que no puede decir, expresar y moverse con la necesidad de lo corporal.

“El lenguaje surge poco a poco, no sé cuándo empezó a fluir. Sé que los cuerpos se mueven en todas las direcciones posibles, que hay una expresión muscular siempre al límite, bailar lo que bailamos cansa, porque todo el cuerpo está en máxima tensión. Es ahí, cuando de estirar tanto aparece la esencia. Es así como intento trabajar”.

Considera que el trabajo con el cuerpo se construye cuando se cuela por la puerta de atrás y no es tanto por lo que el espectador tiene que entender, sino por lo que va sintiendo.

No le interesa contar historias de una manera teatral, para él, la danza tiene que ver más con las emociones y la creatividad “por eso bailo, porque tengo la posibilidad de expresar más cosas sin tener que cerrarlo, ni ponerle una sola palabra. Con el espectador trato de que por lo menos se lleve una imagen, que algo le resuene en la cabeza y no desde la provocación”.

El desnudo que hizo en la Casa de la Cultura, en su primera función en Guayaquil no fue provocador, fue sutil, estético al extremo y cuidado, es “mostrar la piel, mostrar la belleza y la pureza de la piel, decir lo que con la ropa no es posible”. (I)  

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