Albarrán: "El rock es consciente cuando se hace viejo"
Rubén Albarrán, el mexicano que se acostumbró a cambiar de identidades de acuerdo a los discos que lanzaba su banda Café Tacvba, llegó a Guayaquil este fin de semana con dos “abuelitas” para dar una charla sobre por qué todas las luchas son las mismas luchas y, más tarde, en la plataforma del Museo Antropológico y de Arte Contemporáneo (MAAC), prendió la fiesta con su DJ set.
Las “abuelitas” que acompañaban a Albarrán eran Paulina Oviedo y Huaira. Su denominación no tiene que ver con su edad -pues ambas son jóvenes-, sino con su búsqueda, en ambos casos, a través de la música ancestral y las formas de vida más próximas a la naturaleza.
Juntos, en un sillón rojo, en el auditorio a medio llenar del MAAC, llamaron al corazón de las montañas y de la tierra en una lengua nativa, en un canto antiguo.
Albarrán lleva una causa a través de su fama. “Pongo al servicio de las voces que no son escuchadas el espacio mediático que mi persona pública tiene; más de lo que puedo entregar es lo que me entregan”, dijo en una entrevista con medios de comunicación en la ciudad.
El vocalista de esta banda que en los 90 era parte de una generación de rockeros que hacían “desmadres” y cantaban “La ingrata”, tema que no volverán a interpretar porque termina en un femicidio, hace 32 años se hizo vegetariano. Fue después de ver una serie de documentales en el que ajusticiaban a una res. Entonces, dejó de comer carne.
Con el tiempo se ha hecho vegano (dejó el consumo de todos los derivados animales) y ahora habla de eso. Su lucha tiene que ver con la proximidad a la que ha llegado a comunidades indígenas de México, en la que los nativos defienden sus ríos y celebran fiestas, donde, dice, está el verdadero origen del rave: bailan tres días enteros y rezan. Solo bailan y rezan.
Su defensa es por los animales, el agua, las mujeres, la tierra, los alimentos que consumimos y, en lugar de pedirle a los políticos que cambien, le dice a la gente que la transformación del continente está en las manos de cada uno, en las posibilidades de cambiar su forma de vida, sus consumos y abandonar la prisa del trabajo para empezar a establecer comunidad.
Albarrán cree en los sueños, en la ritualidad de los pueblos ancestrales y en morder la raíz del Híkuri, su sabor agrio y su forma de levantar el espíritu. En su contacto con comunidades que luchan por preservar su forma de vida alejada de los grandes consumos de las ciudades piensa en el rock que “ya no tiene filo, ya es un cuchillo viejo, que es otra cosa que corta”.
Su modo de construir discursos ha cambiado porque “me ha civilizado, me ha hecho consciente y me obliga a no hacerme el tonto. Tal vez, cuando éramos jóvenes, nuestro rock era más rebelde -aunque no quiere usar esa palabra por la connotación que tiene-. El rock era más de calle, más de patear, era otra energía y fue muy bonito porque nos empujó a hacer muchas cosas”, dijo Albarrán en entrevista con este diario.
Considera que ahora tiene otra conciencia. “Tal vez eso nos despegue de lo que en forma es el rock. Desde un principio como forma, no como concepto, decíamos que no éramos rock, que hacíamos otra cosa, pero tal vez hablando más como esencia, el rock se vuelve consciente cuando se hace viejo”, agregó.
Su discurso, que mezcla música, misticismo e ironía -como cuando dice que en los 80 se burlaba de los que lanzaron el negocio del agua embotellada- cree que ayuda a que los mensajes entren y no se cierren de entrada.
“Si lo dices con palabras la gente no escucha, si lo dices con música es probable que la gente abra su corazón y entienda”. (I)
La segunda parte del último día de Interactos empezó temprano, en la plataforma del MAAC. Hubo música, artes escénicas y charlas públicas. Foto: Karly Torres / El Telégrafo