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El Telégrafo
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El Buda gigante aún deslumbra en China

El Buda gigante aún deslumbra en China
Foto: Jimmy Tapia / El Telégrafo
19 de agosto de 2018 - 00:00 - Jimmy Tapia

Wang Min Ze, de 22 años de edad, viajó 20 horas en tren desde la provincia de Qinghai hasta Pekín (China). Un traslado agotador, cuenta. Pero él no lo considera un sacrificio, pues quiere cumplir el deseo de su abuela, Qiao Jinghua, de 81. Empuja la silla de ruedas de la octogenaria en una mañana soleada para que ella pueda visitar el Templo de los Lamas.

Este es el espacio budista tibetano más importante que existe fuera del Tíbet. La mujer se levanta con ayuda de un bastón, que usa tras una embolia de años atrás. Sin embargo, eso no es un impedimento para que ella acuda a este espacio creado en el siglo XVII como palacio para el príncipe Yongzhen.

La abuela acude con el fin de agradecer a las diversas imágenes del templo por su recuperación y para poder ver de nuevo a Buda.

El color rojo está presente casi en todas las puertas, paredes y ventanas de este monasterio utilizado como tal desde 1744. En la entrada justamente una señora ataviada con un mandil de ese color regala varios inciensos atados con una cinta.

Los visitantes que los toman luego los encienden en quemadores de metal pequeños que están en los exteriores de las edificaciones.

Wang y Qiao los prenden, se paran frente a unos hornos grandes, que poseen ruedas, y se inclinan con las manos juntas como símbolo de su fe. Allí arrojan los palillos que caen en el fuego y forman una humareda que se expande por el aire. Otros tres miembros de la familia también los acompañan en el trayecto para movilizar la silla de ruedas a paso lento.

Wang, mientras camina, explica que ellos no conciben el budismo como una religión, como lo ven en occidente, sino como una filosofía de vida. “También pedimos por el bienestar de la humanidad”.

Para ingresar al templo hay que pasar por la Puerta del Palacio de Yonghe, que es la entrada principal a la residencia del Príncipe. Este punto fue construido en 1694 y convertido luego en el Palacio del Rey Celestial. En su parte central se encuentra la imagen de Maitreya rodeado de las efigies de cuatro reyes.

Las figuras de personajes con barbas y cejas pobladas adquieren un aspecto un poco tenebroso en los claroscuros que se forman con la entrada de la luz del sol.

Los creyentes se paran frente a ellos, en silencio, y reflexionan con las palmas unidas y arrodillados. Alguien que nunca ha ido a este sitio puede cometer tres faltas y recibir una reprimenda de los guardias por tomar fotos en el interior de las construcciones, por pararse en la parte inferior del marco de la puerta y por señalar con el dedo a las efigies.

El guía Song Yu explica que son comportamientos “de mala educación”.

Cuando hay edificaciones con puertas ubicadas a la izquierda, centro y derecha lo recomendable es entrar por la primera, que simboliza la vida pasada; las otras representan la vida actual y la futura, y salir por la derecha. “La vida es un círculo”, añade Song.

En los patios hay objetos dorados, de forma cilíndrica e inscripciones en chino, que giran sobre su propio eje. Algunos se detienen para hacerlos rotar con las manos y ver su fortuna.

Estos se encuentran por la Estancia Esotérica, construida en 1744 en el reinado del Emperador Quianlog. El sitio fue creado para que los lamas estudien el budismo tántrico.

La estatua de Tsongkhapa ocupa el centro. Decenas de imágenes están estampadas en figuras que llenan las paredes. Las personas de todas las edades ingresan como en una peregrinación a todos los espacios. Wang y Qiao están entre ese colectivo. Aunque lo hacen a paso lento.

Wang con mucha paciencia sigue a su abuela hasta el Palacio de la parte Este. Allí contemplan a Sakyamuni Buda. En otro de los salones llama la atención una urna, con forma de pez y dragón, llena de dinero y donde asoman billetes nuevos del más alto valor: 100 y 50 yuanes.

Esto se debe a que recientemente se realizaron en China los exámenes de acceso a las universidades, pues hay cupos limitados y solo aceptan a los mejores.

Las madres y los jóvenes acudieron al templo para hacer sus ofrendas y pedir a las efigies que les permitan ingresar a los mejores centros del país. En otros altares, por ejemplo, ofrendaron frutas.

La familia, tras dos horas de visita, logra llegar al sitio más representativo y de mayor tamaño del templo: el Pabellón de las Mil Felicidades. A la entrada existe una ánfora roja en la cual los fieles depositan una contribución económica voluntaria.

Un resplandor dorado destella desde el interior. Del lado de afuera no se distingue su forma, solo se visualiza un altar con flores, frutos y jugos en botella.

En sus paredes destacan tapizados azules y verdes. En el centro está un buda dorado que actualmente es el más grande del mundo (reconocido así por el Libro de Récord Guinness en 1990).

Sus dimensiones son 26 metros de alto, 8 metros de diámetro y una base que está a 8 metros debajo de la tierra. El material fue traído, con mucha dificultad, desde Nepal hasta Pekín.

Wang y Qiao levantan la cabeza para ver el rostro del buda oculto. No saben cuándo regresarán, pero creen que la fortuna de su visita los traerá de vuelta. (I)

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