Confieso que he visto más películas de Alfred Hitchcock que de ningún otro autor. Tanto las que hizo para cine como para la televisión. Y leí, pues me convertí en su seguidor,  los libros en que recopilaba cuentos de otros autores en los que primaba, sobre todo, el suspenso.

Al igual que  Hitchcock  intento controlar los aspectos artísticos de mis creaciones. De hecho en mi primer largometraje ‘Un hombre y un río’ (2003) y en el que estoy haciendo ahora, ‘Manabas, La vida sigue’, soy mi propio  productor. Algo que es básico si quieres tener el control no solo financiero sino, sobre todo, artístico, estético, y de contenido. Eso es algo que Hitchcock  siempre buscó y promovió.

Coincido plenamente con él en que en toda obra cinematográfica debe existir una conjunción entre experimentación y comercialidad. Es decir un director debe  preocuparse  también por la taquilla, pero sin que esto vaya en detrimento de la calidad  ni de la claudicación de las ideas que uno quiere transmitir, o del concepto que uno tenga de lo que debe ser el cine, o la vida misma. Es decir,  la taquilla pero sin renunciar a los principios. Es el público el que tiene que adaptarse a ellos. Eso es algo en lo que coincidimos y que yo aplico no solo en mi trabajo como cineasta sino en todo lo que escribo.

Otra coincidencia con Hitchcock es mi intención de hacer una película de tal forma para que el público no abandone la sala. Aplicarle eso que llamamos suspenso, y de lo cual Hitchcock fue un maestro. Jugando con el espectador: emocionándolo,  asustándolo, o provocándolo, todo con tal de mantenerlo atento. Una última coincidencia es que al igual que Hitchcock, sostengo que un director (director-guionista, no director por encargo) tiene que ser quien dé la cara, quien publicite sus rodajes, sus proyectos, sus  estrenos e incluso sus fracasos. (I)