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Ecuador, 15 de Enero de 2025
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El Telégrafo
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“El paisaje antártico sorprende, no está en la memoria genética”

Artista, presentador de televisión, dueño de su propia empresa de arquitectura y diseño y, además, emprendedor de un proyecto especial en la Antártida denominado ARTEA, desarrollado luego de su propia experiencia en aquel lugar blanco y congelado, donde creó “Ex-sistencia”. Se trata de la instalación de un grupo de muñecas hechas de paja toquilla, del tamaño de una persona recogida sobre sus propias rodillas, mirando al horizonte, que ubicó en varios glaciares durante  su última expedición.

Alan Jeffs explica que estos personajes están en “posición de contemplación, viendo hacia el mar, hacia el norte”, como una especie de relación entre la Antártida y el Ecuador. Agrega que están vacías por dentro, porque hay que estarlo para poder realmente llenarse del sitio y entender bien aquel territorio extremo, donde la muerte es un riesgo latente a cada paso, un riesgo que se siente en la piel.  

¿Cómo se sintió la primera vez que llegó a la Antartida? ¿Cuáles fueron sus primeras impresiones?

Esto es personal, pero ese lugar no es algo que está en nuestra memoria genética. Puedes haberlo visto mil veces en documentales o en fotos, pero no es lo mismo. Cuando llegué al sitio, para mí fue muy fuerte. Es quedarse como atontado porque no entiendes tu entorno. Es todo roto, como quebrado, en puntas, el hielo al nivel del mar, los glaciares son cosas gigantescas que se están cayendo, desmoronando, súper agresivo, fuerte. Vas en los botes saltando y sabes que si te caes al agua te mueres. Los primeros días cuesta mucho adaptarse, pero luego que lo logras no te quieres volver  a la ciudad.

¿Cuántas veces ha viajado y cuánto tiempo ha permanecido allá?

Este año estuve 16 días; en el 2011, 23 (adentro, en la Antártida). Nos fuimos a finales de febrero y volvimos en marzo, porque el resto del viaje duró casi 40. El primer viaje fue por los documentales para televisión, de 5 episodios, y un documental con la productora que maneja el programa. Y este año ya fui como parte de la expedición, como un artista que iba a desarrollar un proyecto.

¿Cómo surgió la idea del viaje a la Antártida y cómo finalmente se terminó de ejecutar?

La idea nace para mí en 1997, cuando vi un trabajo del músico Schubert Ganchozo, que fue para allá y generó todo un banco de sonidos. Desde hace muchos años quería establecer una instalación allá y lo logré el año pasado. Le propuse al Instituto Antártico la realización de esta instalación, “Existencia”, en las cercanías de la Estación Pedro Vicente Maldonado de Ecuador. Los personajes a colocarse en la instalación fueron tejidos por diez mujeres de la provincia de Santa Elena en paja toquilla, porque quería llevar un objeto ancestral, que más que  algo hecho a mano, de una planta, fuera algo que estuvo presente antes de la llegada de los españoles.

La segunda parte del proyecto consistió en mi especialización  con microbiólogos, que me enseñaron a sembrar microorganismos, realizando varios ejercicios en placas de vidrio. Es interesante porque la Microbiología me deja trabajar desde la esencia de las cosas, como por ejemplo un autorretrato hecho con hongos y levaduras de mi cuerpo, que se recogen con un hisopo y se cultivan en laboratorio. Esto me dio las herramientas, como si se tratara de  óleo o el acrílico para pintar. 

¿Cómo se vive en la estación ecuatoriana Pedro Vicente Maldonado?

La estación se parece a un barco. Hay mucha comida: carne, tocino, papas fritas, puré...  Se come todo, pero nada del entorno. Lo máximo que hemos comido es ceviche de krill, que son unos camarones diminutos, como si fuera arroz. Incluso eso es llevado del continente, porque no se puede cazar nada por el “Tratado Antártico”. Las habitaciones son llamadas camarotes, como en los barcos. Hay una hora para despertarse, para desayunar y bañarse; los horarios son muy rigurosos. Adentro hay calefacción y generalmente la estación está  a 18ºC, afuera la máxima temperatura puede ser 0º y la mínima alcanzar -7ºC.  En la noche cenábamos y nos íbamos con los científicos al laboratorio hasta las 3 de la mañana, todos los días.  

¿Cómo fue el montaje de las obras? ¿Qué dificultades se dieron?

Lo hicimos en la Isla Greenwich, que en realidad son varios glaciares. Allí está la estación de la base militar chilena, cerca de la ecuatoriana, en un glaciar hermoso. Los desplazamientos ahí son tediosos. En mi caso, venía cargando una obra de 65 kilos, más o menos, es decir, algo pesadísimo. Todo allá es súper riguroso. Tienes que mantener un montón de parámetros de seguridad: no puedes estar solo si no conoces el sitio, no puedes alejarte de la estación, no puedes salir sin el equipo necesario, porque a veces puede estar haciendo un solazo y el clima cambia  de un momento a otro. Llegamos con 12 muñecas, originalmente, y quedaron 5; porque 7 se perdieron en el trayecto. Fueron en total 8 montajes, en diferentes islas, uno por día, además del proyecto con cultivos microbiológicos.

¿De qué se trata ARTEA?

Es un programa de residencias artísticas, que consiste en interrelacionar arte, ciencia y tecnología en el territorio antártico, lugar idóneo para la exploración de mecanismos de investigación y creación en armonía con el ambiente. Si yo logré tener esta experiencia, lo lógico es que más gente pueda hacerlo. Habrá dos cupos para dos artistas elegidos por concurso. El 10 de diciembre se cierra la convocatoria.

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