17 puñaladas no son nada
17 puñaladas no son nada (Mar Abierto/Eskeletra, impreso en Ecuador, sin fecha) es la antología personal del poeta (en el mejor sentido de la palabra) Pedro Gil, nacido en Manta hace cuarenta años y actual “profesor” (así lo definen sus editores) del Taller Literario de la Universidad Laica Eloy Alfaro de Manabí.
El volumen trae textos de los siguiente libros y menciones especiales del autor: Paren la guerra que yo no juego (1989), delirium tremens (1993), Con unas arrugas en la sangre (1997), Los poetas duros no lloran (2001), “Sano juicio (poemas escogidos)” (2004), “17 puñaladas no son nada (poemas escogidos)” (2008-2009), “Clínico (poemas escogidos)” (2010) y “El Príncipe de los canallas (cuentos escogidos)” (2010). En este último ítem, Pedro Gil publica tres cuentos pertenecientes a un próximo libro suyo que editará la Universidad Laica Eloy Alfaro de Manabí.
Ante esta selección personal tan sencilla y nada ditirámbica, solo nos queda el asombro de la gran poesía que contiene, desde aquella que estalla como un relámpago, más rápida que el discurso ensamblado del poema, por la velocidad de su luz, y nos dice, tal que paréntesis insólitos, relampagueantes textos como: “No estoy solo en el mundo, me acompaña todo lo que veo”; “antes de acostarte a morir/solicitas una mujer que te dé una mordida de amor”; “ qué harán los libros sin mi ignorancia”; “duerman tranquilos/hermanos mortales duerman tranquilos/hay cosas más interesantes que morir”; “el parto durísimo de mi poesía sietemesina”; “¿y cómo será Dios? ¿será un esqueleto borrachín? ¿ o un viejo hermafrodita; y, para cerrar con broche de oro: “hay que ser sinceros/¿la miseria/ es culpa de los miserables?
Pero Pedro Gil se reconoce entre los “escribidores” y nos invita a pensar que en algún lugar “de todas las ciudades anónimas” encontraremos “metafísicos del alcohol/insolentes micropoetas badulaques” e “imagino, creo, deduzco: los legalizados inolvidables poetas/mis gigantes poetas/en sus tumbas cabreados se asustan de tanto desperdicio de poemas/en la tierra me cabreo yo/ yo soy esos poetas”.
Y admitiendo la continuidad de los poemas, marca la realidad en su escritura, ya no estallando relampagueante sino con la velocidad pausada (y pautada) de las voces y los hechos de la cotidianidad que nutre a los micropoetas, pero sigue siendo poeta. incluso admitiendo sus momentos sentimentales, los de compromiso y los poemas de amor, porque “parecería /que estamos sorprendidos de seguir viviendo/y no podemo arrepentirnos de lo hecho” (…) “pero avanzo/bajo una nube de moscas/ ¿o es una nube de amor?/avanzo” para “encontrarme a mí mismo”(…) “vivir hasta que a Dios le dé la gana/nadie mancille/mi dignidad de miserable” (…) “y otro asunto clave/Dios no nos dio el amor para que nos mate/los suicidas son valientes, pero estúpidos”.
En esta tesitura, en esta dimensión ética, Pedro Gil se mantiene poeta en el amor, mostrando el espesor de su palabra en esta antología personal que merece el mayor de los aplausos.
Mientras tanto, yo me asombro de la patanería de los argentinos burlándose del apellido Angulo de una muchacha ecuatoriana, desmojonándose de la risa como si Giovanni Verga, conocido narrador italiano (hablo en serio, ver El pequeño Larousse I- lustrado, sección enciclopédica, página 1772) no hubiera existido y nunca habrían oído apellidos como Elano (el ano), Délano (del ano), Pinga, Pato, Ganso, Lamilla (la milla), o nombres como Próculo, Cornelio, Lesbia, y sobrenombres como Cara ’e piojo, Gallo hervido, Mango triste, etcétera.
Y ahora se me ocurre deambular por el origen de las palabras, como “atorrante” que viene de la marca A. Torrant de unos tubos gigantes utilizados en la canalización de barrio de la Boca en Buenos Aires, en cuyo interior dormían los inmigrantes que llegaban en oleadas a Argentina, a los que de ahí se dio el nombre. Pienso entonces en “pelafustán” y uniendo el “pela” (dejar pelado, despojado de todo) y “fustán”, tipo de enagua amplia (americanismo), pero nada que ver porque fustán, en su primera acepción. es un apretado tejido de algodón que en uno de sus lados tiene abundantes y largas pelambres.
Los que las cortaban eran los llamados pe la fustanes. Y un pelagatos era simplemente un don nadie, como el cojón izquierdo (cero a la izquierda), nada. Y “na que ver” con los gatos ni con dar gato por liebre, como podríamos inventar.
Como no doy una, cierro aquí mis aventuras de lingüista, lleno de mi ignorancia, como perro de fonda lleno de sobras de comida.