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El Telégrafo
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9.000 venezolanos encontraron su primer cobijo en la Terminal Terrestre

GUAYAQUIL.- Ricardo Zambrano, de 18 años, y su perrita llegaron al punto de movilidad en la terminal. La mascota bebió agua y recibió asistencia de un miembro de la Cruz Roja.
GUAYAQUIL.- Ricardo Zambrano, de 18 años, y su perrita llegaron al punto de movilidad en la terminal. La mascota bebió agua y recibió asistencia de un miembro de la Cruz Roja.
Foto: César Muñoz / ET
21 de septiembre de 2019 - 00:00 - Redacción Sociedad

Ricardo Zambrano llevaba una mochila y en el hombro izquierdo a su perrita Isis. Estaban sedientos.

Ambos terminaban de llegar ayer a la Terminal Terrestre de Guayaquil. Él, de 18 años, no tiene documentos, porque se los robaron y temía ser deportado a Venezuela.

La situación que vive lo hizo acercarse hasta el punto de movilidad que hace un año funciona en la estación. Allí se hidrató, dio agua a su mascota y pidió ayuda.

Él conoce todo el procedimiento, porque hace dos meses pisó por primera vez la estación.

Ese sitio para él, como para otros compatriotas, es el primer cobijo de quienes realizan un largo viaje por tierra. En su caso tardó, con Isi, 23 días para llegar. Gran parte lo recorrió a pie.

Ricardo fue guiado hasta un punto de movilidad, donde le ofrecieron información para obtener un techo temporal  y recibió orientación para gestionar la visa humanitaria.  Allí realizó llamadas internacionales gratuitas de dos minutos para contactarse con su familia.

Al mismo punto, desde agosto de 2018, han acudido  9.000 venezolanos. El 35% eran niños.

Ese es el primer sitio al que llegan los bolivarianos. Luego son orientados a casas de acogida, como un Techo para el camino de Hogar de Cristo. En un año recibieron 2.789 grupos familiares de cuatro a cinco miembros.

El joven contempló, en la planta baja, el mural Abrazos de Bienvenida elaborado en conmemoración de la Semana de Movilidad Humana.

Las siluetas rojas de hombres, mujeres y niños, cargando abultadas mochilas,  lo hicieron recordar su travesía que arrancó en el Estado de Táchira. El objetivo de la pintura es erradicar la xenofobia que suelen padecer.

Sus zapatos enlodados y su rostro pálido evidenciaron su agotamiento. Es el único de su familia que se arriesgó porque estaba en mejores condiciones físicas.

Su plan inicial fue viajar de Venezuela a Guayaquil y de ahí a Perú. Lo hizo así. Sin embargo, ayer retornó porque en el vecino país lo expulsaron por indocumentado. “Tres días trabajé en una latería”, contó entre lágrimas.

Isis, su compañera, se expandió como desmayada en la fría y brillante cerámica de la Terminal Terrestre.

Ella, como sombra, va donde él está. “No la regalaría por nada”. Ricardo tiene tatuado en su brazo la huella de una de sus patas. Por eso, cuando ha tenido que pedir comida en restaurantes comparten. Hoy buscará un trabajo e intentará tramitar sus documentos para evitar la deportación. (I) 

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