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“Para escribir es preciso quemarse entero”

“Para escribir es preciso quemarse entero”
29 de octubre de 2012 - 00:00 - Ernesto Carrión, Poeta y editor

Se dice que la poesía viene de un lugar desconocido, sin embargo su enigma está vinculado a la persona que la escribe, en una especie de autodescubrimiento y autodevelación de un sujeto que es a la vez social e íntimo, único y plural. ¿Cuánto de esto sientes como cierto? ¿Y cómo lo relacionas con tu obra?

Siento que se escribe desde una cierta irreparable desesperación y a la vez desde una también imposible alegría, del encuentro de esos fantasmas nace la escritura. La escritura es como las cenizas que quedan de un cuerpo quemado. Para escribir es preciso quemarse entero, consumirse hasta que no quede una brizna de músculo ni de huesos ni de carne.

Es un sacrificio absoluto y al mismo tiempo es la suspensión de la muerte. Es algo concreto, cuando se escribe se suspende la vida y por ende se suspende también la muerte. Escribir fue para mí mi ejercicio privado de resurrección.

Al momento de encontrarse ante uno de tus libros lo primero que asalta al lector es la noción de que el poema ha sido relevado por la noción del libro. Estos poemas sirven como piezas de un todo general que apunta a confrontarnos con una realidad política, épica, religiosa y territorial. ¿Bajo qué lineamientos has fortalecido esta idea del libro como una totalidad unitaria versus el libro de poemas recopilados? 

No hay un versus. El libro de poemas se quedó atrás del mundo y si llegase un ET a la tierra y su única información fueran los libros de poesías llegaría a la conclusión de que más allá de algunas angustias privadas, en la tierra no ha sucedido prácticamente nada. Vivimos en la época de la agonía de las lenguas y su sustitución por la omnipresencia del idioma de la publicidad.

Es ese largo periplo que va desde la plenitud de los grandes textos arcaicos en los que la palabra y lo que nombra parecieran ser una sola cosa, esos “Cólera, canta diosa, la del pélida Aquiles” hasta los “Vive el chispeante mundo” de Seven up, en el cual ninguna palabra nombra lo que nombra ni ninguna frase dice lo que dice, bueno esa agonía marca también el fin de la poesía, al menos en las formas que fue tomando en 2800 años, está tocando a su fin, y las toneladas y toneladas de poesía autista, del yo y yo y yo, que se producen al mes, son una de las pruebas más elocuentes de ese fin.

Pero fue un gran arte, que fundó lo humano, y lo que menos se merecen es terminar con una mínima grandeza. Está bien, como dijo Nicanor Parra. Los poetas bajaron del Olimpo, perfecto; se merecían sus vacaciones, pero ya tomaron y descansaron lo suficiente, y ahora para arriba de nuevo, a trabajar otra vez y componer los últimos grandes poemas de este gigantesco atardecer, a despedir con fuerza a este inmenso arte que muere.

De vuelta al Olimpo entonces, a entonar las últimas estrofas del horror y de la maravilla de estar vivos en un mundo que es tiempo e historia y que segundo a segundo construye su apocalipsis y su nuevo amanecer.

La historia violenta de Chile, su dictadura militar y los desaparecidos están dentro de tu obra en libros como Anteparaíso, Canto a un Amor, Desaparecido e Inri, entre otros. ¿Crees que la poesía puede divorciarse del individuo, de su historia personal (incluso cuando ésta, como en tu caso, abarca inquietudes sociales)? ¿Y hasta qué punto la geografía y la historia de Chile, recreada en tus libros, son las dimensiones de la vida del propio Raúl Zurita?

No existen esas separaciones. Lo público siempre tiene una dimensión íntima y lo íntimo siempre tiene consecuencias públicas. Naturaleza e historia, vida personal y destino colectivo no son cosas separadas en las vidas concretas de los seres humanos, en sus experiencias diarias.

Tocar esa unidad básica de la experiencia es lo que separa la gran poesía de los grandes relatos, que son siempre, tomen la forma que tomen, una indagación en los comportamientos. La Divina Comedia es un poema infinito porque en sus múltiples dimensiones políticas, biográficas, geográficas, psicológicas, históricas, teológicas, muestra la inabarcable pluralidad de la experiencia de cada ser humano que ha pisado y pisará la tierra. Un solo instante de la vida de cualquiera reúne tiempos inabarcables, infinitas historias, novelas, instantes, recuerdos, sueños, visiones. Sólo la poesía puede dar un vislumbre de eso.

¿En qué momento de tu vida, y en qué contexto, decidiste que la poesía sería la herramienta para tu discurso vital?

