Las corridas de toros agonizan más en Colombia
Cuando asoma en sus pantalones ajustados de bota alta, parece un bailarín de ballet y habla con elegancia. Pero para los populares defensores de animales en Colombia, Luis Miguel Castrillón es poco menos que un asesino.
A los 25 años este matador desata la ira de activistas tan jóvenes como él que no le conceden reconocimiento alguno a su oficio de torero.
Mientras en la plaza de Bogotá un público escaso lo puede ovacionar por su plasticidad y valentía frente a un astado de media tonelada, la policía emplea a 2.000 efectivos para protegerlos a él y a los aficionados.
Un despliegue mayor que para un partido de fútbol de alto riesgo, y que según la alcaldía se hizo necesario frente a las protestas que terminaron en agresiones a los asistentes a la Plaza Santamaría hace un año.
“Jugándose uno la vida frente al toro -puede morir el animal o yo- para que al final la sociedad me vea como un asesino”, se lamenta.
El espectáculo que desde 1931 se ha realizado en Bogotá, salvo por la veda de cuatro años impuesta por el exalcalde y aspirante presidencial de izquierda Gustavo Petro, enfrenta tal presión que dentro de poco podría ser abolido en el país.
Este mes los jueces frenaron una consulta popular sobre la tauromaquia. Pero la suerte definitiva de esta actividad deberá ser definida por el parlamento de aquí a 2019.
Por orden de un alto tribunal en febrero de 2017, el Congreso tendrá que legislar sobre las corridas; si no lo hace, Castrillón podría ir a la cárcel si vuelve a torear, acusado de maltrato de animales.
Son pocos los dirigentes que asumen el costo político de irse en contra de los jóvenes activistas.
“Después de haberme ido de mi casa a los 14 años para ser torero y encontrarme con que no hay toros. Sería acabar no solo una carrera, sino con una vida”.
Colombia es uno de los ocho países donde todavía hay corridas junto a Francia, España, Portugal, México, Ecuador, Perú y Venezuela.
Agonizando
El domingo finalizó la temporada de toros tras la reactivación de las corridas en 2017.
El fallo que habilitó de nuevo a la Santamaría como escenario taurino, no salvará a la fiesta brava. Así lo cree Andrea Padilla, portavoz de AnimaNaturalis, una ONG defensora de los derechos de los animales.
Esta activista tiene estudios en psicología y derecho, y desde los 16 años es vegetariana y hace uno que comenzó con la dieta vegana.
A los 39 años alienta una causa que en principio buscaba regular las corridas (reducir el sufrimiento del animal), pero que ahora pretende su prohibición para seguir luego con la de las riñas de gallos o el coleo (derribar a una res en movimiento). “Es una práctica que está agonizando. Hay una generación que ya no va a los toros”.
Los antitaurinos exhiben fotos de una plaza con menos espectadores que los 10.000 que puede albergar cada tarde del mes de corridas.
En 2017 asistieron 35.000 aficionados en cuatro salidas en Bogotá, según los organizadores del Consorcio Colombia Taurina (CCT). El espectáculo genera cada año 1.200 empleos directos y 15.000 indirectos.
Además de la capital, la temporada incluye a Cali, Medellín y Manizales. Solo en Bogotá los toros dejaron $ 750.000 en impuestos.
Nada que negociar
La controversia sobre los toros -práctica que en Colombia se remonta al siglo XIX- no tiene vías de solución.
Desde el gobierno que dejará el poder hasta candidatos presidenciales de centro e izquierda, y animalistas, buscan la prohibición por considerarlas un atavismo cruel.
Del otro lado, ganaderos, matadores y aficionados se escudan en el derecho de las minorías a no ser aplastadas por las mayorías y en su visión como un “arte de verdad, donde se juega la vida el torero y el toro bravo”, según Juan Bernardo Caicedo.
En la hacienda de este ganadero de 55 años, en las afueras de Bogotá, el toro bravo vive como rey hasta los cinco años, cuando sale a los ruedos. Si es indultado vivirá otros 12 años como semental.
Con la prohibición “desaparecería el toro de lidia, porque no sirve para otra cosa”.
Los defensores de animales consideran “perverso” este planteamiento, pues según Padilla se trata de “mantener una raza para ir a masacrarla en público”. (I)