A los 12 años, Ana Mendieta y su hermana Raquelin parten de Cuba con rumbo a los Estados Unidos en uno de los barcos de la Operación Peter Pan, una acción coordinada por el gobierno norteamericano y  la iglesia Católica para transportar a los hijos de padres cubanos perseguidos por el gobierno comunista.

Las hermanas llegan primero a Miami y pasarán los primeros años en los Estados Unidos viviendo en diferentes campos de refugiados y con familias putativas. Luego se asentarán en Iowa, donde Ana estudiará francés y arte.

Aún como estudiante de la Universidad de Iowa, entre 1970 y 1980, Mendieta desarrolla su serie Siluetas, una composición de performances de tono casi arqueológico que se desarrolló en diferentes lugares de México y Iowa, y que es considerado hoy en día su trabajo más relevante.

De las acciones de Ana Mendieta, trabajo que se cruza  entre el performance, el body-art y el land-art—, surge una urgencia por responder a la pregunta del origen del ser y su sentido de pertenencia en el espacio.

De esto, Mendieta dijo: “Es solo a través de un real y largo despertar que una persona puede volverse presente para sí misma, y es solo teniendo este sentido de presencia que una persona comienza a vivir como un ser humano. Conocerse a sí mismo es conocer el mundo, y esto, paradójicamente, es también una forma de exilio del mundo. Esta presencia de mi ser, este conocimiento personal es lo que me lleva a dialogar con el mundo a mi alrededor a través del arte”.

El sello que marca este periodo temprano en el trabajo de Mendieta es la silueta abstracta de su cuerpo. Con sangre, pólvora o barro la artista construye una imagen abstracta de su cuerpo sobre el cemento o la tierra de la costa de un río, y deja que la silueta interactúe con el espacio.

Estos ejercicios artísticos tienen un carácter meditativo y ritualista. En su pieza Corazón de Roca con Sangre (1975), la artista se sienta contemplativa, casi piadosa, junto a la silueta que ha excavado en la tierra. Con movimientos lentos, indiferente ante el espectador y la cámara, Mendieta vierte en el centro de lo que sería su pecho un puñado de polvo rojo.

Como si estuviera sumida en el trance de contemplar lo que es su huella la artista se acuesta en el hueco que ha cavado a la medida de sí misma y se queda allí hasta que la cámara se apaga.

Esta visión del arte como un ritual, como un objeto que es construido no solo a través de diferentes materiales sino también mediante varios  ejercicios, prácticas,  movimientos corporales y estados anímicos, nos remonta a un entendimiento místico del objeto artístico.

“Mi arte está cimentado en la creencia de una energía universal que corre a través de todo”, escribió Mendieta en 1980 sobre su práctica “de insecto a hombre, de hombre a espectro, de espectro a planta, de planta a galaxia”.

Después de varios años de restauración, 23 filmes que documentan su trabajo artístico han sido digitalizados y podrán ser vistos hasta el 22 de julio. Foto: Fotos: Martin Gropius Bau de Berlín

El arte como ritual aparece entonces como un objeto/evento que sirve de puente entre diferentes espacios físicos y metafísicos.

Es evidente que esa manera de ver el arte de Mendieta está influenciada por la tradición religiosa cubana. La artista  afirmó que “a pesar de que la cultura en la que vivo es parte de mí, mis raíces y mi identidad cultural son un resultado de mi herencia cubana”.

El trabajo de Mendieta trenza diferentes hilos de su vida personal y su biografía artística: su forzado desarraigo de Cuba, su relación con la naturaleza como eje de origen y retorno, su formación occidental influenciada por el movimiento fluxus y su tardío retorno a Cuba.

En Ochún (1981), la última pieza de la exhibición, la cual fue también uno de los últimos filmes que produjo la artista durante su carrera, vemos cómo todos estos puntos encuentran en el trabajo de Mendieta una síntesis.

El filme, grabado en Key Biscayne en Florida, deja ver una versión abstracta de la emblemática figura de Mendieta en la costa del mar. La silueta, hecha en barro, señala en dirección a Cuba mientras el agua del océano que separa ambos países fluye por en medio de ella.

A primera vista podría decirse que Mendieta entiende el agua, que antes realzaba las distancias, como algo que al mismo tiempo las disuelve. Pero un tercer elemento nos invita a realizar otra lectura.

Ochún, nombrado en honor a la deidad Orisha que en nuestra cultura corresponde a Venus, es la única pieza del trabajo de Mendieta con sonido. Esto responde, quizás, no solo a que en los años 80 Mendieta tenía acceso a nuevas tecnologías, sino que puede verse como una resolución final. La profunda intranquilidad por responder a la pregunta del origen del ser culmina cuando este pierde toda su forma humana y se convierte en pura sonoridad.

En 1973 Ana Mendieta realiza su “acción” Moffitt Building Piece, en la que derrama un balde de sangre de animal sobre un andén en la ciudad de Iowa y graba la reacción de los transeúntes al ver esto.

Como si Mendieta hubiera presagiado su muerte, o mejor, como si la obra del artista tuviera esa capacidad mágica de leer e interpretar los signos, el 8 de septiembre de 1985, después de haber tenido una agitada discusión con su esposo, ella sale volando por la ventana del trigésimo cuarto piso de su apartamento y cae sobre el cemento de Nueva York.

Es hermoso, de una manera trágica, pensar que el sonido del estallido, eso que dura tan solo un segundo en los oídos de alguien y que después de desvanecerse tiene la capacidad de resonar toda la vida, fue lo único que quedó de Ana. (I)