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El Telégrafo

Noguchi y su guerra contra la fiebre amarilla

Noguchi y su guerra contra la fiebre amarilla
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En la lista de los extranjeros que pasaron por Guayaquil, Hideyo Noguchi resulta ser uno de los más notables. Fue un médico japonés que más ha brillado en la memoria nacional, especialmente en el grato recuerdo del pueblo guayasense. Y no es para menos, ya que a él se debe un valioso trabajo de investigación con el que descubrió el germen de la fiebre amarilla, una peste transmitida por el mosquito Aedes que mató a miles de ecuatorianos.

Noguchi nació en el año 1876, en un hogar pobre y sencillo de Sanjojata, un pequeño pueblo ubicado al noreste de Japón. Con gran esfuerzo, logró el permiso para ejercer el trabajo médico en su país natal, hasta cuando consiguió un viaje de estudios como asistente de investigación en la Universidad de Pensilvania, Estados Unidos, y luego como investigador de Virología en el Instituto de Ciencias Médicas Rockefeller.

Es allí donde desplegó su pasión por el estudio de ciertas enfermedades contagiosas como la sífilis o la rabia. Una vez demostrado su alto nivel investigativo, fue convocado a formar parte de la misión médica Rockefeller, cuyos escenarios serían más tarde las costas sudamericanas del Océano Pacífico, con el único propósito de encontrar la cura contra la fiebre amarilla, una epidemia de origen caribeño que se asentó en Guayaquil desde el año 1740 con los barcos que venías desde Panamá.



Este médico y científico japonés llegó a Guayaquil el 15 de julio de 1918, en el barco peruano Ucayali, precisamente cuando la ciudad estaba conmovida por el sinnúmero de muertos por este tiphus icteroide, particularmente por el deceso de la señora Jessie de Goding, esposa del cónsul estadounidense. Le dieron la bienvenida altos funcionarios de la salud, encabezados por el doctor León Becerra. Como buen japonés, de palabra corta y directa, empezó su trabajo científico, escudriñando los fenómenos de la fiebre amarilla en las personas afectadas y experimentando sus antídotos en aves y lagartos que él mismo cazaba en el río Guayas.

Y fue en el noveno día de estancia cuando detectó el tiphus amarillo en una joven indígena llamada Asunción Arias, de quien tomó muestras días antes de su muerte. En estos estudios bacteriológicos también participaron los médicos ecuatorianos Francisco Campos, Modesto Carbo Noboa, Roberto Leví Castillo, Wenceslao Pareja y otros galenos extranjeros.

Una vez detectado el virus, Noguchi procedió a producir la vacuna con la introducción de la enfermedad en cuyes, perros, gatos y monos, de modo que para septiembre de 1918 ya tenía la vacuna que fue aplicada en Quito, con 22 soldados del Ejército que viajaban rumbo al Puerto. De éstos, doce enfermaron de gravedad y siete murieron, por lo que había que duplicar la dosis de aquella vacuna preventiva. Así también, desarrolló una campaña de salud pública que se trataba de:

a) Aislamiento y protección de los enfermos.

b) Fumigación permanente en los sectores urbanos con mayores focos de contagio.

c) Registro minucioso de los contagiados.

d) Purificación del agua.

e) Lucha permanente contra el mosquito Aedes.

De estos trabajos, se llegó a conocer que entre los años 1910 y 1919 hubo 2.634 contagiados de fiebre amarilla y un número menor de muertos. Con la labor salvadora de Noguchi, la población guayaquileña amanecía más tranquila por el control y el buen manejo del virus, a tal punto que en diciembre de 1920, la ciudad fue declarada libre de la fiebre amarilla. En reconocimiento a este noble trabajo científico –sobre todo humano-, el presidente Alfredo Baquerizo Moreno le nombró Coronel Honorario de Sanidad y Cirujano Mayor del Ejército ecuatoriano. De igual manera, la Universidad de Guayaquil le otorgó el nombramiento de Profesor Honorario.

Este célebre médico japonés partió desde Guayaquil rumbo a México en diciembre de 1919 con todos los honores y elogios. Tan merecidos, claro está. Murió en Acca-Ghana, allá en África, en 1928, haciendo sus experimentos para salvar vidas en ese continente. El Ecuador ha honrado su aporte a la salud pública con el nombre de una calle y un busto del artista Tony Balseca en Guayaquil, y otro busto en un pequeño parque de Quito ubicado en la calle Japón. (I) 

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