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Mujeres de la etnia chachi enseñan el arte de la cestería en pichigua

Una turista observa las artesanías elaboradas por las mujeres de la etnia chachi y que fueron expuestas en el Centro Interamericano de Artesanías.
Una turista observa las artesanías elaboradas por las mujeres de la etnia chachi y que fueron expuestas en el Centro Interamericano de Artesanías.
Foto: Diario El Tiempo
08 de octubre de 2019 - 00:00 - Redacción El Tiempo

María Ángela Pianchiche Añapa -a sus 59 años- teje con destreza los canastos. Ella conserva esta tradición con fibras naturales, como la rampira y la pichigua, que crecen en las zonas montañosas de Esmeraldas.

Originaria de la comunidad Pichiyacu, la artesana de la nacionalidad chachi elabora abanicos, cuchareros, floreros, pantallas para lámparas, así como canastos y esteras. Aprendió este arte a los 10 años bajo la guía de su abuela Mariana (+) y de su madre María Florinda.

La artesanía chachi es un oficio tradicional de las mujeres de esta etnia asentada en Esmeraldas. Se ha transmitido por generaciones para mantener su identidad y generar ingresos económicos.

El Centro Interamericano de Artesanías y Artes Populares (Cidap) acogió la semana pasada una exhibición. María Ángela y su sobrina Lorgia Añapa, integrantes de la Asociación de Mujeres Chachi, compartieron sus conocimientos.

Lorgia Añapa explica que la pichigua es una fibra de color café que crece en los árboles grandes del campo. “Es trabajoso extraer el material. Desde hace 10 años empezó a escasear porque se origina en las montañas y cuando se cosecha no se siembra”.

Para pintar estas fibras las mujeres obtienen tintes de hojas, flores y montes que recogen en el campo. Aunque no saben sus nombres los usan de manera habitual.

María Ángela indica que teje una estera de tres metros en 10 días y las canastas de pichigua las termina en tres jornadas a tiempo completo.

“Las esteras son lo más difícil. En un mes o dos aprendes a hacer una”, recomienda la artesana a Dulce María Pérez, quien se mostró interesada en aprender esta labor.

Pérez, docente de la Universidad Nacional de Educación (UNAE), resalta la paciencia para enseñar.

María Ángela también se mostró orgullosa de sus raíces y de su lengua: el Cha’palaa, que aún se habla en su comunidad de Pichiyacu, ubicada en los márgenes del río Cayapas, del cantón Eloy Alfaro. “Buenos días se dice Ura kepenene; buenas tardes, Ura kepenusha, y buenas noches, Ura kepe”, dice la mujer, quien recalca que el español lo habla cuando sale de casa. (I)  

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