Cruz y el Calvario se verán bajo otras luces
La procesión y su rito han sido capturados por François Lasso durante nueve años de su vida. No se trata de hombres cargando cruces, sudando sangre o beatas tras las velas en plegaria por sus pecados. Se trata de la mirada de quien ha transitado durante mucho tiempo observando al pueblo de Quito en un proceso religioso y cuestionando la crucifixión del ícono religioso de Occidente.
Un hombre afroecuatoriano con sus rostro famélico, quizá aguantando las intensas horas del sol de mediodía, ayuda en la procesión y con la esperanza de que irá al cielo sin purgar sus penas, tal como lo hicieran los ladrones arrepentidos en la cita de la Biblia.
Un pequeño niño Dios abre sus manos junto a unos pies suspendidos en el aire, o un sacerdote con la boca tapada espera a que inicie la ceremonia. Detrás, y de manera sutil, está la crítica a una religión que después de miles de años sigue conmocionando al pueblo. Por eso está la exposición “Otro cielo no esperes”, para relatar con fotografías que no existe nada extraterrenal arriba que se congratule por dicha demostración de sufrimiento en la Tierra.
Lasso, quien considera hizo el trabajo alejado de la fe, pudo observar que este es un tema intocable para el pueblo: “Desde mi postura, no acepto que nos sigan metiendo el cuento de que hay un cielo y sigamos siendo miserables en la Tierra, han pasado 3 mil años y ya está bueno”. Sin embargo, acepta ser respetuoso con las creencias de la gente y no los quiso usar para su discurso agnóstico, “ya que le han regalado segundos valiosos de su vida”.
El autor considera que en esta exposición se busca una mirada particular sobre las cosas, tal como cuando un escritor escribe un libro, y que lo debe hacer diferente al resto de escritores.
“Cuando alguien tiene una voz propia, puede enseñar cosas más valiosas a otras generaciones”, opina.
Por ello el autor ha utilizado un lente gran angular que lo obliga a acercarse a sus sujetos y rollo de película en vez de tecnología digital. Sus razones fueron que cuando empezó este proyecto no tenía las posibilidades de adquirir una cámara digital, además de estar totalmente acostumbrado a lo análogo.
“No me gusta irrumpir en el espacio, ya que la cámara es muy agresiva, por eso mi cámara pequeña. También porque soy de la vieja guardia y trabajo con más pausa. Si solo tengo 36 fotos en el rollo no puedo disparar 400 veces, eso me genera otro trabajo”. Ese ritmo muy particular hizo que se repensara el tema, y sobre todo los alcances de la fe en esta procesión que, vista desde el blanco y negro, se vuelve racional más que instintiva, que si hubiera sido capturada en color.
Frente a la pregunta de si su mirada corresponde a un clasicismo marcado por fotógrafos anteriores a él, comenta que pasar a una imagen por el procesador digital no lo convierte en algo contemporáneo necesariamente. “Hay una escuela en mi mirada, del profundo respeto que se le tiene a lo real. Me siento hijo de Mejía, de Cifuentes, de Avilés, es como una escuela que se abrió para vernos”, asegura, y añade que sus imágenes también son actuales.
Lasso explica que durante esta década ha observado que, en la procesión, la energía es más intensa en los años en los que el país estuvo en crisis. “Son momentos donde hay más fe y más movimiento”, afirma.
Las imágenes que se enfocan únicamente en Quito nunca se plantearon ser un registro de la fe, sino de observación de los rostros y lo paradójico de las situaciones.
“Creo que el oficio del fotógrafo es hacernos ver las cosas de manera diferente, no hay una inspiración genial”, concluye Lasso.