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El Telégrafo
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En el mundo viven más de 1.000 millones con algún tipo de discapacidad, en el país son cerca de 300.000

La inclusión conlleva un lenguaje positivo para las personas con discapacidad

Luis Herrera, hoy con 42 años, superó todas las barreras y comentarios de sus maestros en el colegio y universidad. Se graduó de licenciado. Karly Torres / El Telégrafo
Luis Herrera, hoy con 42 años, superó todas las barreras y comentarios de sus maestros en el colegio y universidad. Se graduó de licenciado. Karly Torres / El Telégrafo
27 de agosto de 2015 - 00:00 - Redacción Sociedad

Luis Herrera cumplirá 43 años el próximo 2 septiembre. Nacer con discapacidad física ha significado en su vida ser objeto de burla. Cuenta que, cuando estaba en la escuela e ingresaba al salón de clases, sus compañeros se le reían o le decían: “Ahí viene el bobito, mírenlo ahí va el tontito”, recuerda.

“Como siempre me caía al piso, la rectora amenazó a mi mami que, si no me sacaba, me dejaría de año”, dice hoy este profesional, que el año pasado se graduó de licenciado en la Facultad de Comunicación Social.

Si hay algo que distingue a las personas con discapacidad es que, contra todo pronóstico, saben vencer los obstáculos, no solo físicos, sino también aquellos que les impone la comunidad. “Estoy aquí por algo. Mi mami tuvo un embarazo complicado. Cuando yo estaba en su vientre, el cordón umbilical se enredó en la cabeza y eso hizo que naciera casi asfixiado, eso afectó la parte motora, al hablar, al caminar”, cuenta Luis, quien dejó atrás las burlas recibidas en el colegio y luego en la universidad.

¿Por qué personas como Luis deben aceptar y pasar por estas burlas y comentarios despectivos? “La actitud frente a la discapacidad se refleja, entre otras cosas, en el lenguaje negativo o peyorativo con el cual todavía nos referimos a las personas con discapacidad. Quizás sea el resultado de una perspectiva médica de la discapacidad centrada en lo individual, que dominó por mucho tiempo la visión sobre la discapacidad”, reflexiona David Vásquez Aguirre, director provincial de la Secretaría Técnica para la Gestión Inclusiva en Discapacidades (Setedis).

En el artículo 3,3 de la Ley Orgánica de Discapacidades se especifica la necesidad de “eliminar entre otras, las barreras físicas, actitudinales, sociales y comunicacionales, a que se enfrentan las personas con discapacidad”.

Para Vásquez, estas actitudes negativas, representadas en el lenguaje, es precisamente la barrera más difícil de romper. “Estos comportamientos pueden llevar a que se trate a las personas con discapacidad en forma negativa en diferentes entornos”.

Por ejemplo, en el educativo, los niños con algún tipo de discapacidad son acosados verbalmente, como le ocurrió a Luis.

Mientras que en el trabajo, los directivos, en muchas ocasiones, subestiman las tareas realizadas por las personas con discapacidad.

De ahí la importancia de usar el lenguaje correcto y términos adecuados para referirse a las personas con discapacidad, según Vásquez. Es más, las propias Naciones Unidas recomiendan emplear la expresión persona con discapacidad.

“La expresión persona con discapacidad dirige su mirada al ser humano, se fija en la persona, sujeto de derechos y deberes”.

Por el contrario, al decir ‘minusválido’, se afirma que este ser humano es menos que otro, y al decir ‘discapacitado’ se indica que la persona no tiene capacidades ni talentos o cualidad. “Es como si todos ellos hubieran sido anulados. Se equipara erróneamente a la discapacidad con la incapacidad”.

La Clasificación Internacional del Funcionamiento, de la Discapacidad y de la Salud (CIF), define la discapacidad como un término genérico que abarca deficiencias, limitaciones de la actividad y restricciones a la participación. Nada más alejado de la realidad, puesto que si bien esta es una definición adoptada por la propia OMS (Organización Mundial de la Salud), las personas con discapacidad han probado romper esas limitaciones o restricciones.

Una prueba es Luis, que terminó sus estudios en el Liceo Bolivariano. “Allí era el engreído de mis profesores”. Tiempo después ingresó a la universidad, donde volvieron las burlas, y a pesar de ello igual salió adelante. “Nadie me quería ayudar, había un profesor que me decía que nunca iba a ser un buen comunicador”, recuerda el profesional, que aprendió a hablar y caminar a los 2 años. Hoy vive con sus padres en Guayaquil y se ha desempeñado como supervisor de ventas.

Impacto a largo plazo

Más de mil millones de personas, o sea, el 15% de la población mundial, padece alguna forma de discapacidad, según la ONU.

El organismo revela que las tasas de discapacidad están aumentando debido al envejecimiento de la población y al aumento de la prevalencia de enfermedades crónicas.

En Ecuador las estadísticas de 2013 muestran que al menos 300.000 personas viven en el país con algún tipo de discapacidad. Poco más del 60% trabajan en cargos técnicos y apenas el 1% ocupa puestos de gerencia y coordinación.

Hasta junio de 2015, 119 personas han sido insertadas laboralmente, según datos del Servicio de Integración Laboral para Personas con Discapacidad, una entidad independiente, pero que trabaja de la mano con Conadis. El 30% corresponde a áreas administrativas, 20% profesionales, 20% atención al cliente y el 30% a cargos operativos.

Ninguna de estas personas podría haber tenido oportunidades laborales y sociales sin la implementación de políticas públicas y programas que ayuden a sobrellevar los obstáculos, entre ellos la concienciación de tratarlos como seres humanos y con un lenguaje positivo, para que en el futuro se inserten en la sociedad.

El Informe Mundial sobre Discapacidades explica que “las actitudes y conductas negativas (como el lenguaje y términos inadecuados) repercuten sobre los niños y adultos con discapacidad y generan consecuencias, como baja autoestima y menor grado de participación”.

Los padres y madres de las personas con discapacidad también sufren las consecuencias. A Elizabeth Alay le preocupa lo que será la vida de su hija Shirley cuando crezca. La pequeña, que tiene 3 años, nació con Síndrome de Down. A los 10 días de nacida le diagnosticaron que tenía el trastorno que consiste en una alteración genética.

“Ella tiene una discapacidad intelectual del 50%. Está muy chiquita para entender lo que le dicen en las calles, pero aquí en mi sector (Flor de Bastión, bloque 9) hay quienes la llaman enfermita”. Comenta que las burlas no solo las hacen los niños, sino también personas adultas.

Todos los días la lleva a la escuela Manuela Espejo, ubicada en el colegio Vicente Rocafuerte, de Guayaquil, donde recibe estimulación.

Cuenta que, ante la falta de alguien que cuide a su niña, decidió no trabajar. “Con el bono que el Gobierno me da por la discapacidad de mi bebita me mantengo. En el centro de salud me dan las medicinas que necesita y eso me ayuda”.

Vásquez pone énfasis en usar los términos correctos y desechar las palabras ‘minusválido’, ‘incapacitado’ o ‘retardado’. “Incluso el lenguaje infantilizado, como ‘angelito’, ‘mongolito’, ‘cieguito’, ‘mudito’, ‘enfermito’, ‘cojito’, responden a una visión que se fija en la discapacidad y no en la persona”. (I)

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