Un negocio que tuvo su origen tras las rejas de la Penitenciaría
Un día a Marcel Ramírez, ingeniero en Marketing y Publicidad, se le ocurrió diseñar un calendario utilizando como modelos a 12 internos de la Penitenciaría del Litoral. En la celda donde pagaba una condena por falsificación de documentos, le dio vida al proyecto. El lema: “Todos podemos cambiar”.
Los mensajes llenos de una carga emotiva de reconciliación con Dios fueron expuestos a lo largo de cada uno de los meses del año. Su vínculo con la religión católica se convirtió en su única fortaleza, cuando todos le vaticinaban lo peor.
Eran los primeros días de diciembre de 2006 cuando reunió a los internos que querían participar de su iniciativa.
Luego de un proceso en el que los atributos físicos y hasta la rudeza eran el principal requisito, 10 ecuatorianos, un español y un noruego fueron seleccionados.
La falta de equipos para montar un escenario fotográfico no fue impedimento. Las locaciones se redujeron a los espacios en donde los internos pagaban sus culpas.
El ingenio y creatividad de Ramírez permitió que el diseño e impresión de 500 calendarios se realizara al interior del Centro de Rehabilitación Social. Nadie se imaginó que el proyecto que salió de una cárcel iba a tener gran acogida. Las ventas sobrepasaron lo esperado... se elaboraron 5.000 copias.
“Un día nos llevaron al Mall del Sol y arrasamos. Creo que ninguna modelo ha vendido tanto como nosotros”, comenta Ramírez. Y es que los calendarios 2007 se vendieron como pan caliente, logrando una utilidad de 3.000 dólares, frente a una inversión de 1.500 dólares.
El dinero de las ganancias fue repartido entre los participantes del proyecto y el resto sirvió como fondo semilla para lo que después sería la marca de ropa Prission. Medios de comunicación nacionales e internacionales difundieron la “propuesta de rehabilitación social” que -al principio- fue tildada de una locura, pero que después fue reconocida como una de las mejores en América Latina.
La Organización de las Naciones Unidas (ONU); el ex gobernador del Guayas, Camilo Samán; y el ex ministro de Justicia, Gustavo Jalkh, respaldaron la iniciativa.
Los primeros ejemplares fueron obsequiados al interior de la cárcel. “Por lo menos la mitad de las celdas contaba con un calendario. La propuesta cambió la autoestima de la gente, que se veía más alegre”, señala el emprendedor.
Nace un nuevo reto
Con el éxito alcanzado, Ramírez no perdió tiempo y enseguida se puso a trabajar en la marca de ropa Prission. Para febrero de 2007 fabricó 500 camisetas con diseños que sus compañeros de celda le proporcionaron. Tatuajes, fotos, dibujos y símbolos elaborados en las paredes de la prisión sirvieron de modelo para el diseño de los estampados.
La primera producción con diseños sencillos incluyó chompas y gorras que fueron exhibidas en un desfile de modas al interior de la Penitenciaría. “Estuvo toda la prensa y Samán nos ayudó con el montaje del escenario”, relata. La falta de maquinaria para la confección de las prendas lo llevó a contratar mano de obra de afuera.
Esto propició que las autoridades del centro de rehabilitación y del Gobierno encontraran la forma de contribuir con este proyecto, con el que los internos estaban entusiasmados. Donaron un par de máquinas de coser y herramientas para los trabajos de serigrafía.
La comercialización de las prendas no fue ningún problema. Se abrieron tres tiendas. Una en los exteriores de la Penitenciaría, otra en la Gobernación y una en el Palacio de Justicia.
Las personas que gozaban de pre-libertad eran las encargadas de atender en estos locales. Esto les permitía no solo contar con un trabajo remunerado, sino reinsertarse a la sociedad a través del proyecto.
De la noche a la mañana Ramírez se convirtió en un personaje público. Las entrevistas con medios internacionales no se hicieron esperar. Lo visitaron periodistas de la Televisión Nacional de Chile, de RCN de Colombia, de Univisión, Telemundo, CNN y hasta de la BBC de Londres.
