Aute, la vida a través de canciones
De todos los conciertos que ha ofrecido Luis Eduardo Aute alrededor del mundo, el que tuvo lugar en Guayaquil el pasado viernes será, sin duda, uno que quede registrado en su memoria para siempre. Él mismo lo reconoció al arribar al escenario: “Es la primera vez que canto en Guayaquil y la verdad que no acabo de creérmelo. Es una ciudad linda, con gente guapísima… pero esto último no se lo crean del todo”.
Ese particular saludo soltó risas entre los asistentes que llegaron a ver el show en el que este setentero de origen filipino dio a conocer el álbum ‘El niño que miraba el mar’, que en esta gira viene en combo, pues previo al concierto proyecta un cortometraje de su autoría estructurado con una secuencia de imágenes que dan hilo conductor a una historia existencial de 18 minutos en la que un hombre se encuentra con su pasado infantil.
Eran cerca de las 22:00 cuando Luis Eduardo arribó al escenario, ataviado tan solo con un micrófono. Tiró un beso volado a un público que casi llenó las localidades y que lo esperaba ansioso. La audiencia, en su mayoría, estaba integrada por parejas mayores de edad, que de vez en cuando alzaban aparatos electrónicos para inmortalizar en vídeos o en fotos a un líder de masas de cuyos labios no solo emana música, sino también poesía y reflexión.
Aute lució una melena canosa y el rostro dejó al descubierto el paso de la edad, que también pudo notarse en su caminada encorvada y su mirada sabia. Sin embargo, la voz estuvo intacta, tanto en las partes en las que entonaba alguna de sus canciones o en las otras muchas fracciones de tiempo en que expuso pensamientos a manera de monólogo filosófico.
En un preámbulo resumió lo que había preparado para su presentación: “Cantaré canciones de mi último disco. Tengo que hacerlo, muy a mi pesar, porque no me suenan en radios. Es la única forma de presentárselas… pero no se preocupen, no tengo un espíritu torturador, así que les permitiré escuchar algunas que creo se saben… que espero se sepan”.
Durante el show, el silencio reinó en la plataforma del Centro Cultural Simón Bolívar. A ratos, este era interrumpido por aplausos masivos después de cada canción o por un armónico coro en alguna que el público ayudaba a corear al artista. Las luces tenues enfatizaron la proximidad que el público sintió hacia Luis Eduardo.
Con teclado, percusiones leves y guitarra, Aute cantó de todo y para todos. Fue tan estructurado su repertorio, que las canciones que ofreció esa noche bien podrían dividirse en temáticas. Entre estas, la social, a la que dio paso con ‘Atenas en llamas’. Fiel a su estilo trovador, explicó que ese tema lo escribió hace cinco años, cuando en Grecia se vivían las primeras revueltas previas a la crisis.
“Cenando en casa de unos amigos, hablamos sobre esa paradoja de Grecia, que después de haber sido la cuna de la democracia, de la arquitectura y de la filosofía está ahora desahuciada, paria, en venta… contradicción histórica absoluta”, reflexionó sobre el que, dijo, es la consecuencia de la Europa de los mercados sobre la Grecia cultural. Entonces dio paso a esa canción que pertenece al disco ‘Intemperie’
Dio paso también a la mitología con ‘El basilisco’, tema al que describe a un monstruo que se puede ver en su cortometraje. “Tiene cabeza de ave, alas de murciélago, cuerpo de ser humano y cola de cocodrilo. Es un adefesio completo… pero tiene la capacidad de matar con la mirada. Yo creo que todos llevamos uno dentro”, describió con esa voz gruesa que tenía hipnotizada a más de una fan.
Una copa de vino era su ‘piqueo’ en minutos de descanso. Acompañó algunas canciones con efectos visuales, en una puesta en escena que, aunque minimalista, se tornó suficiente para su show, pues era su voz la estrella. Él no necesitó de más.
El Aute romántico se dejó ver en ‘Prefiero amar’, ‘Siento que te estoy perdiendo’ y ‘Alevosía’, un poema hecho canción que reza en sus primeros versos: “Más que amor, lo que siento por ti. / es el mal del animal, / no la terquedad del jabalí, / ni la furia del chacal...”. Como era de esperarse, el público demostró sus dotes de cantante y a todo pulmón coreó este clásico.
