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Ecuador, 28 de Diciembre de 2024
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El Telégrafo
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Chavela Vargas, recordada en su ‘segunda muerte’

No copió a nadie, lo suyo fue a puro dolor y por eso tampoco ella tiene “sucesores”. El recuerdo de la impar Chavela Vargas inunda, suave y constante, como la marea del Pacífico donde reposan parte de sus cenizas, “su” México y “su” España, que la recuerdan “de a poquito” un año después de su “segunda” muerte.

Chavela, quien nació en Costa Rica el 17 de abril de 1919, pero emigró a México siendo una adolescente, contaba que ella, que se había bebido hasta “la parte de los ángeles” -como se llama a lo que se evapora en la destilación-, había muerto una vez, que estuvo “enterrada” 15 años, y que se reencarnó en ella misma.

La “segunda” muerte, de la que “aún” no resucitó, fue el 5 de agosto del año pasado, y le llegó tras un viaje en julio a España, que quiso hacer para “recuperar su alma” y que la mantuvo varios días hospitalizada por el esfuerzo, y el posterior viaje a México, donde ya no pudo superar una bronconeumonía.

Se “la pasó” de parranda con sus “cuates” entre los 30 y los 50 años y cuando su “hermano”, el compositor José Alfredo Jiménez, murió (1973), decidió convertirse en una alcohólica que festeja cada día su hundimiento.

De aquella primera muerte resucitó en 1991, en el bar del barrio defeño de Coyoacán El Hábito, donde la “descubrió” un “güerito” -el español Manuel Arroyo, fundador de la editorial Turner-, quien no hacía más que pedirle “Las ciudades”, de José Alfredo.

“Si los milagros existen, este es uno de ellos. Hay cantantes que se retiran uno o dos años y cuando vuelven ya no pueden hacer nada. Yo me retiré durante más de quince, volví y se me abrieron las puertas. ¡Con 72 años!”, relataba la cantante de “La llorona”.

Ahí la gran Chavela asumió toda su experiencia y, ya sin el estrépito del alcohol -“me tomé 45.000 litros de tequila y aún puedo donar mi hígado”, presumía- se convirtió en una máquina de emocionar a quienes la habían conocido y a quienes jamás habían oído de ella.

La “chamana”, quien eligió su “traje de cantar”, jorongo rojo y pantalones, como homenaje a las rancheras, ese choque entre la persona y la súplica del amor desorbitado, no dedicó en su vida ni un minuto a los chismes o a la moral convencional.

Por eso quizá habría muerto una tercera vez de haber sabido el “culebrón” que se organizó con su pretendida herencia una vez fallecida.

Vargas había roto toda relación con la familia que tenía en Costa Rica y levantado muros para que no la “alcanzaran” en México, sin embargo, a su muerte, su sobrina -Gisela Ávila- reclamó sus restos y se declaró heredera de su legado cuestionando las actuaciones de quien había sido su mejor amiga y valedora en los últimos años, María Cortina.

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