Alimentando la empatía
Una constante de esta cuarentena ha sido la saturación de información a la que hemos sido expuestos. Cifras alarmantes, imágenes dolorosas, negociados en la compras de insumos médicos, crisis económica. Malas noticias que desgastan nuestra energía y nuestro ánimo. Sin embargo, en el obligado encierro doméstico hay también una constante cálida y sanadora que nos sostiene. Nos hemos refugiado en la cocina.
En redes sociales hemos visto el testimonio de quienes no sabían cómo prender una hornilla, de los que por primera vez hicieron compras en un mercado, de quienes se animaron a compartir las recetas secretas de la abuela o mostraron orgullosos las fotos de sus primeros platos. En este encierro obligado hemos entendido que cocinar no es un ritual de supervivencia monótono, es una expresión creativa, una demostración de amor, un acto de resiliencia ante la adversidad.
A pesar de que soy cocinera de profesión no deja de fascinarme el efecto terapéutico que sienten las personas que logran transformar los ingredientes en un delicioso plato. No me sorprende ver a una gran cantidad de personas haciendo por primera vez su propio pan casero porque el mágico proceso de mezcla, fermentación, amasado y horneado convierte al humilde panadero en un poderoso alquimista que se siente capaz de cambiarlo todo, incluso su incierto destino.
La historia del arte nos recuerda que los momentos más felices de la humanidad han sido retratados alrededor de una mesa. Toda fiesta incluye una comida, no solo por el placer que produce en el paladar la ingesta de los manjares preparados especialmente para la ocasión, sino porque la comida involucra siempre afectos. Hay sabores que nos evocan los platos que preparaba mamá, aromas que nos transportan a los lugares lejanos que alguna vez visitamos, texturas que activan nuestra memoria sensorial.
Nos hemos volcado a cocinar porque la comida es el lazo invisible que nos une con nuestros seres queridos. Habíamos olvidado que el momento de comer es también la ocasión de conversar, de conocernos, de compartir. La verdadera riqueza espiritual de la comida está en que genera empatía porque nos conecta con nuestro entorno, nos enseña a valorar el cariño de las manos que lo preparan. (O)