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Ecuador, 24 de Diciembre de 2024
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El Telégrafo
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Álvaro Manzano Montero, el maestro de la armonía y de la sindéresis

Álvaro Manzano Montero, el maestro de la armonía y de la sindéresis
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Abran sus oídos a toda clase de música, aconseja el maestro, pero al mismo tiempo expresa su rechazo a un género tan popular como grosero y pernicioso. Cortés, gentil y apacible, el director Álvaro Manzano Montero (Ambato, 1955) dialoga con diario El Telégrafo sobre sus inicios en la música, sus aficiones predilectas y sus planes futuros, todo ello enmarcado en la sindéresis y la humildad, cualidades que rezuma en cada cosa que dice y en cada palabra que pronuncia. 

En sus modales y en su vocabulario, las groserías están proscritas, por eso se asegura de que se tenga muchísimo cuidado al redactar una anécdota desopilante que narra más adelante, cuyo contenido finaliza con un grito furibundo y una oración altisonante. 

(Maestro, ¿puede acercarse un poco más al micrófono?) 

Cómo no, responde, con una sencillez que no es consecuente con todos los escenarios que ha pisado a lo largo de su trayectoria como Director de la Orquesta Sinfónica Nacional del Ecuador, honor que le supondría flotar sobre loas y aplausos, pero su virtuosismo como músico y como hombre cabal no se han visto erosionados por esas parafernalias. En 1985, se graduó con honores cum laude en el Conservatorio Tchaikovsky, en la clase del director Guennadi Rozhdéstvenski.

¿Cómo se involucra el maestro Álvaro Manzano en la música? 

Me involucré en la música desde muy niño. Hacía travesuras musicales con mis amiguitos; movía los brazos frente al tocadiscos y hacía ademanes que hablaban de una posible inclinación musical. Siendo niño, un sacerdote mercedario me llevó a estudiar música al conservatorio (Conservatorio de Ambato recién fundado en ese tiempo), y así empezó mi carrera. Paralelamente a mis estudios en el colegio por la mañana, estudiaba en el conservatorio por las noches, así inicié mi preparación. 

¿Tocaba algún instrumento cuando entró al conservatorio? 

Me inicié a los ocho años con el acordeón y la guitarra, e ingresé al conservatorio a los 11 años. Empecé a tocar el piano, tocaba varios instrumentos, principalmente el piano, y así iba al conservatorio, donde recibía además clases de varias materias. 

Si tuviera que elegir algún instrumento, ¿por cuál se decantaría: cuerdas, viento o percusión...? 

El que más me gusta es el violonchello y entre los instrumentos de viento el corno francés. Lamentablemente, no toco violonchelo, pero lo conozco bien y ahora cuando me jubile pienso empezar a tocarlo. 

¿Cuál ha sido el concierto con más público que recuerde? 

Lo recuerdo perfectamente y fue aquí en Quito, en el Parque  La Carolina, un 24 de mayo de 1990. Hicimos la Obertura 1812 de Tchaikovsky. Además de la Orquesta nos acompañaron dos bandas que solicitaron la partitura. Hubo cañones de salva, lanzados por los militares, y castillos de pirotecnia. Fue un espectáculo maravilloso que reunió a cerca de 30 mil personas. 

¿Algún concierto fuera del país que no olvide? 

He hecho muchos, pero quizá los de Islandia, un país por demás precioso, y con una orquesta de primera. 

Unos  oídos tan aguzados como los suyos, ¿qué escuchan en la intimidad del hogar? 

Escucho de todo, música de la llamada clásica y también buena música popular. Hay buena música popular, mucha. Por ejemplo ahora estaba escuchando a Chabuca Granda, que tiene una versión de valses con el guitarrista Óscar Avilés. Es maravilloso, se lo recomiendo personalmente. Escúchelo, por favor. 

¿Entre la música popular está el reguetón? 

El reguetón entre la música popular es lo único que no me gusta. Yo considero que el reguetón es música muy dañina para la juventud, es música machista que denigra a la mujer en cada canción, es música grosera, es música muy poco elaborada, aburridísima. Tiene un ritmo que pega en la juventud, lamentablemente, pero hay muchas otras músicas que pegan igual y mejor. La juventud se ha imbuido de esta música tan dañina precisamente, pienso, por el lenguaje inapropiado que tiene. 

Y entre los clásicos ¿a quién elige: Wolfgang Amadeus Mozart, Johann Sebastian Bach, Johannes Bramms, Ludwig van Beethoven? 

No tengo ningún favorito, me gustan todos. 

