Altruismo: puerta a la explotación reproductiva
“Portadora gestacional, madre subrogada” son eufemismos de la industria de los vientres de alquiler: esclavitud moderna y explotación reproductiva. La “libre elección” de las mujeres prostituidas o de las madres de alquiler es un mito en sociedades neoliberales, desiguales, donde lo único que muchas tienen es el cuerpo.
El argumento economicista no es suficiente. Los deseos no son derechos y si una mujer decide gestar para otros a cambio de casa y comida, como en algunos sitios de la India, o por mucho dinero, como en Estados Unidos, el trasfondo es el mismo: el uso de las mujeres como medios y no como fines en sí mismas, la apropiación patriarcal de su capacidad reproductiva y la ruptura de la filiación que puede traducirse en compraventa de niños y niñas.
Kajsa Ekis Ekman en “El ser y la mercancía” cita cifras espeluznantes. La maternidad subrogada es legal en Estados Unidos, Ucrania, la India y otros países.
En la India se mueven $ 449 millones. Las mujeres pobres dan a luz a niños blancos y reciben por todo el proceso entre $ 2.500 y $ 6.500. Esto representa como 10 años de su salario.
El país asiático se ha vuelto un destino de turismo reproductivo con granjas de mujeres instaladas en miserables aldeas. Suecia la prohíbe y el Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (Unicef) no la avala.
En Ecuador, aun sin legislación, las mujeres cobrarían $ 12.000 por “prestar el vientre” y $ 16.000 si se incluyeran óvulos.
El proyecto de Código Orgánico de Salud (COS) reconocería la maternidad subrogada altruista solo cuando existan factores uterinos que no permitan el embarazo.
Quizás esta última parte sea una argucia discriminatoria para prohibirla a varones homosexuales.
Un sector del feminismo se opone a la gestación subrogada en todos los casos, incluso a la altruista, porque lesiona la autonomía y la salud de las mujeres.
Otro sector apoya la altruista (madres, hermanas, amigas que llevan el embarazo para otras mujeres sin recibir absolutamente nada a cambio) con claras garantías para la gestante. Muchos juristas la rechazan en todo caso porque no sería válido un contrato sobre un objeto que está fuera del comercio: el niño o niña.
En Europa una mujer no puede renunciar a un hijo y entregarlo a cualquiera, debe darlo al Estado para que este lo dé en adopción.
Los países que protegen integralmente los derechos de niñas y niños no reducen la gestación subrogada a una cuestión de “libre elección” de la madre, porque ello implicaría despojar al bebé de sus derechos de filiación.
En naciones donde las vidas de las mujeres no importan los contratos las someten a formas de esclavitud: privaciones y controles, prohibición de abortar, viajar, renuncia al vínculo con el hijo y duras penas ante el incumplimiento.
Dos casos polémicos advierten sobre los peligros de la gestación subrogada: el japonés que “ordenó” diez hijos y que se investiga por supuesta trata de personas y los australianos que contrataron a una madre subrogante de Tailandia y abandonaron al niño porque nació con síndrome de Down.
También están los casos “exitosos” que reproducen el relato, en materia de prostitución, de la trabajadora sexual “empoderada” que elige.
Los riesgos para las mujeres, sin duda, dependen de las intersecciones de clase que las afectan.
El altruismo de algunas no evita la explotación de otras ni la mercantilización de niñas y niños.
Así como la prostitución legal es una condición necesaria para que exista la trata de personas; el “altruismo” puede ser la puerta para la comercialización de mujeres, niñas y niños, avalada por la ley. (O)