La legendaria cafetería y dulcería La Palma, con más de cien años de existencia, impuso la tradición guayaquileña de reunirse con familiares, jubilados, amigos, compañeros de trabajo o de universidad para degustar y hablar de negocios, política, literatura, ciencia, celebrar cumpleaños, triunfos.
La Palma es un café guayaquileño tan famoso como un museo y lo importante es que con su ejemplo han surgido otros establecimientos en diferentes sitios de la ciudad para disfrutar de jugos, dulces, panes, bocaditos, cafés americanos, cortaditos, capuchinos, chocolates, sánduches.
Los cafés constituyen rincones perfectos para la convivencia, tanto de ecuatorianos como de extranjeros, por la calidez y el esmero en el buen servicio; Guayaquil sin sus cafés no sería Guayaquil, como tampoco lo serían París, Madrid, Buenos Aires.
Los cafés también han sido semilleros de cultura: el escritor español Miguel de Unamuno aseguraba que en los cafés madrileños se aprendía más literatura que en las universidades; Montesquieu y Voltaire solían reunirse con sus amigos en el café parisino Procope, monumento histórico y gastronómico; Discépolo y Mores manifiestan en el tango Cafetín de Buenos Aires: “(…) Sos lo único en la vida que se pareció a mi vieja, en tu mezcla milagrosa de sabihondos y suicidas, yo aprendí filosofía (…)”; periodistas y literatos nuestros, como Ignacio Carvallo Castillo, Bolívar Moyano, Carlos Calderón Chico, Fernando Artieda Miranda eran amantes de las tertulias de cafeterías.
La iniciativa y capacidad emprendedora de los guayaquileños y los extranjeros nos han dado la satisfacción de contar con varios establecimientos que están a la altura de los de otras ciudades del mundo; además, constituyen fuentes de trabajo. (O)
Lic. César Burgos Flor