La modelo y fotógrafa lee miller tomó algunas de las fotos que se atribuyen a man ray
A ellas, la historia literaria les deberá algo siempre
Se sabe que Alma Reville trabajaba de guionista cuando conoció a Alfred Hitchcock durante su primera producción como realizador, a inicios de la década de 1920.
Luego de casarse en 1926, Alma renunció a la que podría haber sido una gran carrera de guionista, una donde brillara con nombre propio, para convertirse en la mano derecha del director de Psycho.
Como Reville, en el mundo del cine, del arte y la literatura existen montones de mujeres que son frecuentemente recordadas por ser “la esposa de alguien”, pese a haber sido parte fundamental en el desarrollo de la obra de ese alguien.
Vera Slonim tenía 23 años cuando se casó con un joven escritor que prometía -y que no decepcionó-. Se trataba de Vladimir Nabokov.
Nabokov escribía en todos lados excepto en la máquina de escribir de su escritorio, y tenía una especial dependencia hacia su esposa: ella era su mecanógrafa (hasta hubo rumores de que ella era la escritora), su chofer (él no sabía manejar) y su asistente cuando él dictaba clases en una universidad en Estados Unidos.
Pese a que el papel que desempeñaba Vera sugiere que era una especie de subordinada de su esposo, la literatura debería estarle eternamente agradecida: Ella era la lectora de referencia de Nobokov, y si no fuera porque ella rescató de la basura el manuscrito de Lolita en más de una ocasión, talvez el mundo jamás habría tenido la obra cumbre del ruso, que compartía con su mujer la pasión por el ajedrez.
Tras la muerte de Nabokov en 1977, Vera, que entonces tenía 75 años, se dedicó a terminar de editar y difundir la obra inconclusa de su fallecido esposo, al igual que Pilar del Río hace ahora con los escritos de José Saramago.
Los dos más grandes escritores rusos de la historia, Lev Tolstoi y Fedor Dostoievski, encontraron en sus esposas el equilibrio que necesitaban para no caer en desgracia. Sofía Tolstoi y Anna Dostoievskaia (que se encargaba de las finanzas en su casa), hicieron a sus esposos prometerles que dejarían el juego. Y cumplir la promesa. Ellos siguieron escribiendo y la literatura universal está en deuda con ellas.
En el mundo de la fotografía, del psicoanálisis y en los movimientos del arte moderno de la primera mitad del siglo XX hay algunas mujeres cuyas vidas están más a tono con el feminismo vanguardista.
A Man Ray se lo recuerda como el más brillante exponente de la fotografía dentro del movimiento surrealista, donde era amigo de figuras como Max Ernst, André Breton y Salvador Dalí.
Pero dentro de la reconocida carrera del autor de la obra fotográfica nombrada como Le violon d’Ingress, hubo una época de experimentación y creación fundamental acompañado de Lee Miller.
No era solo amante, musa y modelo de Man Ray a fines de la década de 1920. Era su colega y colaboraba con su trabajo surrealista.
Lee Miller dejó su carrera de modelo en Nueva York luego del escándalo que se originó cuando una fotografía de ella fue utilizada para promocionar la marca de toallas femeninas Kotex. Entonces se volvió fotógrafa y se mudó a París.
Ahí, Man Ray la contrató como asistente de su estudio y no son pocas las fotografías de autoría del artista que en realidad fueron tomadas por Lee.
En 1932, Lee Miller dejó a Man Ray y regresó a Nueva York para abrir su propio estudio fotográfico.
Quienes se hayan preguntado por quién suspiraba Friedrich Nietzsche, encontrarán que la respuesta también aplica para la misma pregunta con Rainer María Rilke, Paul Rée y Sigmund Freud.
Lou Salomé era una escritora rusa de tendencias liberales con una obra prolífica aunque poco conocida, en la que destaca el polémico estudio La obra de Friedrich Nietzsche de 1894.
Nietzsche, convencido de que ella era la única mujer que podría entenderlo, le pidió matrimonio, pero ella lo rechazó. En ese momento mantenía también una relación con Paul Rée, amigo de Nietzsche. Salomé propuso en cambio formar un trío, pero de creación intelectual.
Pese a que Salomé criticaba al matrimonio, en 1887 se casó con Carl Friedrich Andreas, un profesor de lingüística con quien estuvo hasta la muerte de él en 1930.
Sin embargo, su matrimonio no le impidió tener un largo amorío con el joven Rainer María Rilke, 15 años menor, y quien encontró en ella una influencia fundamental.
A través de Lou Andreas-Salomé, Rilke conoció la obra de Tolstoi (y a él lo conoció después), y le presentó al poeta y dramaturgo ruso Aleksandr Pushkin. Luego de terminado el amorío, Lou Andreas siguió siendo la consejera de Rilke.
Son mujeres a las que la historia pone detrás de autores que aportaron significativamente a una creación artística que marca en gran medida a la contemporaneidad. Y ya sabemos cómo es la historia. Vale preguntarse qué sería de nosotros si no fuera por sus aportes.