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Los valores humanos se forman dentro de las familias

Los valores humanos se forman dentro de las familias
El Telégrafo
18 de octubre de 2020 - 06:00 - Fausto Segovia Baus

Las personas expresan, bajo muy diversos tonos, que vivimos una crisis generalizada de valores. En cierto sentido así es, pero hay que realizar una diferencia fundamental: los valores en sí no están en crisis, sino la práctica de esos valores.

La práctica de los valores, hoy en día, tiene un cariz especial, que está tamizada por las condiciones propias y emergentes de una sociedad afirmada en el mercado antes que en la defensa de la vida o la persona. En este sentido, formulamos la reflexión fundamental: primero, los valores humanos, y no cualquier valor. Nos referimos a aquellos valores, que se ubican, por su propia naturaleza, en el nivel más alto de la escala humana.

Aprender a ser

Existen diferentes visiones sobre los valores humanos. En esta oportunidad deseamos compartir una visión –la de Jacques Delors, un científico y a la vez un filosófico de humanidades-, que plantea cuatro estrategias fundamentales sobre la base de un valor eje, del cual emanan los demás valores: el ser, es decir, la persona humana.

El ser o sea la esencia de la persona, que es única, irrepetible y que goza de dignidad, derechos y deberes, constituye el primer valor a respetar, el primer valor a formar, el primer valor a amar. Ninguna persona es más ni menos que nadie. La persona por sí mismo es un valor, pero ese valor se dimensiona en la medida que se genera el reconocimiento y la aceptación del “otro” o alteridad, que hace posible la convivencia y la equidad.

Aprender a saber

El humanismo se aprende. Este aprendizaje básico se gesta, no en las cuatro paredes de una escuela, que es el escenario de los aprendizajes formales, sino en la familia, reconocido como el espacio natural donde nacen y se desarrollan las capacidades socio y psico lingüísticas y también las comportamentales, los valores éticos, sociales, culturales y espirituales.

La familia transmite y fomenta saberes, conocimientos y descubrimientos, a través del trato diario, de los mensajes y no verbales y, sobre todo, de la calidad y cantidad de afecto que se expresa a los niños y niñas, que son seres indefensos desde que nacen. 

El saber se acerca más a la sabiduría que al mismo conocimiento. El conjunto de saberes que forma y transmite la familia representa una gama extraordinaria de capacidades que ayudan a cada persona a pertenecer a su comunidad y a su cultura. Estos valores son intangibles y forman el patrimonio ético de las familias, porque allí es donde se fraguan el afecto, el respeto, la justicia, la libertad, la verdad y tantos valores que hacen de la comunidad humana un campo fecundo para la realización de sus objetivos trascendentales.

La tolerancia significa respetarse a sí mismo y respetar a los demás, a los otros, sobre la base de la igual jurídica y ontológica entre todos los seres humanos.

Los conceptos y praxis de autoridad, las reglas explícitas e implícitas sobre urbanidad y buenas costumbres, las relaciones entre los dos sexos, las creencias, los mitos son buenos ejemplos de lo que “enseña” la familia y que se trasmiten de generación en generación.

El poder es también una capacidad que se transmite. El ejercicio del poder es un aprendizaje. Así, cuando en una familia predomina un sistema de dominación de carácter vertical e impositivo, los hijos generalmente “aprenden” a ser sumisos, a obedecer calladamente; a ser críticos e irreverentes; o a asumir nuevos tipos de liderazgo más democráticos. Estos valores se aprenden con el ejemplo, antes que con los discursos; se aprenden a través de actitudes, conductas y comportamientos.

Aprender a hacer

Un valor también importante es el actuar, desde la perspectiva del trabajo, de la acción prevista para lograr un fin determinado.

El hacer es un valor en sí, porque implica un valor agregado o añadido a  una tarea. Por eso el trabajo es un valor humano esencial, que dignifica a las personas o las ayuda a conseguir no solo la satisfacción de las necesidades básicas, sino a mejorar la calidad de vida.

La dignificación del trabajo humano es clave en un proyecto familiar. En esta sociedad en la que hombres y mujeres trabajamos, para sobrevivir y alcanzar el bienestar, es urgente insistir en la búsqueda de posibilidades y oportunidades, de acuerdo a las capacidades de cada persona.

El ser solo es posible fomentar con un saber construido socialmente, un hacer vigoroso que fomente el trabajo y las oportunidades para todos, y una convivencia que ayude a ser tolerantes y justos en un mundo lleno de inequidades.

La emigración descontrolada de miles de personas al exterior, en busca de trabajo, es una afrenta para todos y para los gobiernos, que no han sido capaces para mejorar la educación y ofrecer fuentes de trabajo dignas y bien remuneradas. Pero hay un detalle adicional: no solo debemos ejecutar las actividades y desempeñar las funciones, sino hacerlas bien, es decir, con eficiencia y calidad. Aprender a hacer entonces va más allá de un significado mecánico; es un aprendizaje para crear, trabajar, producir, innovar y disfrutar de los frutos de una actividad honesta y socialmente rentable.

Aprender a convivir

Ningún aprendizaje es pleno sino se orienta a compartir. Los valores humanos se aprenden y comparten solidariamente. La familia nutritiva –según Virginia Satir- desarrolla dos procesos paralelos y concomitantes: la personalización y la socialización. La personalización permite el desarrollo de integral de la persona, dentro de un marco familiar  equilibrado y estable; y la socialización el desarrollo de intercambios y relaciones entre los miembros del grupo.

En este contexto, un valor esencial es la tolerancia. La tolerancia significa respetarse a sí mismo y respetar a los demás, a los otros, sobre la base de la igual jurídica y ontológica entre todos los seres humanos. Ser tolerantes implica comprender y aceptar lo diverso, lo divergente o los disensos como parte de una estrategia de convivencia civilizada. En esa línea, la equidad de género es un requisito indispensable para crear un “clima” de convivencia justo y humano entre los sexos.

En suma, el ser solo es posible fomentar con un saber construido socialmente, un hacer vigoroso que fomente el trabajo y las oportunidades para todos, y una convivencia que ayude a ser tolerantes y justos en un mundo lleno de inequidades.  (O)

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