Anvil se presenta por primera vez en el país y trae consigo sus 4 décadas en el heavy metal
Detrás del escenario hay un par de tipos a quienes les han salido algunas canas y decidieron ser músicos cuando tenían 14 años. Allí está el llanto de una mánager que relata la gesta épica de estar 4 décadas en la carretera y el líder del grupo maldice porque quienes los contrataron desaparecen al momento de pagarles.
—La vía fácil sería dejar todo esto y lanzarme a un barranco.
—Tú no podrías hacer eso, porque yo te detendría.
La salida desesperada es de Steve Kudlow y el salvavidas lo lanza Robb Reinier. Al primero lo llaman ‘Lips’, suele arrancarle distorsiones a las 6 cuerdas con un vibrador encendido y canta mostrando los dientes; al segundo le dicen ‘Robbo’ y agarra las baquetas con la precisión que requieren los pinceles, que retoma cada tanto en Toronto, Canadá.
Las escenas son del documental Anvil!: The story of Anvil (2008, dirigido por Sacha Gervasi, un exayudante del grupo) que devolvió a la banda a los carteles de festivales dos décadas después de que rozara la fama. A mediados de los 80, el entonces cuarteto compartía escenario con Scorpions, Bon Jovi o Whitesnake; para 2007 volvía a aparecer ante la masa metálica que apenas recuperaba la costumbre de emocionarse con la cadencia que le dio lugar al rápido thrash metal con el que Metallica recorrió el planeta.
Al igual que los australianos AC/DC, Lips y Robbo se mantuvieron fieles a la temática que abordan en cada canción, pero tuvieron que trabajar fuera de la música para sobrevivir porque -de forma casi inexplicable- las cifras jamás crecieron al ritmo de su ímpetu.
“El metal apela a una audiencia selecta. Esta gente no es conformista, se caga en las modas. Por eso el género nunca se fue, porque se convirtió en una forma de vida, más allá de un género musical. No somos una mayoría y nos deleita saberlo”, le dijo Lips a la revista Rolling Stone.
La perseverancia forjó al par de amigos que ya no usan trajes de cuero sadomasoquistas, pero continúan porque para ganar hay que aprender a perder que -como dice el poeta- es cuestión de método. (I)