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Ecuador, 19 de Diciembre de 2024
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El Telégrafo
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¿Nueva normalidad?

Con tres millones de infecciones y cerca de 217.000 víctimas mortales del virus hasta la fecha, y con la proyección de una pérdida equivalente a 305 millones de puestos de trabajo en el mundo, lo que hay en juego no tiene precedentes.

Con la batalla contra el covid-19 sin ganar aún, se ha instalado la idea de que nos espera una “nueva normalidad” en la forma de organizar la sociedad y el trabajo. Nadie sabe explicar en qué consistirá, pero ya hemos oído esto antes.

Durante la crisis de 2008-2009 nos dijeron que, una vez inoculada la vacuna contra el virus de los excesos financieros, la economía mundial sería más segura, justa y sostenible. Y no fue así. Se restableció la antigua normalidad, castigando a la población más desfavorecida.

Esta pandemia ha revelado la precariedad y las injusticias de nuestro mundo laboral. Se trata de la destrucción de medios de vida de la economía informal –en la que se ganan la vida seis de cada diez trabajadores. De los agujeros enormes de los sistemas de protección social, que han dejado a millones de persona en situación precaria. De la falta de garantías de seguridad en el trabajo, que cada año condena a casi tres millones de personas a morir debido al trabajo que realizan. Y de la dinámica incontrolada de la desigualdad que hace que, si en términos médicos, el virus no discrimina entre sus víctimas, en su impacto social y económico, discrimina brutalmente a los más pobres y vulnerables.

Lo único que debería sorprendernos en todo esto es que estemos sorprendidos.

El virus ha vuelto a poner de manifiesto la función siempre esencial, y en ocasiones épica, de los héroes que trabajan en esta pandemia. Son personas por lo general invisibles e ignoradas, que con demasiada frecuencia figuran en la categoría de trabajadores pobres: los trabajadores de la salud y de los servicios de prestación de cuidados, el personal de limpieza, los cajeros de supermercados, el personal del transporte.

Hoy, negar la dignidad a estas y a otros tantos millones de personas, es el símbolo de errores políticos pasados y de responsabilidades futuras.

Esperemos que para el Día del Trabajador del próximo año, la emergencia del covid-19 haya quedado atrás. Pero tendremos la tarea de forjar un futuro del trabajo que resuelva injusticias que la pandemia ha dejado al descubierto. Esto es lo que define “una normalidad mejor” que ha de ser el legado perdurable de la emergencia sanitaria mundial de 2020. (O)

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