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El Telégrafo
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América reclama esa patria que es la lengua

El CILE 2019 tuvo ponentes de todo tipo: políticos, como el Rey de España; escritores, como Mario Vargas Llosa; periodistas, como Martín Caparrós; y subversivos, como María Teresa Andruetto.
El CILE 2019 tuvo ponentes de todo tipo: políticos, como el Rey de España; escritores, como Mario Vargas Llosa; periodistas, como Martín Caparrós; y subversivos, como María Teresa Andruetto.
CILE 2019
07 de abril de 2019 - 00:00 - Isabel Hungría

La escritora argentina María Teresa Andruetto había advertido que su discurso en la clausura del VIII Congreso de la Lengua iba a ser corrosivo. Y así fue.

Ya con el auditorio a tope, empezó su crítica disruptiva: “¿Para qué un congreso en estas pampas sin intervención local sobre sus contenidos, o es que la lengua de España es la misma que se habla en América?”.

Sentado a medio metro de ella, el poeta español Luis García Montero, director del Instituto Cervantes y uno de los organizadores del evento, tosía discretamente con cada arremetida.

Así, los dardos iban cayendo como tromba no solamente sobre el seno de la Real Academia Española, al otro lado del Atlántico, sino también sobre sus representantes que, in situ, escuchaban cómo la contestataria escritora de la “pampa”, les enrostraba sin tapujos sus "desaciertos".

“Más del 90% de los hablantes de la lengua española habitan en países de América, y menos del 10%, en España, sin embargo las variedades idiomáticas americanas no tienen tantas posibilidades de ser reconocidas por la Academia y, cuando lo son, pasan por formas folclóricas, americanismos”.

En el marco de la misma cita, el cantautor Joaquín Sabina había manifestado, dos días antes, que la lengua que servía para pelearse servía también para generar gotitas de magia. Podría decirse, entonces, que Andruetto llevaba consigo una varita, porque la ovación de los presentes, cuando finalizó su discurso, fue contundente.

Y es que este tipo de citas no están exentas de controversia, sobre todo por las incorrecciones o deslices de sus conferencistas. Fue precisamente en una de ellas, año 1997, que el más célebre de los escritores latinoamericanos, Gabriel García Márquez, propuso “jubilar la ortografía” ante la mirada atónita de los puristas de la lengua y los oídos incrédulos del auditorio.

Este año, en cambio, fue el turno de Felipe VI de España, quien en su discurso de inauguración le cambió el nombre a Borges llamándolo José Luis y no Jorge Luis.

Y la lista de “furcios”, para ir a tono con los americanismos, podría llenar este espacio, pero lo que se quiere ahora, o se intenta, es resumir los enunciados más relevantes del VIII Congreso Internacional de la Lengua Española (CILE) realizado en Córdoba, la semana pasada, donde la pléyade de la lengua, la literatura y el periodismo se paseó por los pasillos del Teatro Real y del Teatro del Libertador para dejar su impronta.

Hace pocos meses el periodista Roberto Aguilar, ecuatoriano, interpelaba vía Twitter a la Academia: “Las palabras propias del español de América, ¿no son propias del español? ¿Por qué tengo que buscar ‘pochoclo’ en el Diccionario de Americanismos y ‘beicon’ (horror) en el de la lengua española?”.

Ciertamente causa estupor que la “biblia” del español, o mejor dicho el DRAE (para exaltar su aire mayestático), no consigne la palabra “pochoclo” y sí registre “bacón”, anglicismo equivalente a “tocino” que en Latinoamérica nadie, o casi nadie, usa. 

Si bien es cierto que el acervo testado en cada congreso es inconmensurable, siempre se ha cuestionado la ausencia de las personas de a pie, gestantes de millones de términos que, solamente, alcanzan la calidad de legítimos cuando reciben la gracia de la pila bautismal de la Real Academia Española.

De ahí que los argumentos de Andruetto sean inapelables, más aún cuando manifiesta que el “bien decir se decide sin nosotros”.

