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El Telégrafo
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El Ágora fue el epicentro de un sismo musical

El Ágora fue el epicentro de un sismo musical
30 de octubre de 2011 - 00:00

El ruido de la legendaria banda de rock Deep Purple se apoderó la noche del viernes del Ágora de la Casa de la Cultura de Quito. Las melenas largas y las chompas de cuero negras se apoderaron de la zona desde horas de la mañana. Carlos Lara y Fabián Miño, que no superaban los veinte años y habían pagado 130 dólares para acceder a la zona VIP, llegaron temprano. Ambos querían estar lo más cerca posible de Ian Gillan, vocalista del grupo.

David Aguirre y sus compañeros del grupo de black metal Carpatiam Forest prefirieron llegar a la hora justa del concierto. Como no tenían entradas, iban a escuchar el concierto desde fuera, sentados en la acera con unas cervezas.  Muchos imitaron a este grupo de estudiantes, pues las entradas más baratas estaban a 45 dólares.

Deep Purple, desde el primer momento en el escenario, hizo honor a su título Guinness como la agrupación  más ruidosa del mundo. Con la canción Slow train arrancó el concierto, con unos decibelios altísimos,  aunque la presentación se interrumpió  por   unos minutos debido a problemas técnicos. Nada de esto hizo que la más variopinta concurrencia gritara con los primeros acordes.

Algunos, como Estuardo Oleas, de 54 años, venían para recordar momentos de antaño con los amigos de la adolescencia. Sigue a la banda desde los 14 años, cuando perseguía el sexo y el alcohol. Califica a su generación como los “hijos de Woodstock” y dice que ellos fueron más allá de los pantalones de campana y los zuecos que llevaban sus padres.

Para otros, como Sheila y Santiago, compañeros en la misma empresa, el concierto fue la excusa perfecta para salir por primera vez juntos de manera “formal”. Una cita romántica en medio del descalabro del hard rock. Ella lo invitó porque sabía que era seguidor de la banda británica. Esta pareja, aunque llegó con sus ropas de oficina, dio rienda suelta a sus emociones desde la primera nota.

El momento de éxtasis grupal vino sin duda con los solos de guitarra de Steve Morse, ejecutados en simbiosis total con el público. Era el preludio de Smoke in the water, y el guitarrista de Ohio, que desde el 94 ingresó al grupo, no decepcionó. Sus dedos recorrían hábilmente las cuerdas a la par que la masa imaginaba con sus manos tener una guitarra  y seguir a Morse.

En la zona VIP destacaban las melenas y las manos en alto de Carlos y Fabián, que consiguieron estar en primera línea de fans tras haber esperado casi doce horas. Carlos salió del concierto con los acordes en las manos. “La semana que viene, de ley con Aerosmith. Me voy a ir a verlo desde la ventana de una amiga que da a todo el estadio porque ya no queda plata para tanto concierto”, dijo.

Los chicos de Carpatiam Forest escucharon todo el concierto en la calle y confesaron sus ganas de que la gente algún día grite sus nombres como los de Deep Purple. Ellos los siguen por su historia de “rayados”, porque destrozaron un escenario en Los Ángeles y los llevaron presos. La noche para ellos terminó con el recuento de las batallas de las estrellas del hard rock. Se marcharon hablando del concierto que tienen que dar en Santo Domingo de los Tsáchilas este fin de semana.

Todavía buscaban dinero para el viaje, por eso no pudieron pagar la entrada para ver a sus “rayados” favoritos.
Quito amaneció temblando en varios sectores, quizás por los acordes perdidos de un grupo legendario en la noche.

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