Especial Papa Francisco en Ecuador
Francisco: “Hay que arriesgarse a amar”
La sensación térmica en la madrugada anunciaba lo que se vendría horas después. Fue una alborada calurosa, con poco viento y húmeda. El ir y venir de multitudes provocaba en muchos una mayor sensación de calor. La misión era estar lo más cerca del Vicario de Cristo, ese argentino que se ha convertido en el símbolo de los cristianos, de aquellos que ven en él la vía para reestructurar a la Iglesia católica, de acercarla a la gente, a los pobres.
Armados de sillas, parasoles, tarrinas de comida, hieleras, mochilas y cajas, miles empezaron a llegar a las inmediaciones del Parque Samanes para alcanzar el puesto más cercano para participar en la misa de Jorge Mario Bergoglio, el ‘Papa del fin del mundo’ que llegaba a Guayaquil con su mensaje pastoral con aroma a batalla por la justicia social.
Hace 30 años el puerto principal no albergaba una concentración tan masiva. Muchos de los asistentes ayer también vieron el paso del ahora santo Juan Pablo II, allá por 1985.
Así lo añoraba Carlos Monar, un economista que hace 3 décadas estuvo ahí mismo en Samanes en la primera visita de un Sumo Pontífice a la mitad del mundo. “Después de 30 años estoy aquí, nuevamente frente a un Papa. Es tiempo de escuchar su mensaje, de reflexionar sobre sus enseñanzas”, comentaba mientras que de reojo veía a su madre Noemí Baños que dormía -en posición bastante incómoda- en su silla de ruedas.
Tanto Carlos como Noemí estuvieron desde las 01:00 en el bloque que acogió a las personas con discapacidad. Este colectivo tuvo su espacio a un lado del imponente templete en el que ofició la misa el líder de la Iglesia católica.
Monar también lucía cansado, al igual que su progenitora, pero de manera estoica batalló con el sueño y protegió a su familia -un hermano suyo, también discapacitado estaba atrás-. A un lado de su silla, sus muletas le hacían compañía. “Sabe, estoy aquí también para, aunque sea de manera simbólica, hacer una protesta”, reveló el economista morador de las calles Portete y General Martínez, en el populoso sur de Guayaquil.
Con indignación, este hombre con capacidades especiales rememoró cómo en 2009 “fueron violados sus derechos como ser humano” cuando fue despedido del Municipio de la ciudad “sin ningún motivo”. “A mí me botaron del Municipio de Guayaquil por discapacidad, a pesar de que la ley lo prohíbe (…). A mí no me liquidaron (…). El señor (Jaime) Nebot manda un oficio denigrante en el que dice que todas las personas con discapacidades son retardadas mentales, que somos improductivas”, recordó Monar, quien afirmó haber laborado por 16 años en el Cabildo porteño.
La aparición del astro rey estuvo acompañada de música instrumental con un dejo ‘celestial’. Las notas salidas de las arpas se replicaban en los parlantes dispuestos a lo largo del perímetro destinado para el acto litúrgico.
El amanecer del lunes también trajo consigo la sensación de fatiga que produjo dormir sobre la tierra. Ronald Qüiro, un peruano que partió el pasado jueves desde Lima, fue uno de los primeros en despertar en uno de los bloques que estaban diagonales a la tarima de Francisco.
Con la voz apagada, los ojos inyectados de sangre por el poco descanso, pero con unas ansias palpables, este limeño vivía con emoción las horas previas a la llegada del ‘mensajero de Cristo’.
Él también pudo ver a Juan Pablo II hace 30 años y cree que ahora “será quizás la última vez que pueda tener una oportunidad como esta”.
Junto a su esposa Susy Paucar y sus 2 pequeños, Matías y Santiago, bien abrazados el uno del otro, fueron matando las horas entre rezos, risas y conversaciones con sus hermanos de congregación ecuatorianos.
Una mención aparte merecieron aquellas personas que con paciencia y una ternura sobrecogedora empujaban las sillas de ruedas de sus familiares a lo largo de las calles pavimentadas junto al Parque Samanes, o en la tierra o sobre los adoquines del perímetro en el que se dio la misa.
Paola Acosta fue una de esas heroínas anónimas que desde el sábado, a las 21:00, llevaba con cuidado a su prima Karla Montesdeoca. “Todo lo vale para que ella (su prima) pueda ver al Papa, y también yo para poder rogar por nuestras familias”, afirmaba Acosta mientras hacía una de las interminables filas que se formaron para poder ocupar uno de los baños desmontables. Con una mano sujetaba la silla y con la otra agarraba las muletas de Karla, pero Paola no se quebraba.
Para las 07:00, todos los 32 bloques del parque Samanes estaban activos. Media hora antes, grupos musicales católicos intentaron distraer a los cientos de miles que ya a esa hora colmaban el panorama en el Parque Samanes. Luego se presentaron grupos de bailes de distintas latitudes de Guayaquil y que en realidad cumplieron su misión de hacer más llevadera la espera por la llegada de Francisco.
Cadenas humanas -literalmente- se armaban por los pasillos entre bloque y bloque intentando -ya para las 08:00- ubicarse en los últimos puestos disponibles en el perímetro. Las últimas estimaciones de las autoridades indicaron que hasta el parque, convertido en templo, llegaron casi 800 mil feligreses.
La desesperación de los fieles al ver que habían arribado algo tarde para la ocasión provocó tumultos focalizados que, por suerte, no derivaron en tragedias.
