La maternidad subrogada, un dilema de derechos
En la medida en que la ciencia no deja de avanzar y de perfeccionar sus métodos, el despliegue de un verdadero arsenal de tratamientos para fecundar ha venido a replantear el sentido de la esterilidad: ¿es una enfermedad?, ¿hay que resignarse a ella o tratar de remediarla?, ¿a qué costo?, ¿qué hacer frente a la esterilidad de las mujeres pobres cuando las ricas pueden intentar remediarla con tratamientos carísimos? (Martha Lamas, abril 2003)
Uno de los temas más difíciles de llegar a consensos dentro del actual debate que se está dando en la Asamblea sobre el Código Orgánico de Salud (COS) es la maternidad subrogada.
Alquilar el vientre es una tremenda decisión que alude a la libertad reproductiva. Las feministas estamos de acuerdo en que tengamos esa libertad y que nuestro destino reproductivo esté regulado en primera instancia por nosotras, ¿pero es libertad reproductiva prestar o alquilar el útero cuando soy pobre y lo hago para solventar económicamente la vida? ¿Será capaz el COS de frenar lo que ya pasa, cuando las mujeres alquilan el útero a cambio de dinero? ¿Si la mujer que va a gestar es pobre, qué tan libre es su decisión? ¿Será delito gestar a cambio de un pago?
Por otro lado, los fundamentalistas conservadores que están en contra de la gestación subrogada, lo están por razones diametralmente opuestas a las razones feministas. ¿Por qué se sienten los grupos fundamentalistas tan amenazados por las tecnologías de reproducción asistida en general?, pregunta Elfried Hart (teóloga de católicas por el Derecho a Decidir, México 2006): Porque cuestionan los fundamentos antropológicos que rigen la simbología de nuestros sistemas de poder, la simbología tanto religiosa como política.
La maternidad subrogada es una polémica alternativa a los avatares que viven mujeres y parejas para lograr procrear. El movimiento feminista en algunos países, como España, la rechaza frontalmente mientras que en otros está regulada en el marco de evitar situaciones que fomenten el lucro.
El actual COS en proceso de aprobación plantea la alternativa de gestación subrogada para aquellas mujeres que tienen problemas uterinos, pero el escenario de la gestación subrogada ya está acá desde hace tiempo y nos enfrenta al desafío de una modernidad en la cual la humanidad puede reproducirse sin tener sexo, así como puede tener sexo sin reproducirse.
Para quienes somos feministas, prestar o alquilar el útero nos hace mucho ruido y mayoritariamente estamos en contra.
El cuerpo de las mujeres ha sido siempre en todos los sistemas políticos y económicos que conocemos, materia prima para producir y reproducir el bien más precioso de la especie humana que es su propia supervivencia y su propia perpetuación. Ha sido la fuente que provee la fuerza de trabajo necesaria para crear todo lo que la humanidad haya podido considerar como riquezas, y esto antes de que estas riquezas puedan ser acaparadas o repartidas.
Es por esto que las mujeres nos negamos a aceptar una “extraterritorialidad” de nuestro útero, el cual se convertiría en un medio más de producción esta vez de seres humanos, determinado por un sistema capitalista que privilegia el lucro explotando la capacidad reproductiva de la mujer en favor de las clases sociales que tienen el poder económico y político.
Tan cierto es que el cuerpo de las mujeres es uno de los territorios más invadidos, que los mismos asambleístas antiderechos que se oponen a la maternidad subrogada, son los que quieren que se incluya en el COS la obligación del médico de denunciar a una mujer que llega a emergencia con un aborto en curso. No los mueve proteger la dignidad, la salud o la vida de las mujeres. Los mueve controlar y dominar sus cuerpos. Solo eso. (O)