Aute es un artista completo. Dibuja, pinta, canta, hace cine... versa… ¡y cómo versa! Quizás unos de los momentos favoritos del concierto fueron aquellos en que el Luis Eduardo erótico saltó a la luz. Con picardía poética puso rima elocuente al acto carnal amoroso a través de canciones como ‘Mojándolo todo’ y ‘Dentro’
Hizo una elegante retirada a las 23:30. Ávido de más canciones, el público empezó a gritar: ¡Otra! Él regreso. Tranquilo. Subió con tabaco en mano. “No me iba, solo salí a fumar un poco. ¿Aquí se puede fumar, no?”.
Encandilado en su máxima expresión, el auditorio enloqueció con gritos como: ¡Maestro!, ‘¡Genio!’. Lo que parecía una tranquila velada cultural se convirtió entonces en una avivada fiesta al ritmo de ‘Slowly’.
Presentó entonces a sus músicos: Cristina Narea en percusiones y coros, Cope Gutiérrez en teclado y Tony Carmona en guitarra, de quien dijo es su ‘asexor’ de imagen.
Se fue de nuevo. Hizo venia. Era el final. Extasiados, sus fanáticos empezaron a corear: “Olé, olé, olé, olé… Aute, Aute…”. Cruzó un par de palabras con sus músicos. Tomó la guitarra y se dirigió al auditorio: “Esto es solo en Guayaquil. Es la primera vez que vengo y no sé si a lo mejor es la última”, con eso dio paso a ‘Anda’ y a una de las noches más inolvidables de la historia de conciertos en este puerto ecuatoriano.
LUIS RUEDA DEMOSTRÓ QUE HAY MUCHO MÁS QUE UN GASTADO ‘PELO QUINTO’ EN SU REPERTORIO MUSICAL
El día del espectáculo de Luis Eduardo Aute, el empresario Charly García, organizador del show, apostó por ofrecer una sorpresa a un público baladista por excelencia. Se jugó la carta con el rockero Luis Rueda, quien no lo decepcionó.
Con algunas libras menos, notables en su look de rockstar, Rueda llegó afeitado. “Un caballerito solo por hoy”, se hizo el ‘autorraye’ apenas entró. No hubo ojos delineados ni pinta de rebelde. Lo acompañaron en el escenario su hermano, Raúl Rueda, en el bajo y el percusionista Christian Freire en el cajón.
“¡Pelo quinto!”, gritaron. “¡Empezamos!”, contestó con tono tedioso. Lucho, en realidad, hace mucho que no canta ese tema en sus shows, pero el público al que se dirigió esa noche, ajeno a su trayectoria, por edad o por descuido, ignoraba ese detalle.
Una inoportuna asistente lo interrumpió. La mujer reclamaba un asiento al que -decía- tenía derecho. Estaba parada en la primera fila. Llamó a guardias, señalaba con insistencia donde quería ubicarse. Definitivamente un mal rato sobre el que Lucho satirizó antes de cantar: “Bienvenidos a Sprienfield. Por favor, vecindad, dale una cachetada y que se vaya”, dijo en tono burlón.
Después de que el inconveniente se solucionó, la audiencia tuvo la oportunidad de acercarse a un Luis Rueda acústico: “El mundo y sus mentiras la verdad y la fantasía / el odio, la ironía incluso el hambre de Etiopía...”, cantó en los primeros versos de ‘Ni chicha ni pescado’.
En el fondo del escenario, unas cortinas negras bailaban con el viento, dejando a la vista el cerro Santa Ana en su fachada más llamativa: la nocturna, un cuadro que reforzado con la música de este guayaquileño llegó a conmover a más de uno.
Siguió con ‘Si fuéramos tú y yo’. “¡Pelo quinto!”, gritaron de nuevo, a lo que se limitó a contestar: “¡No! ¡Hoy no...!”. Por media hora se extendió su presentación, en la que además sonaron ‘El día que dejé de ser yo’, ‘Transparente’ y ‘El perfecto acabado’, “una canción perfecta para acabar”, bromeó Lucho, quien casi al final reconoció lo que el público ya había notado: “Estoy tan romántico que ni yo me aguanto”.