20 años: una canción de hielo y fuego
Un juego de perspectivas
En 1993, George R. R. Martin le escribió a su agente una carta en la que contaba a grandes rasgos la historia de Canción de hielo y fuego: “Cuando sé cómo debe ir un libro, pierdo el interés en escribirlo”. En efecto, Martin no sabía lo que iba a pasar, empezando por el hecho de que la saga fue pensada como una ‘trilogía épica’ (Juego de Tronos, Vientos de invierno y Danza de dragones), pero ahora está por salir el sexto y penúltimo libro. Pero las cosas cambiaron mucho más: en esa misma carta, que venía junto con el manuscrito de 13 capítulos de Juego de Tronos, el autor contaba que Daenerys Targaryen asesinaría a su esposo, Khal Drogo, para vengar la muerte de su hermano Viserys; que Robb Stark moriría en el campo de batalla y no emboscado en la Boda Roja; que Tyrion Lannister se enamoraría de Arya Stark o que Jaime Lannister mataría a toda la línea sucesoria para convertirse en rey y ocupar el trono de hierro.
Hay quien cree que el éxito de Juego de tronos se debe a las batallas épicas, la sangre corriendo, los cuerpos desmembrados, gente muriendo y el sexo recurrente (e incestuoso). Sí, la ficción es un lugar para vivir tranquilos con nuestros pensamientos más oscuros, pero en Juego de tronos se equilibra la oferta de pulsiones con escenas de personajes que no hacen más que hablar, en diálogos que pueden ser tan intensos como el duelo a muerte de un juicio por combate: cada diálogo entre Tyrion y Varys hace que el fondo de una puesta de sol parezca una explosión de fuegos artificiales. La historia lo es todo, y no como un medio para asegurar el triunfo del bien sobre el mal, sino para entender por qué pasa lo que pasa. Desde el primer libro, Ned Stark tiene pesadillas sobre su hermana Lyanna, cuyo secuestro, 15 años antes de la trama, es lo que dispara todo lo que ocurre en Canción de hielo y fuego, y la clave para el desenlace: el origen del bastardo más abnegado de los Siete Reinos, Jon Snow.
Todo esto es posible porque hay un contexto enorme detrás: Martin ha creado historias, héroes, escudos y canciones de cada familia en Westeros y Essos, los continentes imaginarios en los que se desarrolla la trama: por ejemplo, la señal de que es hora de matar a Robb Stark en la Boda Roja es la canción de los Lannister, ‘Las lluvias de Castamere’, escrita cuando Tywin Lannister erradicara una familia que se alzó contra él (en inglés, el nombre de la canción, ‘The Rains of Castamere’, es un juego de palabras con el apellido de los rebeldes, los Reyne). El evento fue cuidadosamente explicado en la serie cuando Cersei Lannister le advierte a su nuera, Margaery Tyrell, que con su familia no se juega.
Juego de tronos es una de las series más ‘spoileadas’ (el youtuber Frikidoctor cuenta la trama dos días antes de cada capítulo), y aún así, hay una cierta pizca de suspenso que nunca se acaba. En el quinto episodio de la sexta temporada, cuando todos pensaban que la parte más dramática llegaría con el encuentro entre Bran Stark (capaz de poseer mentes y leer el pasado y el futuro en los árboles) y el Rey de la Noche (jefe de los Caminantes Blancos, seres que reviven a los muertos), nadie estaba preparado para conocer la historia de cómo —en un bucle de causalidad temporal— Hodor se convierte en alguien que solo puede pronunciar una palabra, su sobrenombre.
Pero tampoco sabemos qué pasará con nosotros: la relación de la audiencia con Theon Greyjoy (que fue de leal escudero a inmundo traidor y a pobre eunuco torturado) ha sido algo accidentada. Nadie espera que el soberbio príncipe Oberyn Martell termine siendo tan humano —uno de los pocos que no cree que el enano, alcohólico, lujurioso y sabio Tyrion sea un engendro—, lo que vuelve peor la escena en que su cráneo es aplastado (en una pelea que en Una Tormenta de Espadas, el tercer libro, se cuenta con deliciosos detalles tácticos sobre el combate singular). Incluso extrañamos al sádico Joffrey cuando la secta religiosa de los gorriones toma el control de la capital del reino sin que el enclenque rey Tommen pueda hacer nada.
Cuando a Martin lo cuestionaron por la muerte de Robb Stark, respondió: “¿Por dónde empezar con ese chico?”. Lo cierto es que las malas decisiones le habían costado la vida, una lección que el débil pero maquinador Meñique aprendió a tiempo, como reza su lema: “El conocimiento es poder”. Entre zombis, magia, alquimia y teorías de ciencia ficción en un contexto medieval, Juego de tronos es una zona para entender que todo es una cuestión de perspectivas. Por eso es bastante significativa la estructura de puntos de vista con la que se narran las novelas. (E)