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Ecuador, 22 de Diciembre de 2024
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El Telégrafo

Guayaquil y la historia de un pueblo rebelde

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Amanece la ciudad sobre los hombros morenos de los trabajadores, con sus torsos desnudos y de ojos profundos, entre las cargas de pescado, mariscos, plátanos y naranjas que traen desde el río y el campo.


Ciudad ardiente y contestataria, miles de hombres y mujeres bajo la brasa ardiente del sol, han caminado por estas calles, por estas plazas. Desde los portales avejentados, las casas de caña o agarrados con bandera al aire en los monumentos silentes de mármol, han clamado con su voz y su sangre justicia y libertad.

He aquí la ciudad rebelde, de los sectores populares, de los montuvios y afrodescendientes. Desde el siglo XIX Guayaquil fue la base regional de las insurrecciones populares. Desde la reacción antifloreana en 1845, hasta el liberalismo alfarista machetero del 5 de junio de 1895 y las montoneras que se multiplicaban como lluvia, por toda la cuenca del Guayas, hasta el liderazgo de mujeres liberales y guayaquileñas como María Gamarra de Hidalgo, Dolores Usubillaga y Delia Montero.

He aquí la ciudad obrera, 30.000 trabajadores en las calles, en marcha pacífica exigiendo mejores condiciones laborales. Entre las calles bordeadas por el manglar y el río, la masa obrera emerge en el firmamento, con sus pechos cobrizos y sus manos encallecidas, las y los trabajadores de la Empresa de Luz Eléctrica, la Sociedad de Cacahueros "Tomás Briones", Asociación Gremial del Astillero; las mujeres del Centro Feminista La Aurora y del Rosa Luxemburgo; así como, panaderos, vivanderos y transportistas maduran el clamor popular como tempestad. 15 de noviembre de 1922, cientos de hombres, mujeres y niños bajo el sable y la bala gubernamental, inauguraban con su muerte, en las calles deshabitadas, el primer baño de sangre de la clase obrera ecuatoriana.

* Investigador histórico

Somos y fuimos quienes se jugaron la libertad y la vida en las Guardias Cívicas durante los combates callejeros del 28 de mayo de 1944; de las chicas y chicos colegiales y militantes de la FEUE, que abrieron banderas de la Unión Revolucionaria de Juventudes Ecuatorianas en los cerros de Guayaquil; y del pueblo anhelante de cambios que gritaba en las cuatro esquinas de Colón y García Avilés: “Parra-Carrión, Revolución” en 1960. Somos el pueblo ignorado que se dejó la piel en las huelgas y en las cárceles durante la dictadura militar de 1963.

He aquí la ciudad combativa, la de los pechos guancavilcas, puños de guayacán, machete al cinto y banderas rojas. Somos un pueblo de acero, estremecidos por el coraje fecundo de esta tierra migrante, de plátano y cacao, de aguaceros nocturnos y covachas calientes.

Somos un pueblo que reivindica su pasado, somos los ojos, las manos y el pensamiento de Joaquín Gallegos Lara, Enrique Gil Gilbert, Isabel Herrería Herrería, Ana Moreno, Rosa Borja de Icaza, Pedro Saad Niyaim, Alba Calderón, Aurora Estrada, Pedro Jorge Vera, Floresmilo Romero, Erwin Valencia, Eduardo Torres Flores, Rafael Brito Mendoza, Ginés Contreras, Edwing Pérez.

Somos las voces de los hombres y mujeres anónimos que se les arrebató la vida el 2 y 3 de junio de 1959; somos la energía los estudiantes vicentinos que con libros en brazos fueron masacrados el 6 de noviembre de 1961; de Luis Miño Girón, Eduardo Montenegro Ponce, Adolfo Gustavo Mariscal López, Fredy Salamea Mora, Serafín Romero Parra y Jefferson Quevedo.

Somos el grito de los estudiantes asesinados en la Casona Universitaria de Guayaquil el 29 de mayo de 1969, de los jóvenes, mujeres y obreros arrestados, perseguidos y torturados entre 1983 y 1987; de los jubilados y madres que perdieron sus ahorros y sus vidas en el feriado bancario de 1999, somos los hijos de los que hoy no están, de las victimas del femicidio, de quienes muriendo en las calles en medio de la pandemia y la orfandad estatal en el 2020.

Fuimos y somos quienes estamos construyendo la historia de Guayaquil, la ciudad bicentenario nacida de las entrañas del pueblo, de la memoria furtiva y la lucha perpetua.

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