Poblados de Chimborazo apuntan al turismo comunitario
Desde agosto de 2016, cerca de 300 familias de las comunidades La Moya y Pulingui, de la parroquia San Juan, cantón Riobamba, se benefician de la llegada de 200 turistas que arriban a su tierra de forma mensual, lo que ha permitido que los ingresos económicos mejoren su calidad de vida.
Los lugareños se han capacitado en guianza y relaciones humanas con el objetivo de atender de manera apropiada a los visitantes; en el caso de las mujeres se han unido para la elaboración de artesanías que se ofrecen en el mismo paradero.
Aunque sus labores de agricultura y ganadería no se han detenido, ellas equilibrado sus dos trabajos y en varias ocasiones hasta combinarlos, lo que ha influido para que pasen tiempo con sus hijos y aporten en la economía de sus familias.
Mientras que los hombres son los encargados de organizar caminatas hasta diferentes sectores que rodean a las dos comunidades y que los visitantes disfrutan.
“Somos 45 jefes de familia que hemos trabajado arduamente en tener listo el lugar para recibir a personas de todo Ecuador y del mundo, ya que llegan bastantes viajantes desde Europa, Estados Unidos y Canadá”, acota Pedro Paca, quien forma parte del proyecto.
Los visitantes pueden llegar de varias maneras hasta las comunidades que se caracterizan por ofrecer caminatas al aire libre, escalada de montaña y la gastronomía propia de la zona.
Unos lo hacen en bicicleta, tomando una ruta que no es muy transitada por la parroquia Licán, lo cual les toma cerca de una hora al salir desde Riobamba, otros lo hacen caminando por los senderos y disfrutando de los paisajes que ofrece la serranía.
Al sitio se llega también en carros particulares por una vía de primer orden; en el caso de extranjeros ellos arriban en la ruta del Tren del Hielo, denominada así porque pasa a poca distancia desde donde se observa al nevado Chimborazo.
Mientras los foráneos se acercan a la puerta principal de la comunidad, se percatan de que un hombre de avanzada edad sostiene en sus manos una especie de trompeta, construida con cuernos de animal vacuno, y un largo pabellón de bambú o caña guadúa, conocida como la bocina.
Los comuneros le llaman “Jorgito”, cuya música es atrayente y a muchos les llama la atención debido a que no es fácil tocarla; algunos lo intentan, pero no pueden”, manifiesta Lucía Ocaña, moradora del sector.
Platos típicos
En el centro de la zona, con mano de obra de los habitantes y el apoyo de instituciones públicas se construyó una vivienda que consta de dos pisos.
En el primero funciona un restaurante que recibe a los turistas con platos típicos como papas con cuy, chulpi, tostado, mote y el “muy apetecido ají”.
“Es como una costumbre de nuestros pueblos que apenas llegue alguna visita le brindemos comida, por eso ingresan directamente hasta nuestro comedor para servirse nuestros alimentos”, indica Cristina Gualnacay, habitante de la zona.
El segundo piso se diseñó para los que gusten pasar la noche y disfrutar de fogatas o historias extrañas que por años se han trasmitido de generación en generación.
“Hacemos un círculo alrededor del fuego y les contamos lo mitos y leyendas de nuestra provincia, así creamos un entorno de aventura”, comenta Luis Lema, guía de la zona.
Los turistas pueden experimentar la convivencia con los habitantes del lugar, mediante tareas cotidianas, como pastar el ganado, obtener leche de las vacas, pasear con los camélidos, que son exclusivamente para obtener su lana y elaborar artesanías.
En la misma comunidad se ha construido un museo en el que se recogen las costumbres del pueblo, como los molinos de piedra, la cosecha del trigo y la forma de recoger el agua en baldes.
“Antes no había líquido en tuberías como hoy, se debía ir hasta pozos y traerla cargando en baldes de madera seca, era un trabajo duro, pero así lograron sobrevivir nuestros padres”, señala Lema.
En la misma infraestructura los hábiles artistas de la comunidad hicieron una réplica del templo Machay, una cueva sagrada que se ubica a un costado del nevado Chimborazo.
“Se dice que ahí se hacían rituales de los puruháes a su dios Chimborazo; en la actualidad algunos que logran subir colocan fotografías y piden favores en esta cueva, pero los que no avanzan debido a la altura pueden observarla en nuestro museo”, indica Martha Luna, moradora de la zona. (I)