En otra orilla emocional, José Banchón lucía relajado. Este hombre de 67 años, que sufre diabetes, se movilizaba entre los fieles con su bicicleta adaptada para su condición. “Perdí hace 12 años las piernas, me las amputaron. Hace 30 años vi al ‘Papa viajero’ con mis dos piernas, hoy también lo veré, así sea de rodillas”, dijo con cierta picardía el oriundo de Pascuales que llegó al Parque Samanes, a las 19:00, desde el domingo.
Los miles de afortunados que tuvieron la suerte de estar en el bloque A, ubicado frente al templete, paradójicamente fueron quizás los menos activos. En ese espacio hubo una mezcla de etnias. Estuvieron sentados -uno junto al otro- afros, cholos, mestizos, blancos, ricos y pobres.
Hubo también elegidos por las distintas parroquias, quienes ingresaron con invitaciones personales, entre ellos el banquero Guillermo Lasso, que estuvo desde tempranas horas en el Parque Samanes.
El político de oposición dedicó las primeras horas de su espera a mantener conversaciones con personas que se acercaban a su puesto y le pedían fotos. Cosas de la liturgia, a pocos metros estaban figuras del oficialismo, como Luis Monge, exjefe político del Guayas.
Mientras seguía la espera, Alfredo Narváez, coordinador general de los voluntarios en el Parque Samanes, cada 30 minutos se dirigía a los presentes para dar las directrices sobre el acto, como el despeje de las vías cuando llegara el religioso para el paso del papamóvil. Además, cada 25 minutos se emitió un video con las especificaciones sobre la evacuación del recinto al finalizar la misa.
Luego de arribar en el papamóvil y saludar a miles de fieles, Francisco se dirigió hasta el centro del templete para iniciar la eucaristía. Acompañada por un coro de niños y fieles de las 176 parroquias de Guayaquil empezó la misa ante miles de fieles, a quienes no les importó soportar los rayos solares ni la temperatura de 38 grados.
En la homilía, Francisco destacó el papel de la familia y nombró el acontecimiento más importante que celebrará el Vaticano este año: el Sínodo de octubre. En esta jornada la Iglesia analizará los cambios de las sociedades modernas, como la familia monoparental, el matrimonio entre homosexuales y el acceso a la comunión para los divorciados que se vuelven a casar.
Francisco se adelantó un poco al Sínodo e indicó que la sociedad está en deuda con la familia. Pero al igual que en las bodas de Caná, donde el agua se transformó en vino, así la familia puede regenerarse y dar sus frutos.
“La familia también forma una pequeña iglesia, la llamamos iglesia doméstica, donde la fe se mezcla con la leche materna”, dijo el primer Papa latinoamericano. “Los milagros con los que soñamos se hacen con lo que tenemos, porque en la familia nada se descarta, nada es inútil”, fue otro de los postulados del Pontífice.
Finalmente, manifestó a los fieles que, para hacer florecer el espíritu de la familia, “hay que arriesgarse a amar porque el mejor de los vinos está por venir”. La liturgia incluyó ofrendas de distintas parroquias de Guayaquil y cánticos interpretados por grupos afroecuatorianos.
Durante la comunión se entregaron más de 200 mil hostias, previamente consagradas por Francisco, y preparadas por las religiosas del monasterio de Santa Clara en Daule. Hace 30 años, unas 300.000 personas asistieron a la misa de Juan Pablo II cerca del sitio donde estuvo Francisco. (I)
Argentinos, peruanos y brasileños llegaron hasta Samanes
Miles de feligreses esperaron más de 10 horas en el Parque Samanes la llegada del papa Francisco, quien a las 11:45 ofició una misa masiva. Entre ellos se encontraba el bonaerense Santiago Caporaletti, de 21 años, un estudiante de gastronomía que acudió al bloque Nuestra Señora de Fátima de Samanes en Guayaquil.
“La verdad es que yo estaba muy alejado de Dios y de la Iglesia, pero el Papa tiene mensajes muy conciliadores. Eso me llamó mucho la atención y ha hecho que vuelva a visitar la Iglesia y preocuparme por los mensajes de Dios”, comentó Caporaletti, quien acudió con su enamorada, Melissa Hidalgo.
Geográficamente, Guayaquil fue el destino ideal para los peruanos que llegaron vía terrestre. Algunos vinieron solos, unos con su familia y otros en caravanas, tal es el caso de los 300 estudiantes de diferentes universidades de Chiclayo, zona costera de Perú, que arribaron al Parque Samanes vestidos con una camiseta color ‘verde esperanza’ para recibir al Vicario de Cristo. “Para nosotros es una alegría enorme ver al Santo Padre en Latinoamérica, nos hubiese gustado que vaya a Perú, pero bueno, Ecuador es nuestro país hermano. Si nos damos cuenta, esta visita del Papa tiene un mensaje claro de unión y hermandad entre estos pueblos e ideologías”, comentó Milagros Córdova, líder del movimiento Milicia de Santa María.
La brasileña Jucelane Lima y su esposo, el ecuatoriano Osmand Vélez, también se encontraban entre los feligreses que ingresaron desde el domingo a Samanes. “Actualmente, por negocios, vivimos entre Naranjito y Bucay, cuando nos enteramos de que el papa Francisco venía a Guayaquil no lo pensamos 2 veces. Teníamos que estar aquí”, manifestó Vélez. (I)