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El Telégrafo
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Marilyn Manson for oldies

Marilyn Manson for oldies
16 de noviembre de 2012 - 00:00

Fernando Escobar Páez

Figura mítica de la contracultura de los 90’s, pero también uno de los buques insignia de MTV con su feroz marketing que terminó por banalizar la irreverencia del rock, Marilyn Manson ofreció un show plagado de altibajos… no en lo musical, donde su banda fue sólida y de manejo escénico impecable, sino más bien en lo emotivo, pues dejó una sensación de poco, sobre todo para alguien que –como yo- alucinó con este momento desde 1994.


Quiero creer que son las fronteras propias de mi nueva edad (también las del resto del público, que en vez de reventarse en un mosh ritual, se dedicó a filmar el evento desde sus celulares, como si “poseer” un recuerdo de dudosa calidad audiovisual fuese más importante que vivir la furia del rock con la que –se supone- crecimos), la siempre paupérima organización que degeneró en una tediosa espera sin cigarrillos durante tres horas y connatos de incidentes en la popular.


Esta desmesurada espera hubiera sido justificable si se nos hubiera otorgado el escenario demencial que nos vendieron, pero El Reverendo Manson se limitó a exhibir algunos juguetes, de los cuales el más “impresionante” fue un micrófono con daga aderezada.


Yo deseaba una parafernalia onírica de acorde a “Phantasmagoria”, película inspirada en una hipotética biografía de Lewis Carroll y dirigida por el propio Manson, o cuando menos el estilo infernal de su obra pictórica. Quería al artista polifacético y perturbador, no al cantante tan políticamente correcto como para sacar una bandera de Ecuador, gesto casi tan demagogo y despreciable como cuando aceptó el poncho negro que le regaló uno de los payasitos de la televisión farandulera nacional.


Por actos como esos, sus fucking y kick ass perdieron mística para parte del público, concretamente para “la vieja guardia”, quienes sentimos vergüenza ajena cuando el auditorio respondió con un “Olé, olé, olé, Manson, Manson”, típico complejo de argentinos que se apodera de las masas durante cada concierto de rock.


Este no fue el Marilyn Manson que idolatré con la misma intensidad de un sueño húmedo durante la adolescencia, ha devenido en una versión edulcorada y profesional de quien hace quince años fuera la pesadilla de todas las madres de occidente. Ni siquiera es el tipo coherente que vi en sus entrevistas con Michael Moore y Chuck Palahniuk, hoy es un ser domesticado que presenta su show con eficiencia y energía, pero poco más.


Pese a todo, el groupie quinceañero que subyace en mi interior, gozó y coreó sus canciones como los himnos de sangre y desesperación post grunge que alguna vez fueron. “The dope show” me incitó a llamar a mi pusher, “Coma White” se transmutó en una pistola, durante “The beautiful people” alcé mi puño como si estuviera en un cruel mitin político de los años 30’, vibré cuando Manson le lanzó un puñetazo falso a su bajista pseudo novato y casi me salió una lágrima cuando abrazó a la otra mitad de la mancuerda, Twiggy Ramírez, lo único verdaderamente noventero que le queda al solista.

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