La aceptación de Prission en el mercado motivó que el apoyo se mantuviera intacto con el nuevo director de la Penitenciaría del Litoral, Francisco Banchón y su equipo liderado por el abogado Freddy Velásquez, posesionados en febrero de 2008. “Ellos se integraron al emprendimiento. Fue una buena época”, manifiesta el ex interno.
Producción
Muchos se preguntarán de dónde obtenían las telas para elaborar la ropa. En algunos casos eran producto de donaciones y en otros debían adquirirlas.
Al principio no había variedad en los colores. El blanco, negro y amarillo eran los básicos. Ramírez trae a su memoria que la producción de camisetas en 2008 fue de 500, similar a la de 2007. “Creo que el costo de una camiseta era de cuatro dólares. Un precio módico”, expresa.
Enseguida el abogado Freddy Velásquez lo interrumpe para insistir en que el objetivo del proyecto no fue el lucro, sino la rehabilitación de aquellos privados de libertad.
“Hubo gente que creyó en la marca y hasta quiso asociarse, pero tenía un poco de miedo porque no sabía qué iba a pasar. Yo estaba cumpliendo una sentencia y preferí ir poco a poco”, enfatiza Ramírez, no sin antes mencionar que algunos empezaron a cuestionar el destino de los recursos que recibía por las ventas.
¿Y a dónde iba a parar el dinero? Simplemente se lo reinvertía, responde el empresario. Velásquez añade que el proyecto era tan bueno que a la comercialización de la ropa se sumaron los artículos elaborados en madera, que producían los internos en los talleres de la Penitenciaría.
“Se aunaron todos los proyectos y en las tiendas había variedad. Lamentablemente no se dejó continuar con la iniciativa y el problema que tienen ahora es que los reos producen, pero no tienen dónde vender sus productos. Sus únicos clientes son su propios familiares. Con Banchón apenas estuvimos ocho meses”, precisa el abogado.
Suerte o maldición
En 2009, el entonces Ministerio de Trabajo donó 300.000 dólares para construir dos megatalleres: uno en Guayaquil y otro en Quito. “Creo que en ese momento empezó la muerte de Prission”, opina Ramírez, “porque hasta ahora no se conoce qué se hizo con ese dinero. A nosotros nunca nos entregaron nada”.
Con la nueva administración de la Penitenciaría, los obstáculos para continuar con el proyecto tuvieron repercusiones. La producción de ropa se paralizó por seis meses y las utilidades bajaron. “La Dirección Nacional de Rehabilitación Social resolvió que Prission no debía continuar. Para esa época Samán y Jalkh dejaron sus cargos y la marca perdió fuerza”.
Resurgimiento
No todas fueron malas noticias para el gestor de esta iniciativa. A mediados de 2009 Ramírez recobró su libertad y con ello la oportunidad de continuar no solo con su negocio, sino con un proyecto de vida. “Comenzamos de cero y poco a poco fuimos avanzando. Yo tenía mucha fe en esto, porque ¿qué hace una persona que sale de la cárcel?, nadie lo ayuda, nadie le da trabajo”.
En 2010 la producción se ubicó en 1.500 prendas por mes. Los diseños y la calidad de las camisetas, chompas y gorras fueron mejorados. Incluso los estampados -en muchos casos- fueron personalizados.
Después de hacer un estudio de mercado, Ramírez se dio cuenta de que la venta de ropa en tiendas no era la mejor opción. Por eso construyó una página web y elaboró un catálogo, en donde el precio, por ejemplo, de una camiseta normal es de 8 dólares, mientras que una reversible está en 15.
Este año probó suerte en el mercado colombiano y en septiembre abrió una oficina en Bogotá, en donde funciona la planta productora. El empresario adicionó a su marca una línea de accesorios con rosarios de diferentes modelos.
Para 2012 sacará a la venta ropa casual para hombre, bajo la marca HMC (Hombre Macho Castigador) y no descarta incursionar en vestimenta para mujer. El éxito alcanzado se lo debe a que, como él dice, se ganó un boleto a la Penitenciaría.