Coral retrata a La Alameda en "Tardes grises"
Hay un lugar de la capital en donde las gradas y pasamanos de un viejo edificio parecen sacadas de Las Escaleras de Penrose, del artista holandés Maurits Cornelis Escher. O de Las Cárceles de Giovanni Battista Piranesi si la imaginación del espectador es más atrevida.
La captura del lugar ubicado en las calles Matovelle y Canadá- la hizo David Coral, fotógrafo que sacó imágenes del barrio La Alameda con varios referentes de otras artes.
Esa imagen, y otras 21, son parte de la muestra Tardes grises que se abrió el 11 de septiembre en Cumandá. Estarán allí hasta el domingo 27 de octubre.
Si las cárceles de Piranesi fueron imaginadas, la ciudad retratada por Coral también lo es, sostiene la escritora y cineasta Ana Cristina Franco.
Para la autora, “toda ciudad esconde otra: esa gemela fantasma que la convierte en algo más que un cúmulo de hierro y cemento. La ciudad laberinto en la que, si se le abre la puerta al azar, todo es posible”. Incluso la infinitud, como en la obra de Escher.
La Alameda tiene al ícono que le da nombre cerca de un parque que parece amurallado por altos edificios, en el límite entre el centro y el norte de la ciudad. Ese entorno kafkiano está en el registro de Coral, pero también en novelas como El viajero de Praga, de Javier Vásconez.
“La ciudad tiene unos matices que solo partiendo de la literatura, de cómo están narrados, pudieron sorprenderme en una forma que no conocía”, explica el fotógrafo, que reside en Píntag.
Franco recordó que, en la novela citada, los oficinistas se protegían en “jaulas de cristal” y que, ya en La ciudad desnuda (2012), Coral había buscado “en las calles esos lugares que solo existen en las páginas de los libros, en los sueños o en la mente”.
Coral lleva seis años dedicado a la fotografía de calle, “seducido por esta puerta del Centro Histórico, aunque antes había reorrido muchos otros lugares de Quito”.
Los “mapas invisibles” de ciudades que cobran vida en las novelas de Enrique Vila-Matas también se recuerdan al ver estas fotos, ha reseñado Franco.
“En algún lugar de mi cabeza quedaron las descripciones de esas ciudades inventadas, pero no fui muy consciente de eso cuando hice las fotos”, admite el fotógrafo.
En Cumandá se aprecia la mirada que trabajó sobre una urbe cotidiana, formal, aunque decadente. “Un Quito muy masculino a excepción de un maniquí, unas monjas y la niña de la calle Matovelle”, dice Coral.
Hubo ocasiones en que vio personajes a los que siguió desde el bus hasta las calles. Eran sobre todo hombres, burócratas.
La espesura de Tardes grises es blanquinegra, pero devela que el autor hizo su trabajo en las tardes, cuando la luz mejora, para crear escenas de una “modernidad obsoleta”, mezcla de pasado y presente. (I)