Las mujeres en la Independencia
Cuando se formó la República del Ecuador, la ciudadanía tuvo como contrapartida, de manera permanente, lo no ciudadano, ya que estaban excluidos muchos sectores sociales como indios, negros, no propietarios y mujeres.
Ni siquiera las mujeres blancas y blanco-mestizas fueron ciudadanas de plenos derechos ya que dependían de la autoridad patriarcal y estaban excluidas del derecho al voto.
De acuerdo con la filosofía de la Ilustración que tuvo amplia repercusión en América Latina, el papel de las mujeres se definía en torno al espacio familiar y doméstico y lo público-ciudadano era esencialmente masculino.
Sin embargo, para los sectores populares esta división apenas existía ya que participaban activamente del comercio y del mundo, del trabajo y, a pesar de que no intervenían en la política, ellos y sus mujeres conocidas como guarichas, eran parte de los ejércitos.
Pero también mujeres como Manuela Sáenz actuaban en los ejércitos. El apoyo material, militar y moral de estas mujeres permitió solventar las guerras civiles durante la Independencia y el siglo XIX.
Las mujeres blancas y blanco-mestizas eran parte del espacio familiar y doméstico, donde cumplían roles fijos como esposas, madres e hijas, pero también participaban en las discusiones y decisiones públicas en medio de la vida cotidiana.
En los días de la Independencia hubo figuras emblemáticas como Rosa Zárate y las tres Manuelas: la Sáenz, la Espejo y la Cañizares y otras mujeres de Quito. En Guayaquil se puede mencionar a las Garaicoa.
Las posibilidades abiertas por las ideas de la Ilustración y su compromiso con el proceso independentista las llevaron a participar en la vida política.
Manuela Espejo fue hermana de Eugenio Espejo y compartió con él su inmensa y selecta biblioteca y lo cuidó durante su prisión hasta su muerte. Fue casada con José María Lequerica, también ilustrado y diputado de las Cortes de Cádiz.
En un esfuerzo por reconstruir su historia se la asocia con Erophila, quien firmó una carta en el periódico Primicias de la Cultura de Quito.
Rosa Zárate sufrió dos acusaciones: una por concubinato público con el también patriota Nicolás de la Peña y otra por asesinato. En l812, ya viuda y casada con Nicolás de la Peña, fue acusada de la muerte del conde Ruiz de Castilla, presidente de la Real Audiencia de Quito.
En el juicio fue culpada, junto a Nicolás de la Peña y el cura José Correa, párroco de San Roque, de ser autora intelectual del homicidio. Los implicados en el proceso fueron acusados de alta traición y homicidio.
Como habían huido a través de la selva de Esmeraldas, fueron perseguidos y ejecutados en Tumaco, Colombia. Por orden del presidente Montes les fueron cortadas las cabezas y remitidas a Quito para escarmiento.
En la casa de Manuela Cañizares (1775-1814) se reunieron los patriotas la noche anterior a la proclamación de la Junta Soberana de Quito, el 10 de agosto de l809; ella tuvo en esa reunión un papel destacado.
También Rosa Campuzano (1798-1858-90) quien nació en Guayaquil y residió en Lima, cooperó con la Independencia brindando sus salones para las reuniones de los conspiradores. Por su apoyo a este proceso, tanto ella como Manuela Sáenz (1798-1856) fueron acreedoras a la Orden del Sol.
Igualmente, en la casa de Ana Garaicoa de Villamil y en medio de una celebración social, se efectuó la reunión llamada “La Fragua de Vulcano”, donde los patriotas juraron su participación en la Independencia de Guayaquil el 9 de octubre de l822.
Ella y sus hijas fueron participantes activas en la Independencia, a tal punto que han sido llamadas en Guayaquil “Las Madres de la Patria.
Estos datos permiten colegir que durante la etapa de la Independencia, la participación de las mujeres en la política era más amplia de lo que se conoce. (O)