Comencé a escribir bastante joven, pero fue mientras estudiaba ingeniería que me di cuenta de que se venía pesado, pero aunque la mitad de lo que sería mi primer libro, Purgatorio, lo escribí allí, antes del golpe de Pinochet el 11 de septiembre de 1973, la verdad es que no tenía idea de lo que me esperaba. El mismo 11 caí preso y fui a dar con miles a la bodega de un barco usado como tantos como prisiones y centros de tortura. No fue un largo tiempo, no más de un mes, pero salí de allí con el mundo completamente roto y la poesía no me podía importar menos.

En 1975 tuve otro episodio con los militares en medio de la pesadilla chilena; en sí fue algo menor, pero igual la humillación me hizo recordar esa archifamosa frase de que si te golpean en una mejilla pon la otra, y yo entonces quemé la mía. Fue encerrado en un baño con un fierro al rojo. No fue una “performance”, estaba completamente solo. Horas después comprendí que con ese acto solitario y seguramente demencial, había comenzado algo.

Tuve una imagen de un recorrido que debía terminar con el vislumbre de la felicidad. Cuatro años después la fotografía de la cicatriz fue la portada del primer libro, Purgatorio. Casi 20 años después, mientras sobrevolaba una frase trazada sobre el desierto de Atacama, me di cuenta no sin sorpresa que había terminado.

¿Crees que la verdad es un elemento indispensable para el poema?

La verdad no tiene que ver con la poesía. La poesía es muy anterior y mucho más importante que la verdad. Hay un poema contemporáneo por lo demás a La Ilíada, la “Teogonía” de Hesiodo, que describe la historia que va desde la creación del mundo hasta que Zeus llega a ser el soberano de los dioses, en cuyo comienzo las musas se le presentan a Hesiodo diciéndole que “nosotras podemos decir muchas mentiras con apariencias de verdad y también decir la verdad cuando nos plazca”, por lo que nunca el poeta sabrá si lo que le dictan es verdad o es mentira. Esto marca la gran diferencia entre la poesía y la religión; en nombre de la poesía nadie puede condenar ni matar ni asesinar a nadie porque a diferencia de los libros dictados por dios, es decir, por la verdad, y que como tal da el derecho a extirpar, mandarlos a la hoguera, degollarlos o ponerles una bomba,  a los otros, a los que están en el error.

En Chile las acciones de arte adquirieron otras dimensiones con el Colectivo de Acciones de Arte (CADA), del que formaste parte, y que intervino en la escena artística en un momento de violencia y represión absolutas. Algunas intervenciones como “Inversión de escena”, cuando se cubrió la fachada del Museo Municipal con un lienzo blanco, o las cientos de miles de volantes arrojadas en las comunas de Santiago donde se leía: “Nosotros somos artistas, pero cada hombre que trabaja por la ampliación, aunque sea mental, de sus espacios de vida es un artista”, son demostraciones de un activismo de fe y compromiso con las circunstancias políticas de entonces. ¿Crees que en el mundo de hoy hay espacio aún para el activismo político desde la poesía?

Mira, yo he tenido muy pocas ideas en mi vida, apenas dos o tres y por eso tal vez las he perseguido con tanto ahínco, porque son muy pocas, no he tenido más. No puedo responder en abstracto, la verdad es que un arte sin la dimensión política me es absolutamente indiferente.

Porque el fin de la poesía constituye en sí un hecho político de dimensiones siderales y lo único que podemos desearle a los que vengan, en caso de que nos importen los que vengan, es que lo que emerja sea una civilización de paz, menos violentos que los tres mil años de la civilización de la escritura, y en los que la poesía, desde Homero hasta el Canto General de Neruda, le tocó registrar la cólera de Aquiles y la perpetuidad de sus consecuencias.

En términos de lenguaje en relación con la velocidad en que circula la información, ¿crees que la tecnología ha influenciado en la poesía de nuestros días? ¿Y de qué forma?

La poesía de nuestros días no está en la poesía, no está en todo caso en esas insufribles camionadas y camionadas de poesías del yo y mal puede la tecnología o lo que sea influir en algo que no está, que dejó de existir.

Lo que está emergiendo con las tecnologías es algo completamente distinto, y en lo que respecta al fin de la poesía, les corresponden a ustedes, poetas del tercer milenio, escribir los últimos grandes poemas del final de la escritura, levantarlos desde las cenizas de estas lenguas infinitamente demolidas, trituradas, incapaces ya de seguir cargando con la violencia que les ha impuesto la historia, para que finalmente La Ilíada, el poema de la cólera, pueda finalmente ser enterrado en paz. Les toca a ustedes en suma, reintentar el amor.

