TESTIMONIO
Si no podemos confiar en la justicia, no es justicia
"Yo me casé con Daniel Noboa enamoradísima. Teníamos una relación sólida, de mucha confianza y compañerismo. Él me decía que juntos haríamos cosas espectaculares, que yo sería su apoyo para conseguir sus sueños, desde formar una familia y hacer crecer la empresa de su padre, hasta ayudarlo a cumplir sus aspiraciones políticas.
Luego del matrimonio quedé inmediatamente embarazada, la emoción fue indescriptible. Pero poco después, Daniel cambió. Realmente su cambio empezó antes, pero había sido menos evidente. Cuando Daniel me conoció yo trabajaba, era económicamente independiente y él me decía que eso le encantaba de mí. Teníamos una relación de igual a igual. Pero ni bien nos casamos Daniel me dijo que él sería el jefe de familia y que él tomaría todas las decisiones. En mi naturaleza eso no se da, por eso ahí empezaron los conflictos.
Cuando quedé embarazada, luego de la euforia de los primeros días, Daniel decidió que él tenía que irse a Rusia a vender banano. Pasaba casi un mes fuera y luego regresaba a Guayaquil por cuatro o cinco días. Siempre estaba ocupadísimo, estresado, tenía mil reuniones, se volvió distante. Encima, los primeros tres meses de mi embarazo fueron horribles, sufría migrañas insoportables. Tenía náuseas tan violentas que, si alguien en la garita de mi ciudadela se comía una manzana, yo la olía y me daban ganas de vomitar. Me la pasaba sola, extrañando a mi marido que estaba al otro lado del mundo. Con Daniel chateábamos a diario, pero por la diferencia de horarios no podíamos conversar largo tiempo. Me llamaba dos o tres veces a la semana, pero solo hablábamos un ratito porque siempre estaba muy ocupado.
En año nuevo recibimos a toda nuestra familia en la casa de Olón. Yo me encargué de que los cuartos estuvieran listos, de que hubiera comida, de que todo estuviera limpio, de la cena de fin de año. Luego de eso quedé agotada. Había hecho todo casi sola, éramos Gabriela y compañía y la compañía la conformaba Gabriela uno, Gabriela, dos, y Gabriela tres. Y todas esas Gabrielas era solo yo y estaba embarazada de seis meses. Daniel me dijo empaca tus maletas que nos vamos a Tulum. Fuimos a un hotel súper bonito, relajado, para parejas. Fue el paraíso estar tres días a solas con mi marido para mí sola. Pero al regreso del viaje tuve un sangrado. Mi mamá me acompañó al médico porque Daniel no pudo, tenía que ir al gimnasio. Mi condición no era grave, pero necesitaba estar en reposo. Daniel me dijo que tenía que irse a Miami a reunirse toda la semana con abogados tributarios, se fue de viaje el 13 de enero de 2019, el mismo día en que él y yo cumplíamos un año de casados.
Cuando estuvo en Miami no me contestaba el teléfono y ya no había la excusa de la diferencia de horarios. El día que Daniel regresó casi no pudimos hablar porque esa misma noche se fue a una fiesta. Entre las cosas que trajo de su viaje le encontré un pasaje a nombre de una tal Anastasia.
El dolor que sentí me dejó sin aire. Busqué a Anastasia con su nombre completo en Instagram. Ahí estaban las fotos de esta chica hacía un par de días en Tulum y en un video se escuchaba a mi marido hablando a lo lejos. No se lo veía, pero yo reconocí su voz. Daniel había estado en Tulum con ella.
Yo soy pro mujer, siempre voy a escuchar primero la versión de una mujer; así esa mujer sea la mujer con la que mi marido me está siendo infiel justamente el día de nuestro aniversario de matrimonio mientras yo estoy guardando reposo por un embarazo complicado. Me puse en contacto con Anastasia, y ella me lo contó todo. Daniel era su novio desde octubre, se conocieron en Rusia y él le dijo que estaba divorciado. La había invitado a un viaje romántico a Tulum mientras yo en Guayaquil vivía en agonía.
En un inicio Daniel quiso negarlo todo, pero Anastasia ya me había pasado fotos y videos del viaje, incluso fotos de sus conversaciones. Al día siguiente me fui de la casa para siempre. Al irme Daniel me dijo que yo sería la culpable de destruir nuestra familia.
