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Los caminos de la cibernética en América Latina

El artista establece diálogos entre los orígenes de la cibernética y el sistema incaico de encriptación Khipu.
El artista establece diálogos entre los orígenes de la cibernética y el sistema incaico de encriptación Khipu.
Foto: cortesía Óscar Santillán
01 de junio de 2019 - 00:00 - Redacción Cultura

El artista ecuatoriano Óscar Santillán (Milagro, 1980) tenía por costumbre tomar su bicicleta plegable para llegar hasta el tren y trasladarse a Ámsterdam a una residencia con astrónomos, donde intercambia posibilidades de ver el mundo.

Su trabajo artístico mutó de la exploración por la ciudad y sus símbolos para caminar por objetos de medición, formas de encriptar la realidad desde los conocimientos preincaicos a los primeros descubrimientos de la cibernética desarrollados en América Latina.

Hace unas semanas hizo uno de sus viajes periódicos a Ecuador, a propósito de una invitación a ser parte de la muestra La naturaleza de las cosas: Humboldt, idas y venidas, curada por Halim Badauzi, en el Museo de Arte de la Universidad Nacional de Colombia.

Aprovechó su situación geográfica para pasar por Guayaquil y dar una charla magistral el día de su cumpleaños, sobre los vínculos de su trabajo y América Latina con una ciencia que se puede pensar tan “soviética y de primer mundo” como la cibernética.

Viste zapatos Nike, pantalón Lee y una camiseta básica rosada. Empieza su clase magistral ante alumnos y curiosos, diciendo que no tiene las credenciales para hablar de esto, pues -alega que- ahora en el arte, parece que hay una especie de policía de las credenciales.

¿Qué es la cibernética?, se pregunta Santillán y recurre a 1940, a Alan Turing cuando empezó a pensar qué es una computadora antes de que exista una. Recurre a México, donde se realizó la primera reunión cibernetista, convocada por Arturo Rosenblueth, quien pensaba en un mundo conectado por computadoras, diseñado a partir de células y el sistema nervioso humano.

En los 70 el presidente chileno Salvador Allende hizo el primer intento por crear un gobierno cibernético, en el que todas las empresas nacionalizadas estuvieran conectadas a través de una computadora para transmitir información de modo instantáneo. En su intento participó uno de los genios de la computación, el británico Stafford Beer.

En el 71, Chile tenía tres computadoras antiquísimas que Beer logró conectar. Diseñó una sala para siete personas de cargos jerárquicos, sin una mesa de centro porque la llenarían de papeles y, obviamente, tenían ceniceros. Después de la caída de Allende, Beer se mudó al campo y se convirtió en una especie de ermitaño.

Pero tal vez, la cibernética, según plantea Santillán, debería remontarse al código khipu (quipu). En el siglo XVII Guamán Poma de Ayala escribió sobre los encargados de codificar este lenguaje, los quipucamayoc.

Un khipu, término curiosamente utilizado para la actual gestión digital del Gobierno de Ecuador, es un sistema de notación que existía en el mundo andino, especialmente entre los incas.

Ahora mismo, en Harvard están tratando de decodificarlo, porque se cree que, además de haber sido útil para el comercio, era una posibilidad de comunicación.

“Estos quipucamayoc habían sido a manera de historiadores o contadores de la razón y fueron muchos”, relata Fernando de Montesinos, un clérigo que escribió sobre la vida de los incas.

En 1533 los españoles prohibieron los khipus como parte de su política de exterminio de los conocimientos locales.

Hace poco, en Perú, una mujer se hacía llamar quipucamayoc. Mamá Licuna envolvía a sus muertos con khipus para que ellos sepan el camino en el más allá.

“Siento que Stafford Beer era un quipucamayoc. Y Mamá Licuna una cibernetista”.

El sistema andino además considera a las huacas, las montañas, como un lugar sagrado.

“Una montaña en el mundo andino es una fuente de subjetividad propia, el paisaje es un ente pensante. En las crónicas coloniales intenta describir qué es una huaca y no pueden”, dice Santillán.

En su búsqueda por los rastros del paisaje, Santillán llegó en 2016 a República Dominicana. El historiador Orlando Inoa le contó que Cristóbal Colón dibujó un mapa en su llegada a las Américas.

En un plano se ve la isla a la que llama La Española, en el océano Atlántico. Allí están República Dominicana y Haití.

 Según Inoa, cuando se encuentran los taínos, la tribu originaria de esta zona, con Cristóbal Colón, lo primero en lo que se fija el conquistador es en sus arreglos de oro.

Los taínos le contaron que había una isla en la que podía encontrar todo el oro. En el mapa de Colón hay un vacío, tal vez sea esta isla a la que se fue y no encontró nada. Tal vez los taínos se lo inventaron o era una mitología más compleja.

Santillán fue en busca de esa isla, guiado por el mapa de Colón y solo encontró agua.

Recogió toda la que pudo y la hizo evaporar, de manera que sus minerales pudieran convertirse en algo material y fijo, en la Isla Invisible de los Taínos, en Baneke.

Tal vez este, uno de sus intentos por dialogar con la naturaleza sea una forma de reconsiderar los códigos con los que los incas concebían su paisaje, las huacas, sus propias encriptaciones, sus diálogos interconectados.

La obra de Santillán está marcada por lo híbrido, por lo mestizo. Las crónicas y los sistemas de conocimiento que se prohibieron en el mundo andino son una pulsión recurrente que es posible recrear y retomar desde otras narrativas, sin nativizarlas. (I)  

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