El escritor Juan Villoro, invitado también al encuentro, parafraseó a Pablo Neruda cuando expresó que “se llevaron el oro, pero nos dejaron su oro”, en alusión a la lengua. Hoy por hoy, como resultado de la conquista, 600 millones de personas hablan español, por ello puede entenderse perfectamente al mexicano Villoro cuando dice (no en náhuatl, tampoco en tzotzil) que “los cambios deben ser naturales y progresivos, no imponerse por decreto ni ser solo artificiales o demagógicos”.

Y lo mismo sostiene Santiago Muñoz Machado, presidente de la Real Academia Española, cuando aclara que la academia no es la dueña del lenguaje, sino sus hablantes y que están equivocados aquellos que dicen que llamar “español” al idioma es imperialista.

Salta entonces la pregunta, ¿por qué cuando se trata de vocablos americanos el diccionario aclara que son “americanismos” y no lo hace cuando se trata de “españolismos”?

“Lo mejor que tiene una lengua es que es incontrolable, mal que les pese a sus academias y a sus satélites. La lengua no les pide permiso y no espera para seguir reproduciéndose y recreándose todo el tiempo”, manifestó Martín Caparrós, periodista argentino, en una suerte de reivindicación del lenguaje espontáneo. 

¿Durazno o melocotón? ¿Borde u orilla?

Andruetto, la conspicua disidente, contaba que una editora española había pretendido reemplazar en uno de sus libros la palabra “duraznero” por “melocotonero” con el argumento de que en España nadie entendería la primera alternativa.

Ese afán de invalidación que se percibe hacia el español de América también fue advertido por el cineasta mexicano Alfonso Cuarón cuando subtitularon su película Roma. Es decir, ahora ya no solamente se doblan las películas de lengua extranjera sino también las grabadas en el mismo idioma: en este caso, del español al español.

“No os acerquéis al ‘borde’” traducía la película cuando la frase original era “nomás no se vayan hasta la orilla”. “Me parece ofensivo, yo no necesito subtítulos para entender a Almodóvar”, se lamentó el director.

Asimismo, la lengua se ve asediada por intereses que superponen el capitalismo a ese precioso patrimonio lingüístico llamado dialecto, de ahí que durante el congreso también se abordara el “americano neutro”, recurso atribuido al práctico y efectivo señuelo monetario.

¿Cómo se reconocería a través del habla, si este recurso fuera norma, a un serrano que no asibilara la “r” o a un costeño que no aspirara la “j”? Poniéndolo en contexto (ecuatoriano), desaparecerían las “garrshas” y los “fójforos”. 

La nota hilarante del encuentro la puso Marcos Mundstock, integrante de Les Luthiers, al realizar, mediante videoconferencia por problemas de salud, un análisis del lenguaje: “¿Alguien sabe lo que es un bledo? Algún día un ejército de bledos se lanzará sobre los hispanoparlantes para vengarse de tantos siglos de ninguneo”.

¿Sujetador, sostén o corpiño? ¿Guay, chido o chévere? ¿Se necesitan instituciones reguladoras? Desde luego que sí. No se “consive” el español, o el castellano, sin la “existensia” de un “hente” que lo norme, pero hace falta mayor pluralidad.

Hace más de 500 años llegó una lengua que se regó por casi todo el continente y que permite que podamos disfrutar de las obras de Carlos Fuentes, Ida Vitale o Juan Ramón Jiménez sin las rémoras que imponen las traducciones, pero no es grato que el tomate que descubrieron los conquistadores en México, materia prima de su plato más emblemático (el gazpacho), regrese del Atlántico convertido en kétchup. (O)

Datos  

El oro por el oro 

El escritor y periodista mexicano Juan Villoro dijo que los españoles “se llevaron el oro, pero nos dejaron su oro”. Se refiere así al período de la conquista, producto de la cual más de 20 países en América tienen al español como lengua oficial.  

6 centenas de millones de hablantes de español hay en el mundo, la mayoría en América. De este lado del Atlántico se reclama más voz y voto. 

Reclamo frontal 

La escritora argentina María Teresa Andruetto hizo sus fuertes críticas sobre el congreso en frente del poeta español Luis García Montero, director del Instituto Cervantes, coorganizador del encuentro.

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