La literatura local genera una polémica
“No hay deuda que debamos pagar ni camino que sortear”
Eduardo Varas, escritor y periodista
1) Para quienes crecimos en los 80 y ahora escribimos en Ecuador, la situación es clara: no tenemos alternativa.
2) Ya no escribimos para rendirle tributo a alguien, ni para romper algo. Lo hacemos porque no hay remedio, porque nos hemos quedado en el camino y en el fondo no tenemos algo de qué asirnos... Los payasos tristes no lamentamos nada, ni recogemos nada; lo que hacemos es liberarnos de todo. No estamos buscando algo en particular: lo que queremos es ser consecuentes con nuestras decisiones de escritura... No somos ni mejores ni peores de los que vinieron antes, somos inevitablemente distintos, y quizá no nos importe mucho esa diferencia... Nos criamos con una narrativa local ausente y por eso la literatura que nos movió de niños no conocía de límites geográficos o de necesidades nacionales... No hay ninguna deuda que debamos pagar, ni camino que debamos sortear.
3) ¿De qué narrar en un Ecuador del siglo XXI? Ya no estamos en búsqueda de algo en concreto; ahora mostramos el resultado de toda búsqueda y narramos para reflejar lo que obtuvimos de ella: miramos a la humanidad, ese último bastión de creación que nos queda, y construimos ese nexo individual, ese puente que nos permite comprender de alguna manera qué es todo aquello que nos pasa… Al ser invisibles, las correcciones nos importan muy poco… Porque fuimos discriminados, crecimos en terror, vivimos en ausencia y nos interesamos por la narrativa a pesar de no tener los recursos bibliográficos a la mano, o una sociedad con cultura lectora... Ecuador es el campo de la narrativa que intenta y prefiere quedarse en el intento.
4) En Ecuador nunca surgió un exponente nacional que nos pusiera en alto el listón dentro y fuera del territorio, que nos exigiera, que nos demarcara algo. Podríamos asumir que ciertos nombres entrarían en esa lista, pero eso no dejaría de ser impreciso. ¿Dónde está el problema? ¿En la calidad? ¿En la vocación casi nacional de sentirnos los últimos? ¿En la necesidad de callarnos? ¿En la vergüenza de exponernos? La respuesta podría tener un poco de cada una de estas precisiones, pero lo mejor de estos cuestionamientos es que ya no nos interesa encontrar aquella explicación. ¿Es que en realidad importa no tener obras representativas a nivel regional o que no haya autores mayores de 70 años que tengan la misma relevancia de nuestros vecinos García Márquez o Vargas Llosa? No, realmente no nos importa... Nuestra vida, en esa edad en la que todo es novedad, se redujo al desconocimiento casi total sobre las letras ecuatorianas, porque éstas no aparecían (la apreciación podría ser discutida, porque lo que existe son excepciones que confirman esta regla). Tuvimos que enfrentarnos por nuestra propia cuenta a lo que había sucedido en el país; debimos crecer con ausencias de padres, por lo que el cacareado parricidio nos sabe a sitcom, de las malas.
5) A los payasos tristes nos da lo mismo la política que un pastel de zanahoria; la sensación de pertenencia o identidad nacional tiene el mismo peso que una frase de Woody Allen o un cuento de Philip K. Dick; El Capital de Marx es otra de esas biblias que hay que olvidar y el dinero es el impedimento para conseguir más libros. Tribu sí, de Carlos Béjar Portilla y En la ciudad he perdido una novela, de Humberto Salvador, descansan en el velador de nuestras habitaciones junto a Luna Park, de Bret Easton Ellis y Plataforma, de Michel Houellebecq. Para nosotros no hay mucha distancia entre páginas importantes de Demetrio Aguilera Malta y de David Foster Wallace: es lectura y experiencia.
6) La visibilidad no nos interesa porque hemos permanecido ocultos y hemos descubierto la ventaja de la indagación por encima de otros. Hoy, la visibilidad es una condición que la tecnología permite y sería absurdo buscarla. Por eso no debemos luchar por lo inevitable; ahora solo debemos escribir.
7) Los payasos tristes entendemos que las letras son en sí revolución y los pleonasmos no sirven con ellas. Hay otros que asumen que sus ideas son sinónimo de calidad y caen en errores compasivos... Aquellos payasos tristes que partimos desde un pasado que no existió, o que si existió prefirió quedarse en sus propias discusiones e inconvenientes, sabemos que no somos buenos; no nos interesa ser los grandes narradores del Ecuador.
8) Los que crecimos en la sensación de que el mismo país nos suspendía en el vacío, que nos expulsaba a la migración para conseguir los dólares nuestros de cada día y que nos volvía más esquizofrénicos que de costumbre, no creemos en Ecuador con una conciencia mágica de pertenencia. Aquellos que crecimos con la experiencia de una narrativa añeja (como la de la Generación del 30) nos enfrentamos a la certeza de que eso que se lee todavía como novedad y grandeza es ya un pasado que no negamos, pero que preferimos leerlo en un panorama mucho menos sacro, como buenos discípulos de la invisibilidad... La literatura, insisto, es un oficio ético y por eso la narrativa que se hace en el Ecuador de 2011 es esa narrativa que quiere contar, que no quiere instruir ni delimitar caminos. No guía ya, porque entendió que no debe guiar nada como objetivo final. La narrativa que se hace hoy en Ecuador se mueve como espectro preciso, no quiere probarle nada a nadie, porque querer probar algo en un país que tuvo muy poco es una empresa con poca lógica. Nuestra narrativa no entiende de límites creativos porque creció en este país, que más que ofrecer libros nacionales ofreció televisión por cable a adolescentes que absorbieron lo que más pudieron (gracias a que MTV funcionó en señal abierta durante 4 años). Es una escritura que no se sujeta a nada sino a dictámenes del ser que las crea… ese ser invisible.
9) Lejos de la calidad y de sus características particulares, los payasos tristes somos muchos y con diferentes búsquedas e intereses. Somos los que escriben, los que se desgastan en el reino de lo invisible, los que luchan por publicar… en un país donde hacerlo es un negocio tan rentable para ciertas editoriales que se las dan de honestas cuando son vampiros que exprimen a jóvenes al publicar sus obras a cambio de 3.000 dólares, por ejemplo. Lanzo una lista innecesaria de narradores, porque entre los payasos tristes hay mucha gente que he leído (a algunos en manuscritos, porque todavía no pueden publicar por falta de espacios o recursos) y que debo nombrar por simple acto de conciencia: Jorge Izquierdo, María Balladares, Luis Borja, Yanko Molina, Solange Rodríguez, Edwin Alcarás, Sabrina Duque, Bolívar Lucio, Juan Fernando Andrade, María Fernanda Ampuero, Jorge Luis Cáceres, Eduardo Adams, Esteban Mayorga, Juan Secaira, Andrés Cadena, Juan Pablo Castro Rodas, Silvia Stornaiolo, Miguel Antonio Chávez, María Fernanda Pasaguay, Luis Alberto Bravo y Denise Nader… entre otros.
10) En síntesis: No negamos el pasado… el pasado nos negó. No aborrecemos lo de antes, lo de antes vino a quedarse y se niega a ir. Al final del día la ventaja de ser invisibles es una paradoja completa. No se trata de escribir alejado de lo que pasó y no pasó: se trata de escribir a pesar de lo que pasó y no sucedió.