¿Pero alguno en especial? 

Me gustan mucho Gustav Mahler y Dmitri Shostakovich, pero no tengo preferidos. Bueno, quizá Bach. 

¿A qué director musical admira? 

Admiro mucho a Gerog Solti, un gran director húngaro que lamentablemente ya murió. Entre los ecuatorianos admiro al maestro Gerardo Guevara, que aún vive. 
Tengo muchos amigos directores, no solo aquí sino en varias partes. 

La música empieza cuando las palabra acaban... ¿Qué es la música para usted? 

Es todo, lo que me hace feliz, la razón de mi vida y la felicidad. 

Usted ha sido profeta en su tierra, circunstancia atípica, ¿cómo se vincula a la Orquesta  Sinfónica Nacional del Ecuador? 

Estaba terminando mis estudios en Moscú, en el año 1985, y me llamaron de la Orquesta Sinfónica para trabajar como director titular, obviamente, acepté sin dudarlo porque era la gran oportunidad para volver a mi país y entregar todo lo que sabía. Vine a pesar de tener ofertas de trabajo afuera. Antes de viajar a Moscú vivía en Ambato, donde nací, pero luego de que me llamaron de la Sinfónica me establecí aquí, en Quito. 

Compás de dos tiempos, compás de cuatro tiempo, tempo vivo... ¿A cuántos músicos dirige en la Orquesta Sinfónica Nacional del Ecuador? 

La Orquesta ha pasado de tener cerca de 90 músicos, a 50 y 70. Actualmente tiene 65. 

¿Y cómo están viviendo la pandemia? 

Se están realizando conciertos grabados en las casas y a partir de septiembre empezaremos a grabar ya en teatros, pero con grupos de no más de 16 personas para que todos guarden la distancia correspondiente.

¿Cómo ha vivido lejos de los escenarios, maestro? 

Tranquilo, sin salir, excepto para lo exclusivamente necesario, no más. Paso en la casa, escuchando música, y estudiando porque uno nunca deja de estudiar. Estoy preparando un curso de Historia de la Música y de las Artes que voy a impartir pronto... 

A lo largo de su vida debe tener tantas anécdotas como presentaciones. ¿Hay alguna que recuerde vívidamente? 

Estábamos haciendo en el Teatro Sucre de Quito una obra de teatro musical para niños que se llama "Pedro y el lobo", del compositor soviético Serguéi Prokófiev. Pues bien, siguiendo el argumento de la obra que se presentaba, un pato estaba nadando en una fuente y el lobo, con mucha hambre, rodeaba la fuente para comerse el pato, entonces el pato comete la imprudencia de salir de la fuente y el lobo se acerca, se acerca y se acerca (así iba la música, relata) hasta que lo atrapa y se lo come; en ese momento, en ese teatro virtuoso, lleno de público, sale un niño de por lo menos 6 años corriendo por el corredor central, se acerca al escenario y grita con todas sus fuerzas: "lobo hijue...".  Imagínese, usted, el teatro se vino abajo de la risa y el niño estaba indignado porque el lobo se había comido al pato. Yo estaba dirigiendo y tuve que suspender un momento la música porque el teatro no paraba de reír (asoma una risa sin estridencia). 

Maestro, ¿cómo era usted de niño? 

Siempre he sido reservado, todavía lo soy. De niño jugaba mucho, pero en casa, salía poco. 

¿Le gusta el fútbol? 

No me gusta el fútbol, me gusta la caminata, el andinismo; he subido muchas montañas de mi país. Me gusta estar rodeado de la naturaleza. 

¿Y cuál es su plato preferido? 

Los cangrejos, pero los de Guayaquil; en Quito no como. Cuando voy a Guayaquil, con toda seguridad, como cangrejos en Sauces. 

Podría decirse que en los premios Eugenio Espejo usted lideraba la terna en Arte y Cultura. ¿Le sorprendió que le hayan otorgado el premio más importante que entrega el Ecuador a sus mejores hijos? 

Lo recibí con gran sorpresa. Estaba viendo la televisión y de pronto escuché mi nombre, pero yo pensé que estaban nombrando a los nueve finalistas, entonces un amigo que estaba cerca me dijo: Álvaro, Álvaro, eres tú, ganaste. Así me enteré. Fue una enorme sorpresa y asumo este premio con mucho compromiso.

(Finaliza la entrevista prometiendo enviar una foto y precisar una fecha de la que tiene dudas; al cabo de un momento saca a pasear su bonhomía: envía lo prometido y agradece con amabilidad y circunspección).   

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