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El Telégrafo
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Una guardería para tortugas en Galápagos

Una guardería para tortugas en Galápagos
03 de abril de 2012 - 00:00

Los piratas que -según los guías de la estación Charles Darwin- se comieron a las tortugas de la isla Pinta no se imaginaron que George iba a sobrevivir, convirtiéndose en un símbolo que carga, según se calcula, entre noventa y cien   años en sus gruesas patas. Un ícono impreso en camisetas y animalitos de felpa, que migrantes saraguros y salasacas reproducen para vender a los turistas, en la isla Baltra.

George es el último sobreviviente de su dinastía. Hace tres años dejó la soltería y empezó a copular con las hembras de otras especies que viven en el centro de crianza Fausto Llerena. Pese al apareamiento de  los quelonios, sus huevos no han eclosionado y George aún no se convierte en padre. 1.200 tortugas se han reproducido hasta hoy, entre las preadaptadas y las adultas.

El 80% de los huevos que han llegado a la estación desde 1999 logró eclosionar  y conocer este mundo, rompiendo su cascarón para  corretear libremente por los caminos de tierra y piedra de la guardería para animales, pisándose a veces el caparazón entre ellas.

Inicialmente, los responsables de la estación pensaron clonar a George, pero finalmente decidieron ingresar otras especies para repoblar Pinta.  Son bastante  minúsculas  comparadas con el viejo George, que pesa  100 kilos,  y sigue como si fuese un perro faldero a Fausto Llerena, reconocido por los otros guías como el padre del gigante, pues han compartido alrededor de 30 años de su vida en Baltra.

Los estanques de agua, en el criadero, pueden estar llenos un día y vacíos al siguiente, porque  en el allí  intentan reproducir las condiciones reales de vida de estas especies. Cuando las tortugas cumplen cinco años son trasladadas hasta la isla Pinta,  donde tendrán que vérselas con la naturaleza y sobrevivir.

Según los registros de la fundación Charles Darwin, que se actualizan permanentemente, en Galápagos existen 3.965 especies nativas y 1.697 introducidas.

El 97% de la isla es considerado   parque nacional, por lo cual   realizan controles exhaustivos en el aeropuerto Seymour para evitar el ingreso de especies desde el continente, que puedan invadir el territorio de las nativas.

Stuart Banks, director de la estación, explica que el registro incluye información que data de hace 150 años  y nuevos datos que se incorporan y  permiten  comprender  a la gente la amenaza de las especies invasoras.

La “Crazy hour”

Cincuenta personas, europeos, nortemericanos, chilenos y asiáticos se colocan en fila para cancelar los $ 100 de impuestos destinados para la conservación de las islas.

En las calles de Baltra, los carteles y precios se escriben en inglés, hasta la “Hora loca” del continente allí se cambió por la “Crazy hour”.

Los animales de la estación son reproducidos por artesanos, indígenas de las comunidades salasacas y saraguros que migran desde la Sierra hasta las  islas, ofertando souvenirs de peluche, tela y madera, que representan a las tortugas, pelícanos e iguanas. “Aunque   piden más que todo  al lonesome George”, cuenta Isabel Moreta, quien tiene cinco años  en la isla y prefiere no dar detalles sobre la legalidad de su permanencia.

“No se gana mal, los gringos y los chinos no nos regatean, les dices el precio y llevan”, afirma riendo.
En Galápagos viven, legalmente, 25.000 personas, población que ha ido creciendo anualmente, desde 1950, cuando la cifra de habitantes era de  1.300.

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