La violencia suele ser raíz de su árbol genealógico
La violencia y el abuso sexual pueden ser una herencia de familia. Pero a veces, las mujeres repudian este legado y hacen todo lo que pueden para escapar de su vida, de sus parejas, por lo general hombres golpeadores o que las ultrajan sexualmente (e incluso las venden como si fuesen una mercancía).
Las galletas y los panes están por salir del horno mientras los hijos de las mujeres que han tenido que huir de sus hogares juegan en los columpios del patio central, en la casa de acogida Hogar de Nazaret, que administra la fundación Hogar de Cristo, la única que ofrece este servicio en la provincia de Guayas.
Ciento cincuenta y tres personas, entre mujeres, niños, niñas y adolescentes, han dormido en esta casa ubicada en la vía Perimetral, desde que se abrió en 2009.
Todos los cuartos dan al patio central. Algunas madres se sientan frente a la puerta de cada habitación, para pasar las calientes horas diurnas. Sus hijos corretean por los pasillos con biberones en las manos. Otras participan en el curso de panadería que dicta todos los días, voluntariamente, Néstor Marín.
Cristina tiene 42 años y siete hijos. Su realidad no es muy distinta a la de otras personas que allí viven, cuenta María Chacha, directora del centro. “No sé leer ni conversar bien, como una mujer preparada, ¿qué le puedo decir?”, contesta Cristina ante el primer intento de pregunta.
Acompañada por el menor de sus hijos, que tiene una ligera discapacidad intelectual, acepta al fin contar su vida, llena de tribulaciones: “Llegué aquí porque mi pareja...” y la historia se interrumpe. Con los ojos perdidos, susurrando, continúa: “...mi pareja abusó sexualmente de dos de mis hijas”.
Se casó por primera vez a los 15 años, y de ese matrimonio le quedaron dos hijos. “Mi familia me obligó a casarme con él porque estaba embarazada, yo no quería”.
Ha tenido los hijos que una vida sexual sin protección le ha dado. “Quise usar condones, preservativos, pero mi marido decía que eso era cosa de putas, siempre fue celoso”, recuerda.
Cuenta que estudió hasta el segundo curso, y de repente rememora el abuso del que fue víctima, en su infancia, por parte de su padre. Lamenta la “puya” de la vida: ese cuadro se ha repetido en el seno de la familia que formó. “Con mis últimos bebés, él me pedía que me los saque, pero yo nunca acepté”.
María Chacha explica que la casa de acogida se abrió porque existía una demanda por parte de las mujeres que recibían asesoría en Hogar de Cristo. El 68% de las afectadas por la violencia que allí buscan refugio es de amas de casa.
“Sabemos que las personas que ingresan a esta casa ven amenazada su vida y dejan todas sus cosas atrás”, expresa Darlin Panta, psicóloga del refugio. “La mayoría considera que la violencia es natural, vemos cómo estas madres han sido hijas violentadas, así como sus madres”, agrega.
Darlin ha visto cómo aquellas que llegan hasta la casa ignoran que sus propios hijos, en muchas ocasiones, han sido violentados sexualmente por sus padres.
Según las estadísticas proporcionadas por el personal que administra el hogar, las mujeres se quedan, en promedio, 63 días. Algunas permanecen allí por menos tiempo o hasta por más de 200 días, de acuerdo al caso.
El 11% de las féminas halló trabajo mientras se encontraba viviendo en el refugio. Un 78% de ellas sale del lugar sin participar en ninguna actividad laboral.
Refugiadas colombianas, cuyos hijos permanecen cautivos por sus ex parejas; jóvenes que han sido vendidas por sus parientes para trabajos sexuales y decenas de mujeres que no conocen sus derechos, llegan hasta el refugio desde sectores deprimidos económicamente.
“Hay quienes han desarrollado una dependencia tal de sus parejas, que vuelven con los agresores. Tuvimos dos casos de personas que han salido, regresan con sus parejas y luego retornan al refugio porque sufrieron maltratos”, dice Panta. El 82% de estas “refugiadas” de la provincia ha sufrido violencia física, el 74% psicológica y el 22% registra casos de abuso sexual a sus hijos, por parte de sus parejas.
“La mayoría no reconoce el abuso sexual cuando viene de sus esposos, cree que ellos tienen derecho a hacer lo que quieran. Tratamos de enseñarles a que, primero, ellas se acepten dignamente”, enfatiza la psicóloga.
Los defectos que sus esposos les encuentran suelen ser usados como recurso de manipulación. “Las niñas que vienen con sus madres y han sido víctimas de abuso sexual, suelen portarse de forma agresiva o se quedan calladas”, comenta la trabajadora social de la casa, Maritza Robledo.
Allí aprenden cómo trabajar para preparar panes y elaborar bisutería. También reciben asesoría legal, proporcionada por la abogada Mildred Yépez. “Vienen de sufrir una violencia extrema, desconocen totalmente sus derechos”.
El promedio de edad de las mujeres que han ingresado al refugio es de 29 años, casi todas se casaron cuando eran adolescentes.
Sus ex convivientes, los que a punta de golpes y palabras vacías de cariño las alejaron del hogar, en ocasiones, las buscan, por eso cuentan con resguardo policial. “Sé que quiere volver conmigo, pero es un drogadicto, así que ahora no va a ser”, manifiesta Rosa. Tiene 18 años y traza planes para una vida sin esa pesada herencia.