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El "Rucuyaya" y los chasquis divierten a los cañaris
Quienes lo escuchan sienten miedo, alegría, tristeza, enojo, aunque al final siempre hay un punto de reflexión o una lección.
La idea es divertir a los jóvenes y heredarles esta tradición ancestral.
La cultura cañari también se caracteriza por tener buen sentido del humor, por eso crearon el personaje “Rucuyaya”, el bufón popular, un hombre mayor que hace bromas, echa chistes y logra que quienes asisten a las fiestas se diviertan.
Dentro de la tradición oral cañari también hay relatos mestizos que hablan de almas en pena, se detalla en el libro “Cultura popular en el Ecuador, tomo Cañar”, de Harald Einzmann y Napoleón Almeida.
Dentro de los relatos se evidencian elementos simbólicos de la cultura andina como las huacas y los gagones, en donde los mismos pobladores fueron testigos o vivieron estas experiencias.
Así dejaron de ser simples mitos para convertirse en anécdotas inolvidables.
En la antigüedad existían dos pueblos grandes, uno en lo que hoy es Quito y otro en lo que ahora corresponde a Cuenca.
Los habitantes tenían como jefe al inca Atahualpa, quien usaba un sistema de comunicación de chasquis o mensajeros.
Eran hombres fuertes, valerosos y muy veloces, que estaban en la ruta de Quito a Cuenca, a una distancia de 4 km cada uno.
El mensaje era enviado por Atahualpa de un lugar a otro. El chasqui lo recibía, corría 4 km y lo transmitía al próximo, gritándole tres veces al oído el contenido del recado.
De esta manera llegaban rápido los mensajes a su destino.
Otra leyenda
La investigadora Luz Pichisaca narra la historia del niño mentiroso. Cuenta que hace mucho tiempo un niño salía a pastar borregos en el cerro todos los días.
Uno de esos días escuchó voces, salió y vio a muchos hombres trabajando. Gritó “¡auxilio!, un raposo se va a llevar a mis borregos, ¡ayúdenme!, ¡ayúdenme, por favor!”. Al escuchar esto, los hombres dejaron ahí sus herramientas y corrieron a ayudarle, pero cuando llegaron vieron todo tranquilo y el niño entre risas dijo que “estaba mintiendo”.
Se repite esta escena en tres ocasiones y la cuarta vez que grita los hombres dicen: “ese niño debe estar mintiendo”, pero en esa ocasión en verdad el raposo se estaba comiendo a sus borregos. Sin embargo, por la mentira, ya nadie le ayudó y el zorro se comió a todos sus animales.
El niño regresó a la casa sin nada. (I)