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ZooQuito trabaja por la conservación de los cóndores

ZooQuito trabaja por la conservación de los cóndores
02 de octubre de 2013 - 00:00 - Ramón Núñez

Solo 50 cóndores planean los cielos de Ecuador; están en peligro de extinguirse. El pasado abril se difundió la fotografía de un macho juvenil en manos de tres cazadores que lo presentaban como el gran trofeo. Un aire esperanzador, sin embargo, surgió para la especie, cuando el 24 de septiembre, en el ZooQuito, ubicado en Guayllabamba, Kawsay (un cóndor hembra) puso un huevo que eclosionará en noviembre.  

Atracción principal

Empotrado en el valle de Guayllabamba este parque zoológico de doce hectáreas alberga a 200 especies. Es domingo, el calor impera y la tierra de los alrededores tiene un color cetrino. “Cerca de 220 mil personas vienen toda la semana; hoy les interesa ver a los cóndores”, dice escuetamente Juan Manuel Carrión, ornitólogo y director del sitio.

Innumerables personas van por los senderos -tienen impresas huellas coloridas de jaguar- que comunican con los cuatro sectores del zoo: Bosque Tropical, Bosque Andino y Páramo. En este último se encuentran  los cóndores y detrás quedan exhibidores de osos de anteojos, chichicos, tigrillos, guarros, y otros animales más -rescatados del comercio ilícito-.

Arrayanes, cholanes y molles son algunos de los árboles que flanquean las rutas, por ello un aroma agridulce se dispersa en el lugar, que parece un oasis en medio de la sequedad que castiga en esta temporada.

El rumor de la gente se esfuma en el área donde la pareja formada desde 1998 por Auki (macho) y Kawsay (hembra), habitan. En ese año este sitio se llamaba Zoológico Amazonas y funcionaba en la capital. Luego, en el 2000, el Municipio de Quito  le entregó la propiedad en comodato a la Fundación Zoológico Ecuatoriano, que lo administra hasta la fecha. Las entradas cuestan $3 y $4,50.

En este lapso se enriqueció la historia entre Auki y Kawsay. Por ejemplo, en cautiverio ellos concibieron varias crías. Según Pablo Arias, el veterinario del parque, “a sus siete años eligen pareja y estas aves seguirán juntas el resto de su vida”. En este momento dos de sus últimos polluelos  fueron aislados en una celda contigua porque “planeamos liberarlos en ocho meses, pero estos animales son gregarios y debemos formar un núcleo de al menos tres”, dijo el veterinario.

Los cuidadores de ZooQuito manejan con prolijidad cada detalle que convenga al desarrollo del huevo que estos padres empollan: los visitantes no pueden acercarse a la celda por la seguridad de las aves. “No es para quedarnos en casa, que hacemos una casa”

Hace un año Auki y Kawsay tuvieron una cría, Killari. Estas aves voladoras, que son las más grandes del mundo, tardan dos años en poner un huevo. Sin embargo Carrión relata: “reducimos ese tiempo entre puesta y puesta a un año”.

Poco después de nacer, Killari fue separado de sus padres. La madre, Kawsay, se deprimió. Un guía que circula por la celda narra: “pensé que no se iban a reproducir otra vez”. Los días apagados transcurrieron en esta jaula, hasta que, de repente, “Auki cortejó a su compañera”, recuerda Arias y su pericia lo tornó en Cupido: “los cóndores no tienen una fecha fija para reproducirse, depende de la pareja, por eso les otorgamos las mejores condiciones para que en 63 días traveseen, se dé la monta y copulen exitosamente”.

Dos cuidadores atienden a cada animal del zoo. Juan Manuel Carrión y Pablo Arias, a partir del enganche de Auki y Kawsay, son los únicos que pueden interactuar con ellos, de lo contrario las aves se estresan y sobresaltan.  

El exhibidor tiene unos 40 metros de longitud por 15 de alto y contiene arbustos amarillentos, dos plataformas de madera y una cueva de piedra donde los cóndores anidan. “En el pasado, por el  sobresalto, el macho empujó un huevo fuera del nido -el cual fue recientemente mejorado por los cuidadores- y se estropeó”, sostiene Arias. Por lo tanto, justo enfrente de la cueva crearon un túnel de piedra que contiene dos cámaras. De esta forma protegen y registran la evolución del huevo.