Cuando mi hija estaba por nacer en Miami le dije a mi mamá que llamara a Daniel para que viniera a verla. A los pocos minutos de nacer, ya mi hija Luisa estuvo en los brazos de su padre. Toda la familia de Daniel llegó a visitar a mi hija, los recibí y atendí en mi casa. La mamá de Daniel incluso vino con algunas de sus mejores amigas. Puse todo de mi parte para que Daniel viera a su hijita durante los tres meses que estuve con ella recién nacida en Miami.
Cuando llegamos a Guayaquil Daniel no quiso visitar a mi hija en la casa de mis padres, sino que yo se la llevara donde él estuviera. Así fue. Algunas veces tuve que meterme al baño de una cafetería para darle de lactar a mi hija cuando lloraba de hambre durante una salida con Daniel. Cada vez que yo le hacía notar a Daniel que era él quien debía adecuarse a los horarios de nuestra hija, y no al revés, Daniel me amenazaba con tomar acciones legales porque yo le ponía trabas para ver a Luisa.
El 9 de noviembre Luisa cumplió seis meses y Daniel le hizo una fiesta. La llevé y departí con todos los invitados con mi mejor cara. Pero al momento de la foto Daniel quiso estar solo él con la niña. Su actitud fue desafiante. Y era una estupidez porque ese día ya nos habían tomado otras fotos a los tres juntos. Me fui con un sabor muy feo en la boca.
El 30 de noviembre Daniel quiso pasar su cumpleaños con nuestra hija. Cuando yo le pregunté dónde y a qué hora debía llevarla me mandó a arreglar esos detalles con sus abogados. Ya estábamos en la dinámica de meter a los abogados hasta para coordinar las visitas de Luisa a su padre. Fue demasiado, me cansé, no la llevé.
En ese momento decidí que sería un juez quien determinara el horario de visitas del padre de mi hija porque yo ya estaba harta de mal trato y amenazas. Necesitaba que la ley velara por los derechos de mi hija. No estaba bien que Daniel tratara a su hija como un objeto, sin respetar sus horarios, ni su bienestar.
Puse una demanda de regulación de visitas en Guayaquil que es donde Daniel tiene su departamento. La jueza dispuso que Daniel podía ver a su hija martes y jueves por tres horas, de acuerdo a los horarios de Luisa. Lo siguiente que supe fue que yo estaba siendo demandada por regulación de visitas, pero en Samborondón. El juez de Samborondón determinó que Luisa debía irse con su papá o abuelos los viernes de dos a seis de la tarde y los sábados de once de la mañana a cinco de la tarde a la casa de Daniel, de sus abuelos paternos o a cualquier centro recreacional donde se pueda fomentar la relación paterno filial. Sin su madre o sin niñera. Estamos hablando de una niña de siete meses, lactante, que dormía cada dos horas, que necesitaba hacer la siesta en su cuna, que todavía no se podía sentar erguida, mucho menos caminar. El juez que debía proteger los derechos de mi hija, actuó en contra de su bienestar.
A pesar de que el juicio se inició en Guayaquil y allí debía radicarse la competencia, en la apelación terminó ganando Daniel. Yo me resistí a que se la lleve. Le propuse a Daniel que si quería incluso podía venir todos los días a ver a su hija. Nunca quiso hacerlo, quería llevársela seis horas o nada.
Durante los meses de pandemia Luisa creció muchísimo, dio sus primeros pasos y empezó a hacer gestos maravillosos. Me dio pena que Daniel se perdiera estos momentos de la vida de su hija. Así que de nuevo le escribí, para que en buena onda por lo menos se conectara con su hija por video llamada. Ni siquiera me contestó.
Finalmente, las psicólogas determinaron que, dadas las condiciones del caso, y sobre todo debido a la pandemia, lo mejor para mi hija era que Daniel la visitara en su casa. Pero la jueza decidió que Luisa debía salir de su casa para visitar a su padre. Hoy estamos inmersos en un lío de juicios, en contra mío, de mi familia, de mi abogada, incluso contra la pediatra de mi hija. A pesar de esto, todos los viernes y sábado llevo puntualmente a mi hija a la casa de sus abuelos paternos a ver a Daniel. Pero esto ya no es vida, estoy harta de tantos procesos judiciales, de amenazas, de calumnias, desconfío del sistema judicial y mi mayor terror es que cualquier día un juez me quite a mi hija.
Yo confié en Daniel para que me cuide, para que él fuera mi socio de vida, para construir una familia juntos. Yo confié en el sistema judicial para que velara por los derechos de mi hija, para evitar abusos. Hoy no puedo confiar más en ellos. Hoy tengo que alzar la voz por mi hija, para que ella deje de ser trataba como un botín, como un trofeo, como un objeto". (O)