En los centros del Buen Vivir se aprende jugando
En medio de un camino de cerámica se encuentra un espacio para jugar, con 2 piscinas de plástico pintadas de celeste. También hay pequeños taburetes y cubetas que guardan juguetes. Son la 09:00 y el escenario está listo para ser utilizado. Los 60 pequeños del Centro Infantil del Buen Vivir (CIBV) del Guasmo, en el sur de Guayaquil, acaban de desayunar. “Manejamos un menú saludable; de desayuno tenemos verde, yuca, harina de plátano y soya. A media mañana tienen un refrigerio, siempre es una fruta. Por la tarde el almuerzo y luego una colada. Nada de golosinas”, cuenta Mariana Vargas, directora del CIBV calificado de emblemático, tanto por infraestructura como por pedagogía.
En el país hay unos 320 centros emblemáticos, 4 de ellos están en Guayaquil. La mayoría se ubica en zonas de pobreza, donde se cuida a los menores hijos de madres solteras, aquellas que reciben el bono de desarrollo humano o que trabajan.
El filósofo alemán Johann Schiller solía decir: “Un niño que no juega será un adulto que no piensa”. Como tal, los CIBV cumplen su función: permiten que los menores jueguen en libertad, al tiempo que desarrollan la motricidad fina y gruesa con actividades de estimulación temprana. Este concepto de pedagogía actual comprende un conjunto de técnicas aplicadas en forma secuencial, cuyo objetivo “no es desarrollar niños precoces ni adelantarlos en su desarrollo, sino ofrecerles experiencias para formar las bases de futuros aprendizajes”, explica Ágata Guerrero, coordinadora de Gymboree en Guayaquil, una cadena de centros infantiles privados presente en 8 países.
“Antes pasaba en la casa y jugaba solo. Acá, luego del trabajo con las ‘tías’ (parvularias), reconoce figuras y colores; tiene amigos y ni se acuerda que no estoy”, cuenta Patricia Rodríguez, cuyo hijo Elkin, de 2 años, asiste al CIBV del Guasmo. El centro abre de lunes a viernes de 08:30 a 15:30. Según datos del Ministerio de Inclusión Económica y Social (MIES), hay cerca de 3.200 centros infantiles en el país, que atienden a más de 100 mil niños de 1 a 3 años de edad. No todos son emblemáticos, pero han sido renovados y cuentan con apoyo del Estado y coordinación del MIES.
Estas guarderías funcionaban a través de organizaciones comunitarias o el desaparecido INNFA. “El gran cambio es que antes eran madres comunitarias las que atendían a los niños, ahora se escogió a profesoras parvularias que conocen del tema y saben cómo tratarlos”, explica Mariana Vargas.
Agrega que la cobertura de los CIBV aumentará de 60 a 80 niños atendidos. El cuidado anual de un niño cuesta en promedio $ 1.200, pero construir uno de los centros emblemáticos representa cerca de 350.000 dólares. Para este año el Gobierno anunció que espera edificar otros 69 espacios de estimulación temprana.
Desarrollo y amistad
Los salones Galapaguitos 1 y 2, Iguanas y Loros están limpios desde temprano para recibir entre 15 y 18 menores por clase. En los primeros niveles acuden los que recién inician la etapa de estimulación (entre 1 y 2 años).
En uno de los Galapaguitos la tarea principal es inculcarles hábitos de higiene, “de aquí salen sabiendo ir al baño solos y sin usar pañales”, dice entre risas la directora del CIBV.
Además de esta actividad, la ‘tía’ Mariela Ochoa, licenciada en Pedagogía, les enseña a armar cubos y camiones con legos. Intentando construir un carro pintado de naranja y verde estaba Mathew, “manipular las herramientas afianza el área motriz y es importante porque el cerebro está activo”, dice Ochoa.
Los primeros años de vida son vitales y están caracterizados por un potente ritmo evolutivo, donde la capacidad de adaptación del sistema nervioso y del cerebro es un factor determinante para el desarrollo posterior. “Esto es posible porque el cerebro tiene mayor plasticidad, es decir que se establecen mayores conexiones entre neuronas con facilidad y eficacia. Por ello el objetivo de la estimulación temprana es conseguir el mayor número de conexiones”, expresa Guerrero, de Gymboree. De acuerdo con ella, la repetición de actividades practicadas en un centro de educación inicial afianza no solo las destrezas físicas, sino también los lazos emocionales e interrelación social.
Según el Banco Interamericano de Desarrollo (BID) y del Instituto de Estudios Fiscales (IFS) de Londres, por cada $ 7 invertidos en la primera infancia, la sociedad recibe 17 dólares luego que el menor crece y entra a ser productivo.
Si los cálculos del BID y el IFS resultan correctos, entonces la inversión del Gobierno local en la estimulación temprana de los menores estaría justificada cuando los niños crezcan.