Los artefactos captan los movimientos en el interior de la cueva y transmiten la señal al ordenador del director del parque: a las 8:30 Kawsay, que pasó toda la noche empollando, se levanta y sale. Ella tiene los ojos rojizos y un collar nacarado sobre el plumaje ébano.

Luego el huevo sepia -de unos 13 cm- queda postrado en este cubículo de piedra por un minuto.  De pronto, Auki aparece, sus ojos son ocres y sobre el pico le cuelga una cresta -rasgo distintivo de un cóndor macho-. El padre gira al huevo suavemente con la pata para transmitirle calor en todas las áreas y favorecer su generación. “Los padres se turnan, son delicados al empollar y lo harán por 60 días más”, cuenta Arias.

El aislamiento del exhibidor evita  la bulla, pues “aproximadamente el 19 de noviembre nacerá la nueva cría”, informa el veterinario. El fin ulterior es que  “en ocho meses integremos al polluelo con sus hermanos Killari y Huaira, porque serán los primeros del grupo en cautiverio que liberaremos”. Es decir, que están ahí provisionalmente, preparándose para ir a un hogar más extenso: los páramos andinos. A esta camada de cóndores les calza la frase de Juan Gelman: “no es para quedarnos en casa que hacemos una casa”.

Una pareja se quejaba: “venimos para ver los cóndores y apenas se atisba una cabeza pelada”. El sendero que llega al exhibidor de cóndores está restringido por unas tiras plásticas. “Auki y Kawsay requieren mucha privacidad para empollar”, explica el director del parque. Un niño se agarra la cabeza “chuzo, ¿y ahora?”, dice desanimado.

Pero Carrión le dice que “en días transmitiremos el empollamiento por la página web de ZooQuito”. Además, se prevé la colocación de una pantalla fuera de la celda para compartir la experiencia de los cóndores.

Meses atrás, explica Carrión, “contamos 29 cóndores, la mayor concentración de especies, en los alrededores del Antisana”. Argentina y Chile tienen mayor población porque “juntaron más parejas reproductivas”.    

El mejor oficio del mundo

“Para estabilizar el progreso del empollamiento, también, su  dieta es determinante”, explica Wilson Estrada, nutricionista  que trabaja desde sus 14 años en el parque.

Antes les suministraban dos comidas al día, pero desde que anidan Kawsay y Auki reciben tres: “800 gramos de carne a las 8:30; 600 gramos de carne y hueso al mediodía, y a las 16:00 vísceras de caballo”, relata Estrada mientras cierra el frigorífico, va a la cocina y adhiere balanceados al alimento. La comida está  untada con vitaminas y Pecutrin -compuesto en minerales que embellece el plumaje- porque “los animales  picotean la tierra cuando lo necesitan”.

Y finaliza: “este trabajo es un privilegio y exige responsabilidad. ‘Chuta’, la dieta asegura el bienestar de los cóndores, influye en su ánimo”. Incluso les dan enriquecimientos ambientales: “cortamos una tapa de sandía, extirpamos la pulpa, la rellenamos con carne; los cóndores lo perciben y despedazan la corteza”, dice Estrada. Al respecto, Andrés Ortega, médico especialista en Fauna Silvestre, destaca que “estas acciones entretienen a los animales para disminuir los estragos del cautiverio”.    

La taquilla financia al zoo, que  gasta “800 dólares mensuales” en  cuidar un cóndor, afirma Carrión. Los guías solicitan donaciones a los visitantes. Lo recaudado se invertirá en la incorporación de equipos más sofisticados para registrar el empollamiento.

Cuatro años atrás la organización Simbioe registró 50 cóndores en el país y la mayoría eran juveniles. “Debemos cuidarlos a través de todos los medios”, invitó Arias.

DATOS

Cóndor o “Espíritu de los Andes”, el ave voladora más grande del mundo, mide tres metros de ancho con sus alas extendidas. Vive 50 años y es monógamo. Los machos tienen una cresta, las hembras ojos rojizos y ponen un huevo cada 2 ó 3 años.   

En un peñón de Huáitara,se reúnen 29 cóndores juveniles, la mayor concentración de estas aves en el país.

Hay 4  cóndores en el ZooQuito. En dos meses nacerá una nueva cría.

Argentina y Chile poseen una población mayor de cóndores porque reúnen más parejas reproductivas.

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