Hace más de cien años Lautréamont dijo que “la poesía se hace entre todos”; en algunas ocasiones has manifestado estar a favor de la apropiación literaria para la creación de nuevos contenidos. Esto plantea un concepto de colectividad en la escritura interconectando autores entre sí (quizás estamos hablando de un lienzo horizontal o un rizoma infinito en el que la idea del autor sería obsoleta). En el campo de las artes plásticas esto ya es una práctica aceptada; ¿por qué crees que en el campo de las letras existe un rechazo hacia este concepto? ¿Y cuál es tu concepto de poesía?

Sí, el apropiacionismo en las artes visuales. Los hombres de letras en general suelen ser bastante más reaccionarios, tal vez porque a diferencia de los artistas visuales que ya definitivamente con Duchamp rompieron con la noción unívoca de soporte, están atados a un artefacto, el libro, cuya tecnología data de hace cinco siglos.

Sea lo que sea, siempre me llama la atención que los delatores de plagios, los que ponen los ojos en blanco horrorizados delatando a la falta a la verdad, al robo, exigiendo la hoguera pública para el malhechor, son siempre tipos muy menores, como si lo que realmente ansiaran es que alguien los honrase tomándoles algo a ellos.

Porque el caso es que ¿alguien se imagina a Neruda acusando a otro de plagio, o a Picasso o a Pound? Es absolutamente inimaginable. Es una constatación empírica, y los supuestamente plagiados deberían sentirse orgullosos de ser parte de una historia que incluye el Canto General de Neruda, el Ulises de James Joyce, Les demoiselles d’Avignon de Picasso.

Pero detrás de esas delaciones hay una claudicación que rechazo visceralmente sobre todo si se trata de intelectuales de izquierda: es su claudicación ante el dogma de la propiedad. Todas las obras no son sino destellos, pequeñas olas del mar general del habla del que surgen y en el que vuelven a hundirse, a una de esas olas la llamamos Platón, a la de más allá Sonetos de Shakespeare, a esta otra Residencia en la tierra, pero todas ellas le pertenecen a ese océano inagotable que es finamente el único autor: el habla anónima de los pueblos, los lenguajes de la tribu. A ellos es a los que debería pagárseles derechos y no a esas sombras que litigan entre ellas y que creen haberlas escrito. Allí, en ese océano emerge aquello que casi tres mil años nos acostumbraron a llamar poesía: esa nada cuya belleza puede enloquecer.

En tu poesía hay ausencia de adorno adjetival (esas montañas, valles, playas y desiertos adquieren otros significados precisamente por esto), además existe un corte matemático (lo que está amputado genera creación), y una intuición lógica-épica que parecería flotar sobre los versos incrustados muchas veces a modo de salmos. ¿Qué te llevó a la confección de este tono tan particular? ¿Y cuánto de intuitivo hay en tu trabajo?

Es que estudié ingeniería. No sé por qué he escrito exactamente lo que he escrito, es decir, sé hacia dónde quiero ir, pero por qué puse esa palabra exactamente, por qué el poema tomó exactamente ese rumbo, porque siempre aunque  tenga un diseño, el resultado siempre me sorprende. Cuál es ese dios de la lengua que instalado en el corazón vacío de las palabras te tuerce los significados, te arrebata la frase en el momento mismo en que la ibas a escribir, que cuando ibas a poner la palabra amor te escribió la palabra odio, que cuando ibas a escribir vida te puso muerte, que cuando dijiste día te escribió las palabras más oscuras de tu noche. No lo sé. No lo sabe tampoco Borges, no lo sabe tampoco Paz, no lo sabe Paul Celan, tampoco lo sabe Shakespeare. Nadie lo sabe.

La liberación de la poesía del formato de los libros, a través de tus intervenciones monumentales realizadas sobre el desierto de Antofagasta (geoglifo de tres kilómetros donde puede leerse el mensaje “Ni pena, Ni miedo”) y sobre el cielo de Nueva York con aviones de humo (“Mi Dios es hambre”, “Mi Dios es herida”, “Mi Dios es chicano” “Mi Dios es carroña”, entre otros) responden a la idea de integrar la poesía con la vida y el paisaje de los demás. Sacando el poema del libro y liberándolo violentamente a la realidad inmediata, ¿cuáles fueron las reacciones que causaron estas intervenciones? ¿Tienes planificada alguna más?

No me preocupé ni me preocupa averiguarlo, ¿para qué? De lo que me tocó o alcancé a hacer, esas escrituras sobre el cielo y el desierto son las obras más íntimas, las que más han vivido dentro de mí.  Falta una: son 22 frases sobrepuestas en los acantilados de la costa norte de Chile y que sólo podrán ser vistas desde el mar. Pero es posible que la vida no me alcance para realizarlas. Está bien, también no deja de ser para mí emocionante que esas frases sobre los acantilados mueran conmigo y que sólo yo las haya visto en toda su demencia y belleza.

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